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Hansel y Gretel
De "Pequeñas grandes memorias"
Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

 
 

A pesar de contar con un ilustre y difícil de pronunciar apellido gringo, al papá de Hansel y Gretel no le pagan un peso de más por el metro de leña arrancada a los montes en interminables jornadas de luna a luna.

Conoce mejor el vasto monte indígena que su ranchito de dos piezas.

La mamá en tanto, reparte su tiempo entre la crianza de la numerosa prole y el lavado para afuera.

No hay con que darle a la diaria manutención de esas panzas insondables que chiflan todo el tiempo.

Y como manera de agrandar los ingresos no hubiere, la familia achicarse debiere.

A los más pequeños los dan.

A Hansel y Gretel ya mayorcitos, a falta de un bosque desconocido y terrible donde perderlos, los embarcan en un tren.

“Deme dos hasta donde alcance”-solicita el padre en la estación.

Gretel sin moverse siquiera una vez de su asiento logrará arribar a- “Central la próoossssimaaaaa”-.

De ahí en más la vida le deparará un orfanato estatal, empleo, un matrimonio decoroso sin hijos, y una tristísima aversión por los trenes.

De Hansel no sabrá nunca más, a partir del mismo momento en que le diera licencia para ir al baño.

Pero quién sabe... .

Ella no pierde las esperanzas.

Quién le diga que un día cualquiera, en la calle o en el almacén, se tope con un rechoncho señor desconocido que la apriete en un largo y efusivo abrazo.

Porque las brujas malvadas terminan siempre en la hoguera. ¿O no?

Hansel tenía siete años y Gretel diez.

Rivera—Montevideo, década del 30.
               

Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

De
"Pequeñas grandes memorias"

 

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