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Carlos Correas: escándalo, polémica y olvido 
Alejandro Michelena

A más de un lustro de su terrible muerte, ocurrida el 17 de diciembre de 2000, llegó para Carlos Correas la hora del rescate del olvido. Sus libros, inencontrables salvo en mesas de liquidación, se están empezando a reeditar. Y la crítica más atenta comienza a prestar atención a un autor hasta hace poco apenas evocado como un marginal de la cultura.

 

En vida pagó caro su condición de precursor. Como escritor fue el primero que en Argentina –mucho antes que Nelson Perlongher con su poesía y que otros en narrativa– se atrevió a reflejar la subcultura homosexual. Lo hizo de manera explícita, bizarra por momentos. El ambiente que recreaba estaba muy lejos de la actual reivindicación gay: sus escenarios eran las últimas filas de cines dedicados a las películas "franja verde" (como entonces se llamaba a las que mostraban escenas de sexo explícito), y ciertos baños públicos propicios a los encuentros furtivos. En sus historias reinaban los afeminados algo caricaturescos, había taxiboys que deseaban parecerse a Marlon Brando, y no faltaban los buenos muchachos de barrio que si bien "se cogían a los maricas" estaban tranquilos porque –al oficiar siempre como activos– nadie los iba a confundir...

 

En 1959, cuando Correas tenía veintiocho años, la revista universitaria Centro –dirigida por el crítico Jorge Lafforgue– da a conocer su primer cuento. El texto había pasado el tamiz de un riguroso comité de selección, que no lo consideró inconveniente. La publicación causó un gran escándalo: intervino la justicia, la edición fue requisada, Lafforgue y Correas fueron condenados en principio a seis meses de prisión por "difusión de material obsceno" (después se cambió la pena por igual período en libertad condicional). Tal fue su debut en las lides literarias.

 

Este episodio, que dejó pendiente la amenaza de una segunda condena que lo llevaría sin remedio a prisión, tal vez explique el posterior silencio de Correas como narrador. No hay que olvidar que eran tiempos –en Argentina– de sucesivos golpes militares y campañas morales inspiradas por la Iglesia. Siguió escribiendo por supuesto, aunque por varios años evitó publicar. Su energía se iba a volcar hacia otro centro de su inquietud intelectual: el pensamiento, a través de la docencia y el ensayo.

 

Existencialistas en Buenos Aires

 

Eran tres inseparables. Los rebeldes de aquella Facultad de Filosofía y Letras de comienzos de los años cincuenta. Siempre se los veía juntos a Óscar Masotta, Juan José Sebreli y Carlos Correas. En los salones universitarios, en la tertulia del bar El Coto, en los paseos por los alrededores de la Estación Retiro en busca de aventuras eróticas.

 

A través de ensayos aparecidos en la revista Contorno, colaboraron en profundizar la lectura de Sartre. En sus reflexiones combinaron el fervor por el existencialismo con una dura crítica al núcleo dominante de la cultura. Muchos analistas les auguraron un futuro intelectual brillante.

 

En los casos de Masotta y Sebreli hubo puntos de coincidencia. Ambos lograron notoriedad y dejaron atrás el "malditismo". El camino de Carlos Correas fue diferente: se mantuvo fiel a sus fervores juveniles y asumió plenamente su condición de outsider.

 

El retorno del escritor

 

Luego de un largo silencio literario, Correas publicará en 1984 un libro de más de trescientas páginas: Los reportajes de Félix Chaneton. Reúne en él tres narraciones: "Pequeñas memorias", "En la vida de un pueblo" y "Último recurso". Lo autobiográfico es ingrediente fundamental en esta obra que tiene influencias de Genet y de Arlt; su personaje vive la bisexualidad de manera vergonzante y culposa en el primer relato; en el segundo soporta con hastío la relación matrimonial en una ciudad pequeña, y en el tercero se ve envuelto en intrigas con personajes en extremo bizarros.

 

Los reportajes..., que constituye un retrato implacable de su generación y una recorrida iniciática por los laberintos turbios de la gran ciudad, no tuvo mayor repercusión. Sólo un núcleo reducido, formado por alumnos de Correas –que como profesor podía ser tan riguroso como divertido–, lo tiene en cuenta. Pero esa fama casi secreta sirvió para estimular el mito en torno a la obra y al personaje.

 

Publica un volumen de crítica: Arlt literato, agudísimo análisis de un narrador fundamental en la narrativa porteña. También escribió sobre Kafka, sometiéndolo a una lectura no convencional. Paralelamente a su labor literaria iba a persistir en Correas el afán reflexivo y polémico, que logró su mejor momento en Ensayos de tolerancia.

 

Su libro más insólito fue Operación Masotta, que causó escándalo y rasgadura de vestiduras en los círculos intelectuales. En este ensayo, planteado como homenaje a Masotta, realiza un notable ejercicio de crítica de las ideas "a la moda" en Buenos Aires desde los años setenta –influenciadas por el psicoanálisis lacaniano–, y analiza la figura pública de su ex amigo –notorio seguidor de Lacan– impiadosamente. Encierra también un certero ajuste de cuentas con su generación, sus pompas y sus obras.

 

Soledad y final

 

Un día se dejó de ver por los lugares habituales. Y poco después impactó la noticia: Carlos Correas se había arrojado desde el noveno piso del edificio donde habitaba. De ese modo terrible culminaron los días de un pensador corrosivo e intransigente, un escritor interesante que había desarrollado una obra original a contrapelo de los vaivenes intelectuales.

 

Luego de cinco años de casi absoluto silencio en torno a su figura, acaba de aparecer en Buenos Aires un trabajo en San Roque, volumen que incluye cuentos inéditos de Carlos Correas, así como dos ya publicados, "El revólver" y "La narración de la historia".

Alejandro Michelena

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