Los globos

 
Don Antonio todas las mañanas llegaba a la Escollera Sarandí, venia en un 125 desde La Teja.
Lo que más disfrutaba era, no tener que bajarse en 25 de Mayo y Juan C. Gómez.
Durante treinta y cinco años bajó en esa esquina para que el reloj de Trabucatti lo registrara a las ocho menos cuarto.
En el recorrido algunos le miraban las cañas y su valija de pesca envidiando su ocio jubilatorio, muchos hubiesen querido acompañarlo, con una damajuana de vino para brindar por la muerte de sus jefes.
Don Antonio era una cera abajo de su gorra de vasco, un rostro pétreo, indiferente al sacrificio ajeno.
Sólo, llegaba al destino, cuando se iba acercando a la Escollera veía autos con parejas abrazadas esperando el amanecer, eran hombres y mujeres que necesitaban culminar la noche con el sol.
Sus cortas piernas recorrían el camino con sus brazos ocupados, a su paso, varias espaldas silenciosas lo saludaban.
Siempre se ubicaba en el mismo lugar, como una instrumentista ordenaba sus piezas, mientras colocaba la carnada en el anzuelo empezaba a escuchar, abajo de sus zapatos, el ruido del mar chocando contra el muro, cuando ubicaba la caña entre sus piernas e introducía la carnada en el agua recordaba sus orgasmos.
Éxtasis de pescadores, emoción que consiste en asfixiar criaturas que quieren y necesitan, a veces, por piedad, le introducen un cuchillo entre sus escamas para que el amigo no se mueva más.
A esa península llega, alguna vez, alguien a quien le aconsejaron compensar su neurosis con la paz del pescador, al rato levanta su flamante caña temeroso de contaminar al mar.
Una mañana Don Antonio sintió ruidos extraños en la Escollera.
Cuando volvió su cabeza, vio mujeres que venían corriendo llevando globos rojos y amarillos en sus manos.
Eran hermanas que salieron de mostradores cercanos, recalada de todos los puertos, solución para hombres que bajan con la novelera irresponsabilidad de sus sexos.
Corrían y reían, eran niñas de un recreo lejano, gordas, flacas y negras habían permutado las luces de los mostradores por la brisa del amanecer.
En un momento la Isabel gritó:
-¡Allá vienen!
Con su proa al mar se acercaoa un barco pesquero, en cubierta, amarillos agitaban pañuelos blancos.
-¡Gladys, allá va tu Chan!
-¡Tirale el globo!
¡Chau Chan!... ¡buen viaje!
-Eloísa no seas boba........ no llores.
-¡Traigan dólares coreanos pu..,.!
-¡Cállate loca!
De la escollera caían al agua globos rojos y amarillos despidiendo a amantes zafrales que seguían agitando sus pañuelos blancos.
Cuando el pesquero se hundió en el mar, las «hermanas quedaron en silencio, despacio emprendieron el regreso mientras los globos eran boyas que se alejaban.
En un momento Don Antonio levantó la cabeza, sus ojos inyectados vieron como una bandada de gaviotas rescataban los globos del mar para alejarse rumbo al pesquero.
-Y Don Antonio.... ¿poco hoy?
-¡Nada!..., los globos...

Los globos
Carlos Mendive
Acali Editorial - Montevideo 1979

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