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Carlos Páez Vilaro: pinceles y tamboriles |
No
es común que se conozcan popularmente los nombres de pintores o
escultores, salvo los más célebres. Lo raro es —al menos en las últimas
décadas— que la gente común identifique a los artistas vivos. Pero en
todo hay excepciones, y una notoria es la de Carlos Páez Vilaró. Desde
sus comienzos, este infatigable creador se ha hecho notar. Primero con sus
grandes murales de los sesenta —en lugares públicos, en comercios, en
el acceso a algunos edificios— donde fue desarrollando su peculiar visión
de la cultura afrouruguaya, dinámica y plena de ritmo, con suficiente
fuerza para distanciarse de la sombra de Figari. Carlos
Páez no es un artista que desde la lejanía de su taller evoca el tam tam
del tamboril. Desde joven logró instalar su atelier en el mítico
conventillo Medio Mundo, compartiendo con sus habitantes alegrías y
tristezas, consustanciándose con la esencia de las raíces negras. Tanto
se integró a ese universo, motivo de su arte, que durante muchos años se
le vio salir en Las Llamadas integrando cuerdas de tambores. Desde
el punto de vista formal Páez Vilaró ha sido siempre un inquieto
renovador. Se dejó galvanizar por el aire de vanguardia de los años
sesenta, integrando el pequeño puñado de audaces que —en aquellas
muestras que organizaba Artes y Letras de El País en la plaza Cagancha—
se animó a ensayar propuestas de pop art. Y más tarde, cuando conoció a
Pablo Picasso, el gran artista malagueño lo sedujo desde su costado de
notable ceramista, y de ahí en más el uruguayo cultivará la cerámica
con dedicación, empeño y logros estimables. Si
bien aquellos murales con candombes de los sesenta lo hicieron muy
popular, Carlitos Páez supo también auto promocionarse. De joven había
trabajado en publicidad y aprovechó con eficacia tales conocimientos
aplicándolos a la difusión de su nombre y su figura. Esto que decimos no
le quita méritos a su arte, pero nos ubica en un camino hacia la fama que
iba más allá de lo artístico. Así fue que comenzaron a llegar noticias
—multiplicándose en diarios y revistas de los años sesenta— de la
participación de Páez Vilaró en safaris en África, o de sus viajes en
yate por el Mediterráneo con un conocido play boy del momento y la actriz
francesa Brigitte Bardot. Ha sido especialmente proteico —cultivando el mural, el cuadro de caballete, la cerámica, la escultura y el grabado— desplegando su talento a través de una vasta producción. Sin embargo, se ha considerado que su obra mayor es Casapueblo, ese laberinto blanco con reminiscencias de ciudad mora del norte de África que es uno de los distintivos de Punta Ballena. Páez diseñó y construyó esa extraña edificación, y allí instaló su casa-taller. Visto desde el mar o desde la ruta, el conjunto opera como una gran escultura que irradia fuerza y se integra con armonía al hermoso paisaje de la Ballena. |
Alejandro Michelena
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