Se trata del primer tomo de una obra de largo aliento, destinada a ubicar a nuestro héroe máximo en su tiempo de origen y formación, ese tan poco frecuentado por la historiografía hasta el presente. El libro va delineando —a partir de un minucioso y constante apoyo documental- la vida cotidiana, las costumbres, las ideas del Montevideo de los orígenes, y se lo puede ubicar como un aporte más acerca de un período todavía virgen, de esa historia de "costumbres" o "sensibilidades" que con tanta brillantez encara José Pedro Barrán, y que hoy cuenta con muchos otros cultores valederos.
Tres tópicos interesan en especial en su análisis a Fernández Cabrelli: la sexualidad, la Iglesia y la violencia. La primera la relaciona con la familia, con las fiestas y la religión, las costumbres, llegando a la conclusión de que los montevideanos de entonces -lejos de la Santa Inquisición y de los centros del poder colonial- pudieron darse a un erotismo bastante libertario, distendido, nada culpable, tal vez el adecuado a una sociedad aislada relativamente, nueva y juvenil. Las relaciones de nuestros antepasados con la Iglesia no fueron -según salta de los documentos que presenta el autor- para nada fervorosas, salvo tratándose -eso sí- de asegurar el destino de ultratumba mediante fuertes patacones (pagaderos por los sobrevivientes, por supuesto...). En cuanto a la violencia, la conclusión es que su reinado casi ilimitado tenía lugar extramuros y no en la plaza y ciudad amurallada, salvo en lo que tiene que ver con la violencia coercitiva del Estado y la de tipo moral de la Iglesia.
