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Clemente Estable: científico uruguayo |
Este
año se cumplen 100 años de la concesión del Premio Nóbel de Medicina
al gran científico español Santiago Ramón y Cajal, acontecimiento que
se evoca también entre nosotros (con una exposición sobre su vida y
obra, en el Centro Cultural de España). A propósito de este aniversario,
vale la pena recordar a uno de sus discípulos más fieles, creativos y
aventajados: el uruguayo Clemente Estable Corría
el año 1922, cuando llega a Madrid —por entonces una ciudad en
crecimiento que se estaba sintonizando con la modernidad— un joven de 28
años que hacía poco se había recibido de maestro de escuela. Estaba
becado para estudiar junto a Ramón y Cajal, en el Instituto de
Investigaciones Histológicas. No fue el primer uruguayo en peregrinar a
la Madre Patria para recibir directamente la sabiduría del padre de la
neurociencia moderna; antes habían hecho el mismo camino Terrazas, Tomás
Blanes Viale y Juan Pou y Orfila. Simplemente, el último alumno
proveniente de estas tierras llamado Clemente Estable, creó a su regreso
el primer Laboratorio de Ciencias Biológicas del país, dependiente del
Instituto Normal, que fue creciendo con los años. Los
dos años pasados junto al sabio español resultaron decisivos en su vida.
En ese tiempo publicó sus primeros trabajos científicos, y regresó con
el espaldarazo de estos conceptos de Ramón y Cajal sobre su desempeño: “el
señor Estable se halla asistido de todos los requisitos indispensables
para la investigación científica... perseverancia infatigable, amor a la
originalidad, entendimiento claro y clarividencia crítica, cualidades
excelentes harto demostradas en los valiosos trabajos efectuados en mi
laboratorio y en los cuales rebosan los hechos e interpretaciones
nuevas”. Ciencia
y docencia Poco
después de su retorno, en 1927, el profesor Estable logró establecer un
ámbito adecuado para desarrollar su trabajo de investigación en ciencias
biológicas, el laboratorio antes mencionado. Desde el año anterior era
Jefe de la Sección de técnicas e investigaciones histológicas en el
Instituto de Neurología de la Facultad de Medicina, pero aspiraba a un
marco más libre para sus búsquedas. El
científico uruguayo había concentrado su tarea en el estudio del
cerebelo, y a partir de ello logró descubrimientos originales sobre todo
en el campo histológico. Y pudo desarrollar su trabajo gracias a esa
institución incipiente que con el tiempo haría historia. Poco después
del Primer Campeonato del Mundo de 1930, realizado en nuestro país y
ganado por el equipo uruguayo, se realizó en Montevideo el Congreso
Internacional de Biología; Clemente Estable fue el organizador del
evento, y participó del mismo con nueve trabajos en su especialidad. Lo
interesante es que desde entonces, y durante toda su vida, iba a armonizar
su labor en las ciencias con la divulgación pedagógica de las mismas.
Seguramente lo llevó a esto su condición primera de docente, que lo
transformaría en un incesante y eficaz divulgador de los hallazgos
realizados. Una peculiaridad de Estable está en su estilo propio, algo
inusual en el ambiente científico; no faltaban en sus ponencias y
trabajos las reflexiones filosóficas o epistemológicas. La
obra de una vida En
los años cuarenta emprende un viaje por varios países de América, dando
conferencias y efectuando demostraciones técnicas. Su incesante labor hará
crecer el interés en las ciencias biológicas en un medio hasta el
momento bastante ajeno a los saberes científicos en general. Las
dificultades que encontró fueron muchas. Desde los ámbitos del Estado
eran mínimos los aportes, teniendo en cuenta la trascendencia de algunas
de las investigaciones que realizaba. Estable luchaba por la
profesionalización de la tarea científica, aspiración que todavía no
se ha logrado al día de hoy. En
1943 el Laboratorio de Ciencias Biológicas se transforma en Instituto de
Investigaciones Biológicas. Para lograr mantener la excelencia del mismo,
concretó acuerdos con la Fundación Rockefeller, que permitieron la
consolidación del emprendimiento aportando infraestructura y equipamiento
básico, así como financiación para gastos de mantenimiento. Sin
embargo, siempre fue cuidadoso de no comprometer investigaciones en forma
incondicional a cambio de financiamiento. En tal sentido, la mano firme
del profesor Estable mantuvo la independencia del Instituto contra viento
y marea. En
1948 preside en Montevideo la Conferencia de expertos latinoamericanos
para el desarrollo de la ciencia,
organizada por la Unesco y el gobierno uruguayo. En 1950, en Yale
University, es electo miembro de la Sociedad de Biología Celular, una de
las más importantes del mundo en la disciplina. En 1959 es nombrado
“presidente de honor” del Simposio sobre Mecanismos cerebrales y
aprendizaje, realizado en Montevideo por el Consejo de las organizaciones
de ciencias médicas, de la Organización Mundial de la Salud, al que
asistieron neurobiólogos de todo el mundo. Pasada
la primera mitad del siglo, Clemente Estable era ya una eminencia en el
campo de las Ciencias Biológicas, y una personalidad destacada y
reconocida, de consulta en su especialidad y también en el campo pedagógico.
La semilla que había sembrado había fructificado, y gracias a su tesón
el desarrollo de la investigación científica era una realidad en el país.
A pesar de los honores y el reconocimiento, los poderes públicos —en
nuestro medio siempre reacios a disponer rubros para las ciencias básicas–
obligaron al viejo profesor a expresar públicamente conceptos como estos:
“¿Es que se ignora acaso, que por
las investigaciones originales del Instituto, publicadas en inglés, francés,
alemán y castellano en más de cien reputadas revistas europeas y
americanas y en libros, el Uruguay empezó a existir en el mapa mundial de
la ciencia?”. Estable
dejó este mundo el 27 de octubre de 1976, en una etapa oscura del país,
en la cual incluso llegó a ponerse en duda la continuidad de la obra que
había sido la razón de su vida. Por suerte primó la sensatez —en
medio del clima medieval que se vivía por entonces, quedaban algunos
jerarcas con sentido común— y el Instituto continuó su camino. Desde
1978 lleva el nombre de su fundador e impulsor. Un
legado perdurable Al
presente, el Instituto Clemente Estable de Investigaciones Biológicas
lleva a cabo proyectos de investigación con la Comunidad Económica
Europea, con Suecia, con Japón y Cuba. Y dentro del país con la
Universidad de la República, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y la industria privada. Son cuatro sus áreas de trabajo: Biología
Celular y Genética, Microbiología, Neurobiología, y Zoología. Se
ha venido enfrentando a un doble desafío: sostener la formación
actualizada de investigadores en el campo biológico, y al mismo tiempo
generar y transferir biotecnologías en beneficio de la sociedad. El
Instituto recibe, en las mejores condiciones de infraestructura —en su
sede de Avenida Italia—, aspirantes a “tesis” de Maestría y
Doctorado del Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas. Por otra parte,
propicia con sus especialistas trabajos en el campo biotecnológico,
cubriendo tecnologías de punta en Ingeniería Genética. El Instituto Estable cuenta con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo, en su condición de unidad coejecutora del programa científico-tecnológico del Conycit, desplegando en laboratorios de última generación una labor fundamental para el país en el campo de las aplicaciones científicas al desarrollo agro-industrial. |
Alejandro
Michelena
Mensuario Periscopio Nro. 127 (julio de 2006).
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