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Ante la muerte de un dramaturgo: Manuel Lus
Alvarado |
Nuestro medio suele olvidar con demasiada
frecuencia a quienes han hecho aportes, muchas veces de considerable
significación, a la cultura. Y eso no es de hoy, ni fruto de esta
crisis. Es un mal endémico que en muy pocas oportunidades —tal vez en
algo al momento de mayor incidencia de la llamada Generación del 45— se
ha atacado de raíz, paliando así tanto injusto silencio. |
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Lo más grave es que hoy la memoria es tan flaca que no se recuerda lo de
hace menos de veinte años. Por ejemplo: se habla en defensa del teatro
nacional —y se estrenan, es justo apuntarlo, muchas obras de autores
actuales— pero la muerte de un dramaturgo uruguayo que importó mucho en
mitad de los sesenta es seguro que ha dejado totalmente indiferentes a
los más recalcitrantes defensores de lo vernáculo. Ya no está más entre
nosotros el autor de El Ángel del Silencio (estrenada por el Teatro
Circular en 1966; que recibiera el Florencio —premio de la crítica— a la
mejor obra del año) y casi nos atrevemos a asegurar que a nadie en el
medio teatral se le ocurrió el mejor homenaje, el único justificable que
podemos hacerle: reestrenar esa valiosa pieza; hacerla conocer a dos
generaciones de uruguayos que ignoran la existencia de este logro
nacional de buen teatro, que es además un texto que no ha perdido
vigencia ni vitalidad, y que superada la prueba del tiempo ha crecido.
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Alejandro
Michelena
alemichelena@gmail.com
Texto publicado, originalmente, en "Cuadernos de Granaldea" (Montevideo), julio de 1981.
Cedido
por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras
Uruguay, por su editor, el día 15 de marzo de 2013.
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