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Ante la muerte de Nancy Bacelo |
Se fue la creadora de la clásica Feria del Libro |
Se fue la creadora de la clásica Feria del Libro En los últimos días de agosto falleció la poeta Nancy Bacelo, luego de sobrellevar una larga enfermedad. Ella fue, más allá de sus indudables méritos literarios, una formidable gestora cultural. Ideó y mantuvo hasta el presente, contra viento y marea e incluso en circunstancia difíciles del país, la Feria de Libro Grabados y Artesanías (que fuera ámbito decisivo para la promoción del libro uruguayo en los sesenta). También, y por si fuera poco, coordinó por varios años —con singular eficacia— el área cultural de la Caja Notarial, o sea el Teatro del Notariado, dos salas de exposiciones y espacios de conferencias. Transcurrían los tramos finales de la década del 50. El Partido Nacional ganaba las elecciones por vez primera en noventa años, terminando así con el monopolio del poder ejercido —tanto en democracia como en dictadura— por el Partido Colorado. La crisis económica comenzaba a golpear duramente al país, y particularmente a esa extendida clase media que se había beneficiado de la estabilidad batllista posterior a la Segunda Guerra (tan bien retratada en los cuentos de Mario Benedetti). En ese contexto fue que una mujer emprendedora, buena poeta aunque en ese entonces poco conocida, tuvo la feliz iniciativa de realizar una venta de libros de autores nacionales poniendo énfasis especial en la difusión de la poesía. Este género era la preocupación prioritaria de la joven Nancy Bacelo, que constató con lucidez que libros fundamentales de grandes autores nacionales se mimetizaban en las librerías de esa época, quedando ahogados en medio de la profusa producción editorial extranjera. Con gran empuje y entusiasmo logró el apoyo de varios libreros importantes, de los escritores, y especialmente —hecho que iba a garantizar la continuidad y crecimiento posterior del emprendimiento— de Benito Milla, un español radicado en Montevideo que había fundado tiempo antes la Editorial Alfa (sello que iba a liderar poco después el "boom" de la literatura uruguaya). Esa venta de libros se realizó en 1958, en el mes de diciembre en la explanada del Teatro Solís. Varios poetas, sobre todo los de la generación de Nancy, como Washington Benavides y Circe Maia, vendieron directamente sus obras en la calle. Era la primera vez que el libro salía del recinto de librerías y bibliotecas yendo en busca de la gente. Los precios eran muy bajos, como forma de lograr una popularización efectiva de la literatura. Y los montevideanos, por su parte, respondieron a la convocatoria haciendo que se agotaran en pocos días todos los libros a la venta (superando los cálculos más optimistas de los organizadores). Nace la Feria Estimulados por el éxito inicial, Bacelo y Milla organizan al año siguiente la primera Feria del Libro. Ya no se trataba de una venta circunstancial, sino de una instancia a realizarse todos los diciembres. Corría el año 1959; se plegaron a la empresa libreros, editoriales y autores. Al poco tiempo se unió a la iniciativa el Club de Grabado, que aportó su dinámica de creación y difusión artística mediante técnicas como el grabado en madera, el aguafuerte y la litografía. La Feria encontró su lugar permanente gracias a la buena disposición de la Intendencia Municipal, institución pública en la que cumplía funciones la joven poeta. Fue en el espacio que hoy ocupa el atrio, en esos momentos todavía lejos de concluirse. Los estands se desplegaban sobre el piso de hormigón y entre las vigas de cemento, mientras que en la explanada se realizaban espectáculos para atraer al público. A su vez, en un teatrillo improvisado —armado con maderas de obra y arpillera—, leía un día sus poemas Idea Vilariño, y otro presentaba un libro Carlos Martínez Moreno, mientras que al siguiente polemizaban críticos literarios de la talla de Emir Rodríguez Monegal, Ruben Cotelo y Ángel Rama. La cita anual fue generando, a medida que avanzaba la década del sesenta, un crecimiento considerable de los lectores interesados en la literatura uruguaya. Y gracias a la Feria, a la vitalidad y esfuerzo de Nancy Bacelo, y a la voluntad de riesgo de ese editor de raza que era Benito Milla —capaz de arriesgarse con autores casi desconocidos en tiradas de miles de ejemplares— se dio el fenómeno cultural que se conoce como el "boom" de las letras nacionales. Mojones de un largo camino A través de tantas décadas de vida, en la Feria del Libro y el Grabado (que a partir de los años setenta fue también "de Artesanías") hubo muchas iniciativas destacables. Tales emprendimientos tuvieron detrás la mano de Nancy. En primer lugar: el Concurso Literario, de regularidad anual, en el que jurados de prestigio premiaron escritores que luego tuvieron destacada trayectoria como Jorge Sclavo, Cristina Peri Rossi, Cristina Carneiro, Walter