Cafés de los maestros |
El final del siglo XIX y los comienzos del XX, constituyeron en el Río de la Plata un momento estelar de los cafés en cuanto ámbitos propicios al diálogo literario, al debate de ideas, al surgimiento de propuestas y proyectos, a la reflexión solitaria o la creación. Esto va a coincidir con el desarrollo de la Generación del 900, la más brillante que tuvimos en lo literario e intelectual. Sus figuras mayores no participaron en la vida de esos lugares de encuentro colectivo, pero sí la protagonizaron las constelaciones menores, aquellos que Alberto Zum Felde denominó “intelectuales de café”. Hijos de la novel clase media y con formación autodidacta, adoptaron en forma entusiasta la postura existencial de la bohemia al tiempo que apostaban a lo nuevo en lo estético. Julio Herrera y Reissig perteneció al primer grupo, el de los grandes escritores que no frecuentaron los cafés. Prefirió para su cenáculo literario el altillo mirador del caserón familiar, al que bautizó Torre de los Panoramas. Allí pudo aislarse del ambiente cultural montevideano del que fuera un crítico lúcido e implacable, rodeado de unos pocos espíritus afines. Lo mismo Horacio Quiroga –en su etapa montevideana de poeta modernista- liderando un cenáculo, el Consistorio del gay saber, que se reunía en un cuarto de pensión de estudiantes. Entre los mayores escritores del 900 hubo uno que sí cultivó intensamente el arte del encuentro en ambas márgenes platenses: Florencio Sánchez. Primero en Montevideo, con su activa participación en las ruedas de los tres grandes cafés de la plaza Independencia: el Polo Bamba, el Británico y el Tupí Nambá. Y cuando su triunfante carrera de dramaturgo se desplegaba ya plenamente en Buenos Aires, fue uno de los animadores de las tertulias del Café de los Inmortales de la calle Corrientes (que se llamaba de otro modo, y fue rebautizado a sugerencia del escritor, quien le dijo al dueño que quería cambiar el nombre y le pidió consejo: “Y llámele los Inmortales, por nosotros, que venimos habitualmente…”). Florencio escribió gran parte de su obra en las mesas de los cafés, el nombrado, el Politeama junto al teatro del mismo nombre, y muchos otros. Además dialogaba en esas mesas de madera o mármol con su par en las lides dramáticas, Ernesto Herrera (Herrerita), y con figuras de la talla intelectual de José Ingenieros y Ricardo Rojas. Allí cultivó el diálogo, afiló las armas de su ironía y practicó el arte de la polémica. Mientras tanto, José Enrique Rodó, a quien todos imaginan en el aislamiento de su estudio rodeado de libros, se daba una escapadita diaria en un período hasta el pequeño café Brasilero (todavía existente) donde no se privaba de tomarse una ginebra junto a una de sus ventanas. |
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El Café Los Inmortales de la calle Corrientes, tal cual era en los tiempos en que lo rebautizó Florencio Sánchez. |
El Tupí-Nambá por los años cuarenta, cuando se veían allí a Margarita Xirgú, actores de la novel Comedia Nacional, y sus alumnas y alumnos de arte dramático. |
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El Café Brasilero, donde José Enrique Rodó tomaba su ginebra. |
El inmenso Alberto Candeau y su tertulia del Bar Hispano. A su izquierda el crítico Mauricio Muller, y a su frente el gran actor Berto Fontana. |
Muchos años después, ya en la década del cuarenta, otra gran figura de las tablas –actriz y catalana, refugiada entre nosotros luego de la Guerra Civil Española-, puntal decisivo en la formación de actores y actrices de la entonces novel Comedia Nacional, nada menos que Margarita Xirgu, frecuentaría también el Tupí Nambá. El gran café, ubicado en la esquina de la plaza y Buenos Aires, era por entonces lugar de recalada de la comunidad teatral. Se la pudo ver a la Xirgú en incontables noches, en diálogo con dos grandes puntales de la institución como Justino Zavala Muniz y Orestes Caviglia. Y con actores, entre los que estaban Maruja Santullo y Enrique Guarnero. Y además con sus alumnos aventajados, como las dos Estelas –Medina y Castro-, Walter Vidarte y Concepción “China” Zorrilla. Más cerca en el tiempo, otro protagonista fundamental de nuestra cultura y del teatro uruguayo, Alberto Candeau, supo mantener la costumbre de reunirse en los cafés. Primero en el viejo Tupí, como lo hacía todo el elenco de la Comedia Nacional de la que era figura estelar. Y ya en los años finales de su vida, constituyéndose con naturalidad en el centro de una peña –que sentaba sus reales en el Hispano, de San José y Río Negro- de la que participaban el crítico Mauricio Muller y el actor Roberto Fontana. |
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com
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