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Moraleja del Ñato y el Verdugo
De "Pequeñas grandes memorias"
Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

Para Osvaldo, mi amigo.

 

Al Ñato, de profesión electricista, vocación artista plástico, religiosamente ateo, anarco-confeso y practicante, lo que más lo jodía era la coherencia, por lo que no era de extrañar que los empleos le duraran muy poco. Diagnosticado desde muy joven como portador; capataces y encargados no daban demasiada bola a esta benigna enfermedad, ya que la vacunación regular y masiva con teflón de necesidad, hacía prácticamente imposible que al resto de los trabajadores se les pegara algo de aquellas enérgicas arengas clasistas y combativas. Si entraba y no había organización sindical había que armarla. Si existía y era “amarilla” tanto peor.

Para ellos.

Adentro o afuera, por las buenas o por las malas se arreglaba la cosa. La familia por supuesto nunca vió con buenos ojos el comportamiento tan anacrónicamente sincero del joven padre de dos hijos. ¿Desde cuando decir y defender siempre lo que uno piensa, da de comer, paga la luz, el agua o el alquiler? En los laburos mientras lo necesitaran (siempre fue un excelente técnico con iniciativa propia, por la que no pasaba factura) lo trataban como a gurí díscolo malcriado, tolerándole algún que otro desplante. Siempre y cuando el quilombo sindical no llegara a mayores. Por esa época enganchó en el frigorífico. Bruto laburo. Pago sobre el laudo, horas extras a discreción, todas las leyes sociales, sindicato decente. Frigorífico en expansión exportando a Medio Oriente oveja a rolete. Un día de esos, observando el rodeo de animales, le llamó la atención el cordero con el cencerro al cuello. Precioso el corderito, bien polenteado, marchando graciosa y mansamente al frente de un nutrido grupo de los suyos. Entonces preguntó y le explicaron que al corderito gordo lo llamaban “el verdugo”. Era el que se encargaba de conducir a los otros corderos al matadero para que llegaran mansos y sin nervios. La carne ovina puede resultar aún más catinguda al paladar si se estresa con el sabor del miedo a la muerte.

Al día siguiente, sin siquiera vestirse con el overol de rigor, colocó mansamente la valija de herramientas en el piso. Saltó la cerca, acarició al verdugo con ternura y lo degolló con el cuchillo de pelar cable.

Moraleja.

Más despreciable aún que un feo carnero alcahuete puede llegar a ser un precioso cordero traidor.

Moraleja II

Los mártires salen caros. (El despido no le alcanzó para pagar el valor del verdugo y nunca más se pudo acercar a la industria frigorífica).
 


Las Piedras - Década de los 80
               

Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

De
"Pequeñas grandes memorias"

 

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