El Tratado de Tordesillas |
En la mesa del comedor Adriana hacía sus deberes. Entre sus deditos, un compás bailó durante una hora tratando de trazar aberturas que la geometría llama ángulos y que el programa exige que los niños distingan entre un cóncavo y un convexo. Con el tiempo solo recordarán el recto. En otro hoja, solucionó dos problemas, que, por fortuna, la vida nunca más le iba a plantear. Además debía estudiar. Sacó de su cartera el libro de geografía para leer los límites con Brasil. Allí estaban los únicos nombres que se pueden recordar: el río Cuareim, el arroyo de la Invernada, cuchilla Santa Ana y la línea divisoria. Ese trazo convencional que separa soberanías y une ganados. Sólo le quedaba leer Historia para poder dormir en paz. Cuando abrió el libro, se quedó un rato contemplando la figura desnuda y sin libros de un niño charrúa. Pasó dos hojas que fueron siglos, para llegar al tema indicado: el Tratado de Tordesillas. Leyó que españoles y portugueses habían hablado con el Papa para dividirse América. Que el Papa Alejandro VI había trazado una línea imaginaria que iba de polo a polo para determinar a quien corresponderían los territorios a descubrir. —iMamá!... ¡vení! —Enseguida querida... ¿qué te pasa? —¿Vos sabes lo que es el tratado de Tordesillas? —¿De qué? —De Tordesillas. —¿Qué estás estudiando? —Historia.., el descubrimiento de América. —¿Eso de Colón y Gaboto? —Adriana..., eso es muy fácil. —Si..., pero lo que no entiendo es lo que hizo el Papa. —¿Qué hizo? —Aquí dice..., que trazó una línea imaginaria... —No sé..., pero ellos siempre fueron muy preparados. —¡Y qué larga!... de polo a polo... ¿cómo habrá hecho? —La maestra... ¿no se los explicó? —No, nos dijo que estudiáramos. —Vos decí lo que dice el libro..., si lo hizo el Papa por algo será. —Pero mamá... ¿cómo es una línea imaginaria? —Eso pregúntaselo a tu padre. —No, a papá, no. —¿Por que no, muñeca? —Hace un rato le pregunté y no me hizo caso. —Estaría cansado. —No, me dijo que la historia no le gusta. —Eso es cierto... él tiene mucha facilidad para los números. — ¡Ah!..., por eso es quinielero. |
Carlos
Mendive
Los Globos
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