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Cantinflas sigue haciendo reír
Alejandro Michelena

Se lo ha comparado con el más grande artista del humor en el cine, Charles Chaplin. Y en efecto, de igual modo que el genial inglés se inmortalizó a través de su personaje Charlot –un joven pobretón, idealista, solidario y anárquico, verdadero paradigma de los marginados del mundo industrial a comienzos del siglo XX–, Mario Moreno llegó a la fama de la mano de Cantinflas, arquetipo del “peladito” de los barrios pobres de la capital mexicana (o de cualquier gran ciudad Latinoamericana).

Fueron un legendario matrimonio de origen ruso afincado en México el responsable del descubrimiento del talento de quien estaba destinado a ser el más popular actor del país. Los Gelman eran inmensamente ricos y poseedores de una refinada cultura. Amigos de Diego Rivera y Frida Kahlo, llegaron a poseer la mayor colección privada de arte del continente. El señor Gelman llegó a ser además un fuerte empresario teatral con intereses en la incipiente cinematografía mexicana.

Mientras tanto, Mario Moreno, sexto hijo de una familia de quince hermanos que había tenido una infancia y adolescencia signadas por la pobreza, luego de haber sido lustrabotas, taxista, boxeador y aprendiz de torero, se encaminó hacia la actuación cómica a través del circo (el típico “circo” tradicional de México, un teatrillo ambulante de recorrida permanente por barrios y poblados). Allí el joven Mario se fogueaba como payaso y buscaba desde muy abajo su lugar en el camino del espectáculo. Una tarde, en medio de su actuación, un niño comenzó a gritarle desde las gradas algo que sonaba a todos como “cantinflas”... Y ese fue el nombre artístico que adoptó para siempre.

Los Gelman, de retorno de una velada en el Palacio de Bellas Artes donde escucharon a la sinfónica interpretar una de las para ese momento audaces composiciones de Silvestre Revueltas, decidieron con los amigos que los acompañaban –entre los que estaba Salvador Novo, futuro “cronista de la ciudad”– detenerse en un pequeño circo que encontraron en el camino. Allí quedaron deslumbrados por la personalidad artística de ese joven payaso que llamaban Cantinflas.

De ahí en más, este acaudalado matrimonio iba a ser por muchos años quien promoviera con su dinero las películas de Mario Moreno. Fue a través de este bienvenido contacto que el actor encontró su vehículo de expresión, la pantalla oscura, y pudo redondear su personaje, Cantinflas. 

A través de sus películas

El sendero en ascenso comenzó con el primer filme, que fue todo un suceso: Ahí está el detalle. Y siguió luego toda la serie protagonizada por su entrañable creación del “peladito”, entre ingenuo y pícaro, con su pantalón caído, sus bigotes y su gorro demasiado pequeño; con el sello inconfundible de su modo de hablar –sus largos y enredados monólogos–, que eran la decantación del habla “rea” de los muchachos de los barrios humildes de la ciudad de México.

Quién no recuerda títulos como El circo, Soy un prófugo, El padrecito, El profe, Ahí está el diablo, El gendarme desconocido, El extra. Son interesantes los filmes donde Mario Moreno se acerca con su peculiar crítica humorística a la política y la burocracia, como es el caso de Si yo fuese diputado y El ministro y yo, respectivamente. Esta última es una de las más disfrutables tomadas de pelo al mundo de las oficinas públicas.

También vale la pena reparar en títulos en los que recrea los clásicos a su manera, logrando situaciones de humor infalibles. Se animó con Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas, con Romeo y Julieta de Shakespeare, con El Quijote de Cervantes, en versiones respetuosas y al mismo tiempo creativas.

Hollywood, siempre ávida a la hora de fagocitar talentos de todas las latitudes para alimentar su maquinaria, apenas lo pudo captar a Mario Moreno para dos de sus superproducciones: La vuelta al mundo en 80 días, donde compartió roles protagónicos con David Niven, y Pepe, en compañía de la glamorosa Kim Novak.

La fama no lo mareó 

Cantinflas llegó a ser mucho más que un cómico notable y querido. Un verdadero símbolo de la mexicanidad. Comparable en su arraigo solamente a muy pocos artistas: la bella y formidable María Félix, el charro cantor Jorge Negrete, el “flaco de oro” Agustín Lara y sus canciones.

La fama y el dinero lo acompañaron desde muy temprano en su carrera. Tuvo trato cercano con los presidentes de su país, de Lázaro Cárdenas en adelante. Su personaje y sus películas se hicieron conocer en todo el mundo. Pese a todo esto, Mario Moreno no olvidó nunca sus orígenes, y encabezó campañas –en México, y en otras partes– en procura de aliviar la situación de la niñez carenciada.

Se lo acusó, desde cierta izquierda, de ser un artista complaciente con el sistema. Por cierto: formó parte como una de las figuras más taquilleras de una industria fílmica no caracterizada precisamente por la trasgresión. También, como muchas otras figuras artísticas e intelectuales de México, fue víctima del peculiar conformismo generado por la permanencia indefinida en el poder del Partido Revolucionario Institucional. Pero a su manera, con lo más esencial que tenía que era su arte y sus historias fílmicas, mostró a veces una visión no complaciente y crítica –del arraigado y arbitrario caciquismo rural, del machismo, de la arbitrariedad de los poderosos– que sigue resultando válida y genuina.

Alejandro Michelena

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