Aunque usted no lo crea los mandos supremos tenían su corazoncito. A los
menores de doce se los privilegiaba con régimen de vista especial.
Esto les permitía estar con los padres cuerpo a cuerpo. Podían tocarlos,
besarlos, abrazarlos, hacerse hamacar, llevarse a caballito, aupar y
contarse cuentos. A los mayores se nos concedía este privilegio una vez
al año. Eran hermosas aquellas visitas en las cuales al recluso no le
alcanzaban los brazos, las palabras, las caricias, y a nosotros las
lágrimas y las ganas de susurrarle las “SELLADAS”. Atesoradas, Esperadas
durante un larguísimo año. Como por ejemplo: “mengano siempre te manda
saludos”,”fulano y fulanito escriben dos por tres”, el cheque de zutano
no falla quedate tranquilo; “no se esperaban el triunfo del NO, no sabés
como andan”. Aunque mas bien que sí sabían. Sentados en un banco de
aquellos con travesaños de madera y parantes de hormigón, rodeados por
todas las ametralladoras de las torretas del perímetro apuntando a la
plaza, más todos los perros militares (no perros policías) sujetos a
correa firme, porque realmente nos odiaban, sumados a una guardia
reforzada, donde un soldado era destinado a pararse detrás del banco
familiar como esperando el ómnibus, pero a lo milico; de piernas y
orejas bien abiertas, enhiesto y con el garrote presto, nosotros todos
disfrutábamos de aquellas inigualables, ojalá irrepetibles, VISITAS
ESPECIALES.
Luego de cada visita, familiares y reclusos necesitábamos de un par de
días para acomodar los corazones maltrechos, la presión, malestar de
estómago, el dolor en el pecho, a veces un malhumor persistente. Era
como mamarse con güisqui brasilero, o fisurarse con pasta base pa´que me
entiendan en los 2000. De pegue y euforia rápidos, larguísima resaca y
adicción obligatoria.
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Primero teníamos visita los mayores, luego los gurises. De esta forma el
que tenía hijos chicos menores de doce, debía esperar un tiempo
considerable para dejar el penal. Mientras la mamá habla con su papá por
teléfono, a pesar de no tenerlo a más de cincuenta centímetros de
distancia, Sandino espera su turno, escarbando, aburrido, en el
pequeñísimo patio abierto del locutorio.
Amanda la temible Gorgona se le acerca sigilosamente por la espalda, y
todos temblamos.-¿Qué hacés nene? Interroga haciéndose pasar por humana.
Sandino sin siquiera mirarla y sin dejar de cavar responde:¬ NADA, un
pocito.¬ La sargento no es mujer de rendirse así porque sí. No ha
llegado a donde ha llegado por darse por vencida precisamente.. ¬ ¿y se
puede saber para qué? presiona. Sandino levantado el centro la clava en
el ángulo. ¬ Pa´ enterrarte a VOS ¬ responde el infanto juvenil de no
más de cinco años de edad.
A la Gorgona las víboras de la cabeza se le erizaron estupefactas. Pero
se bancó un molde.
Para el resto de nosotros, adultos responsables, resultó como el estar
disfrutando de la escena más hilarante de Tiempos Modernos de Chaplin,
bajo el régimen reeducacional de la Naranja Mecánica de Kubrik. La
Gorgona furiosa buscó, buscó y buscó en derredor un par de ojos para
petrificar pero no encontró.
Estábamos todos con Sandino, boquita y ojos con llave ahondando su
inocente pocito justiciero a puro corazón sonriente.
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