Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

Un bocadito digno. El Chicle
De "Pequeñas grandes memorias"
Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

 
 

El chicle.

“Los chicles te hacen mal porque te tiran los dientes y si te los tragás, se te van pegando en la panza y te pueden matar”.

Cuando emergía el imponente busto de la sargento Amanda por la ventanilla, para cantar la lotería familiar a la visita, en el locutorio del penal de Libertad, los allí presentes cruzábamos los dedos y hasta los ateos se encomendaban a todos los santos. Cual gorgona mitológica si la Amanda te miraba directamente a los ojos te podía convertir en piedra. El familiar se arrastraba humildemente hacia la hembra alfa, con la vista en el piso, para comunicarle que a nosotros no nos nombró. “Número tal no tiene visita está suspendido”, y que no se te ocurriera un gesto de interrogación o disgusto. Las razones generalmente o sargenta-mente no se explicaban. Costó realmente poco entender de que era inutil solicitarlas, corriendo el riesgo de incrementar el lapso de suspensión en caso de “PONERSE CARGOSO”. El familiar asumía el castigo como el recluso: inapelable, inexplicable, irrecurrible. ¿Un abrazo (absolutamente prohibidos), quizás, con un compa en el patio?. Una palabra de mas o de menos con un guardia, no levantarse a tiempo cuando la requisa o la inspección diaria, UN CAMBIO DE HUMOR EN EL COMANDANTE por la visita reciente del cuerpo inspectivo de la Cruz Roja, o por una denuncia al régimen en un foro internacional, de Amnesty o de algún político vernáculo, transitoriamente exiliado y trastornado, etc., etc. A la enésima se podían elevar los caminos de los señores pa´ joder a los presos; y a los familiares.

A veces se le comunicaba al familiar la suspensión apenas bajado de la Cita en la entrada misma al penal. Otras, te petrificaba la Amanda después de haber pasado los controles, entregado el paquete, la cédula, un cacho de dignidad cuando te rezongaban y amenazaban por un par de milímetros de pelo largo en exceso que tocara el cuello de la camisa como en el liceo, pollera corta un par de milímetros por arriba de la rodilla, un escote amplio que apenas mostrara un par de milímetros las nacientes nutricias, una foto de cumpleaños de quince donde había cuarenta personas y por un par de milímetros, faltaba al dorso la única firma y cédula de la bisabuela fallecida recientemente.

Número tal no tiene visita está suspendido.

Si había algo en que la inteligencia militar ponía especial énfasis era en la detección, requisa y seguimiento de cualquier tipo de mensaje, comunicación cifrada o clave que pudiera ser introducida clandestinamente por cualquier medio conocido o por inventar, al penal a través de la visita.

Un número de teléfono anotado de apuro a lapicera en el dorso de la mano, un boleto olvidado entre las pelusas de los bolsillos, un trozo de papel de diario como plantilla en los zapatos, pero sobre todo entrar masticando un chicle podía acarrear una suspensión de visita. Cualquiera sabe la cantidad de información clasificada

que se puede pasar camuflada en un chicle masticado y baboseado. (Y eso que por aquellas épocas la tecnología de los microchips estaba en veremos).

Las revisaciones personales eran minuciosas y rigurosas. Los bebés eran despojados de sus pañales, y las primeras visitas femeninas hubieron de mostrar sus paños y tampones ensangrentados. Los hombres para evitar demoras y situaciones enojosas, súbitas, bochornosas netamente testosterónicas (benditas sean las mujeres) llegábamos lo más despojados posible. La vieja, mi vieja, señora cincuentona, solía llegar sobresaliente, intachable. Escote cerrado, pollera sin tajos, nada de alhajas, peinado sobrio, sin maquillaje, mirada de cordero. Las lobas feroces, inclaudicables, no necesitaron nunca de alharacas,. En aquella visita traspasó los controles con el chicle pegado en los postizos, que ni Mata Hari. Sin darse cuenta y sin preocuparse. Pero a la Gorgona nada se le escapaba. Cuando Amanda cantó el número de cuatro cifras, y la vieja largó hacia la ventanilla asignada, las víboras que convertían en piedra la detuvieron llameantes:

- “¿USTÉ ESTÁ MASTICANDO CHICLE?”

-“¿QUIÉN?..

¡ GLUP!

-”¿YO...?”

- “DE NINGUNA MANERA.”

-AHHH !!, me parecía...

-”Pase”

La vieja murió años después, a causa un devastador cáncer de estómago,contra el cual peleó,como no, por más de tres años.

               

Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

De
"Pequeñas grandes memorias"

 

Ir a página inicio

Ir a índice de inéditos

Ir a índice de de Méndez, Luis

Ir a índice de autores