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Ante la muerte de un dramaturgo: Manuel Lus Alvarado
por Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 
 

Nuestro medio suele olvidar con demasiada frecuencia a quienes han hecho aportes, muchas veces de considerable significación, a la cultura. Y eso no es de hoy, ni fruto de esta crisis. Es un mal endémico que en muy pocas oportunidades —tal vez en algo al momento de mayor incidencia de la llamada Generación del 45— se ha atacado de raíz, paliando así tanto injusto silencio.

Pero lo nuevo es, como en todos los órdenes, el lamentable agudizarse de esta característica negativa en la última década. Si alguien lo pone en duda, que pregunte por ejemplo, entre gente que lee poesía, si conocen y ubican a Enrique Casaravilla Lemos o a Beltrán Martínez, dos nombres ineludibles de nuestras letras que ya ni se reeditan y ni siquiera se nombran.

Lo más grave es que hoy la memoria es tan flaca que no se recuerda lo de hace menos de veinte años. Por ejemplo: se habla en defensa del teatro nacional —y se estrenan, es justo apuntarlo, muchas obras de autores actuales— pero la muerte de un dramaturgo uruguayo que importó mucho en mitad de los sesenta es seguro que ha dejado totalmente indiferentes a los más recalcitrantes defensores de lo vernáculo. Ya no está más entre nosotros el autor de El Ángel del Silencio (estrenada por el Teatro Circular en 1966; que recibiera el Florencio —premio de la crítica— a la mejor obra del año) y casi nos atrevemos a asegurar que a nadie en el medio teatral se le ocurrió el mejor homenaje, el único justificable que podemos hacerle: reestrenar esa valiosa pieza; hacerla conocer a dos generaciones de uruguayos que ignoran la existencia de este logro nacional de buen teatro, que es además un texto que no ha perdido vigencia ni vitalidad, y que superada la prueba del tiempo ha crecido.

Manuel Lus Alvarado escribió luego tres obras más, alguna bastante menor que El Ángel ..., su indudable punto más alto. Personalidad multifacética, fue crítico musical y de teatro, y cineasta con varios premios en su haber (con logros muy estimables, como el corto R.I.P., del que desgraciadamente —que sepamos— no quedan ni libreto, ni original, ni copias).

Si hacer teatro de aquí y ahora está bien, culturalmente estaría incompleto, nos empobrecería, si no completamos la tarea haciendo también teatro de aquí y de ayer. En materia artística guiarse sólo por las novedades sin atender al pasado es ceguera; la cultura —el teatro, la literatura, etc.—, conforma un proceso, con un antes y un después ineludibles.

Ahí tenemos, entonces, El Ángel del Silencio, esperando actores, luces, público, vida en definitiva. Ponerla en escena es, como decía más arriba, el recuerdo que Lus Alvarado merece. Y además una inyección de vitalidad cultural en un ambiente tan mediatizado.

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Texto publicado, originalmente, en "Cuadernos de Granaldea" (Montevideo), julio de 1981.

 

Cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 15 de marzo de 2013.
 

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