Ortiz y Ayala y Hugo Achugar, para nombrar solamente los galardonados hasta los años setenta. Los libros de todos ellos fueron editados por la propia Feria. Otra vía de difusión literaria que ideó Bacelo fue la revista Siete Poetas Latinoamericanos, donde aparecieron textos de los creadores más valiosos de los años sesenta. La revista, al igual que los libros, se caracterizó por el cuidadoso diseño. El auténtico amor por las artes plásticas de la directora, la movió a invitar a participar a plásticos de prestigio. Así fue como tuvieron su estand —donde exhibían sus obras y también trabajaban frente al público— pintores como Anhelo Hernández, Nelson Ramos y Manuel Espínola Gómez, ceramistas del nivel de excelencia de López Lomba, y joyeros-artistas como Piria y Jauregui. Los años sesenta, sobre todo en su primera mitad, fueron pródigos en nuestro medio en materia de búsquedas artísticas. Interpretando con su reconocida intuición esos aires de renovación, Nancy ideó los que llamó "salones de poema ilustrado". Para ello convocaba a poetas y plásticos, a quienes reunía para que trabajaran en común. A veces la obra combinada surgía a partir de un texto literario ya escrito, otras lo hacía desde una imagen predeterminada, pero muchas veces —era lo más fecundo— ambos creadores trabajaban de la mano en el proyecto común. Si bien no todo lo producido en tales circunstancias resultó memorable, sí se lograron momentos de auténtica validez estética. Los jóvenes tuvieron siempre en la Feria un lugar generoso. A través del concurso ya mencionado, donde premiados y mencionados fueron mayoritariamente jóvenes. Pero también porque se daba espacio, todos los diciembres, a muchas iniciativas juveniles. Varias revistas literarias se pudieron difundir desde esa privilegiada caja de resonancia. Durante años tuvo un estand allí la legendaria Los Huevos del Plata, con la que Clemente Padín, Horacio Buscaglia y otros audaces compañeros de ruta generaron desconcierto planteando una postura comprometida políticamente pero a la vez reivindicando a Antonin Artaud, el Conde de Lautréamont y el Surrealismo (para escándalo y desgarrarse de vestiduras de tantos). Más adelante vinieron muchas otras, que fueron significativas culturalmente en diversos momentos, como Opus, Maldoror, Destabanda y Cuadernos de Granaldea. Todas ellas tuvieron un sitial para exhibirse, y la posibilidad de difundir sus propuestas en el clásico teatrillo. Y este apoyo a los emprendimientos juveniles siguió siendo la constante, al punto que en las últimas Ferias del Libro el colectivo de poetas jóvenes Artefato no sólo tuvo un estand sino además un singular papel protagónico en la propia agenda ferial. Una luz en la oscuridad Ha sido especialmente recordada, a propósito de su partida, la valentía e inteligencia con que Nancy Bacelo enfrentó las celadas que le tendieron tantas veces —luego de 1973 y hasta el 84— los servicios policiales de la dictadura. Fue una etapa durísima; en las primeras Ferias, luego del Golpe de Estado, era común la irrupción sin aviso de ciertos personajes que habían cambiado de bando y que venían a "marcar" gente que había que llevar detenida... La primera consecuencia negativa que la nueva situación del país acarreó a la Feria fue su expulsión del atrio municipal. Tuvo que refugiarse en un predio privado: la ex-quinta de Baldomir, que pertenecía a la Asociación de Estudiantes Católicas. Después, en cada uno de esos años, la directora se vio obligada a incursionar en el siniestro Departamento 2 de Inteligencia. Debió pasar por esas "horcas caudinas", porque ése era el único modo de lograr algunos espacios de libertad cultural, y que la censura —ambigua y perversa al mismo tiempo— no desarticulara el esfuerzo de meses de trabajo (y el trabajo real de muchos). Gracias a la valentía, el tesón y la agudeza de Nancy Bacelo, existió en esa década infame del país un remanso para el diálogo, el encuentro y la cultura, que se abría todos los diciembres luego de los acordes del Aleluya de Haendel y del clásico reparto de jazmines a los asistentes. Eficaz gestora cultural Solamente por esa labor, desplegada durante tanto tiempo al frente de la Feria de Libros Grabados y Artesanías, la figura que evocamos tiene un lugar asegurado —de privilegio— en la mejor historia del la cultura uruguaya. Pero hay que destacar, además, su tarea en el ámbito privado en cuanto gestora cultural. Esta tuvo como escenario la Galería del Notariado, coordinando las actividades del teatro y de las salas de exposiciones, así como también charlas, encuentros y debates. Fueron dos décadas de trabajo, las que se reflejan en el rigor y la calidad de las propuestas plásticas que se pudieron apreciar. Y ni hablar en la agenda teatral de la sala, durante todos esos años inobjetable. |
Alejandro Michelena
Nota aparecida en Periscopio Nro. 141, setiembre de 2007.
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