Basta con recorrer amplias zonas de Pocitos, de Punta Carretas, de la Blanqueada y el Parque Rodó, para encontrar la presencia y el sello inconfundible de Bello & Reboratti en general en pequeñas -a veces no tanto- residencias para una clase media entonces próspera. Pero también levantaron edificios de apartamentos, como el que se ubica en la calle Cerrito y Bartolomé Mitre, en plena Ciudad Vieja (con su aspecto de palacio renacentista), o el otro que se alza en la calle San Martín con su aire de caserón hispánico.
En realidad la característica de este equipo de constructores fue justamente la ausencia de un estilo definido. Tanto remedaban una casa de campo inglesa, como bosquejaban un pequeño palacio árabe, o mezclaban líneas contrapuestas con saludable libertad. Lo formidable del caso es que esa permanente variación -sujeta en algunos casos a los pedidos o caprichos de quienes los contrataban, o a veces por propia inventiva de ellos- mantenía de todos modos un toque inconfundible, único. Por ejemplo: se distinguieron por el adecuado aprovechamiento de los terrenos reducidos, por lograr con armonía y solvencia distribuir las habitaciones (que tendían a ser no muy grandes pero cómodas), por el buen uso de la ventana pequeña. Muy amigos de la curva y el adorno, utilizaron estos elementos con un sentido práctico que a veces asombra, pero sin perder nunca de vista un costado lúdico que es el que en definitiva le otorga a sus construcciones ese encanto tan especial.
Seguramente que el gran Corbú -Le Corbusier, el pope del racionalismo arquitectónico- de haber conocido obras de Bello & Reboratti los hubiera excomulgado sin vacilaciones. Pero otro grande, el catalán Antonio Gaudí, seguramente los hubiera considerado como discípulos algo tímidos. Porque eran discretos, nada extremados, bien uruguayos en sus despliegues imaginativos. Y en esa "uruguayez" radica gran parte de su éxito: porque fueron casi los únicos por aquí -en medio de las dudas de una arquitectura embretada entonces entre los arrebatos art decó y el purismo vanguardista- que trabajando fuera de escuelas y hasta de modas pudieron dar con la "piedra filosofal" de un perfil que ha devenido típico de casa montevideana, que pudo suplantar sin violencias a la clásica "casa vieja" de patios de claraboya, balcones a la calle y zaguán largo.
Esta historia comenzó a finales de los veinte desarrollándose en todo su esplendor en los treinta y cuarenta. De esas décadas son sus cuadras enteras de casas pociteñas -como las que se conservan en la calle Santiago Vázquez- pero también las más suntuosas de Bulevar Artigas a la altura de Punta Carretas, o las más discretas y ya cercanas a los cincuenta de la misma arteria en Jacinto Vera. |