Al Ñato, de profesión electricista, vocación artista plástico,
religiosamente ateo, anarco-confeso y practicante, lo que más lo jodía
era la coherencia, por lo que no era de extrañar que los empleos le
duraran muy poco. Diagnosticado desde muy joven como portador; capataces
y encargados no daban demasiada bola a esta benigna enfermedad, ya que
la vacunación regular y masiva con teflón de necesidad, hacía
prácticamente imposible que al resto de los trabajadores se les pegara
algo de aquellas enérgicas arengas clasistas y combativas. Si entraba y
no había organización sindical había que armarla. Si existía y era
“amarilla” tanto peor.
Para ellos.
Adentro o afuera, por las buenas o por las malas se arreglaba la cosa.
La familia por supuesto nunca vió con buenos ojos el comportamiento tan
anacrónicamente sincero del joven padre de dos hijos. ¿Desde cuando
decir y defender siempre lo que uno piensa, da de comer, paga la luz, el
agua o el alquiler? En los laburos mientras lo necesitaran (siempre fue
un excelente técnico con iniciativa propia, por la que no pasaba
factura) lo trataban como a gurí díscolo malcriado, tolerándole algún
que otro desplante. Siempre y cuando el quilombo sindical no llegara a
mayores. Por esa época enganchó en el frigorífico. Bruto laburo. Pago
sobre el laudo, horas extras a discreción, todas las leyes sociales,
sindicato decente. Frigorífico en expansión exportando a Medio Oriente
oveja a rolete. Un día de esos, observando el rodeo de animales, le
llamó la atención el cordero con el cencerro al cuello. Precioso el
corderito, bien polenteado, marchando graciosa y mansamente al frente de
un nutrido grupo de los suyos. Entonces preguntó y le explicaron que al
corderito gordo lo llamaban “el verdugo”. Era el que se encargaba de
conducir a los otros corderos al matadero para que llegaran mansos y sin
nervios. La carne ovina puede resultar aún más catinguda al paladar si
se estresa con el sabor del miedo a la muerte.
Al día siguiente, sin siquiera vestirse con el overol de rigor, colocó
mansamente la valija de herramientas en el piso. Saltó la cerca,
acarició al verdugo con ternura y lo degolló con el cuchillo de pelar
cable.
Moraleja.
Más despreciable aún que un feo carnero alcahuete puede llegar a ser un
precioso cordero traidor.
Moraleja II
Los mártires salen caros. (El despido no le alcanzó para pagar el valor
del verdugo y nunca más se pudo acercar a la industria frigorífica).
Las Piedras - Década de los 80
|