Y un día llegaron ellos.
Inexorables como la muerte.
Pisando y pateando fuerte.
“¿Que mierda hace mi tío Chiquito a las tres de la madrugada a los pies
de mi cama conminándome a los gritos a que me levante, y de prepo?
Obnubilado por telarañas de lagañas y una lamparita de cuarenta que lo
ciega con la potencia de un reflector interrogador, en acomodando las
pupilas y desembotando el juicio, compone una imagen primaria en la cual
el “tío Chiquito” esgrime una calibre cuarenta y cinco, que le esta
embocando directamente a la cabeza.
Hacia su costado izquierdo una negra y brillante nueve milímetros le
habla al oído, blandida firmemente por un morocho vestido de saco y
corbata, pelo y bigote impecables.
“Levántese, fuerzasconjuntas” repiten ambas machaconamente.
Lamentablemente pesadilla no es.
Demasiado frío y duro el metal se siente, y las voces acostumbradas a
mandar no suenan en absoluto difusas.
Se levanta como no, faltaba más, escoltado por la 45 y la 9 mm.
Mientras el “tío Chiquito” lo acompaña hasta el rellano de la escalera,
(se trata de un operativo en una cooperativa de viviendas por ayuda
mutua, del tipo dúplex, dormitorios arriba y cocina americana en la
planta baja) el morocho impecable interroga como si no supiera:
- “¿Cuantos en el dormitorio de al lado?” Sólo el hermano de diez años
confiesa prestamente el cagón, porfavornolodespierteessolounniño.
El morocho haciendo caso omiso de su presto colaboracionismo se manda
impetuosamente al cuarto de al lado haciendo rechinar los goznes de la
puerta.
¡La puta, cuanto hace que sabe que tiene que ponerle aceite!-
*****
Lloverían más tarde las inevitables especulaciones entre vecinos y
familiares sobre si el morocho habría sufrido o no un ataque de
compasión ante el pichón de subversivo que cursaba quinto de escuela.
Pero no.
No fue compasionitis.
El tiempo confirmaría que vinieron con el dato exacto. Por eso el
hermano dormiría de un tirón hasta las nueve, gracias al batidor, pero
por sobre todo gracias a su pesado sueño de niño.
Llegados al rellano, él, la cuarenta y cinco (que no lo pierde de vista)
y el “tío Chiquito”, un flaco pelo crespo que espera abajo, atravesado
por una ametralladora dos veces su tamaño, lo reinvita para que
descienda.
El flaco ametrallado lo hace acordar a “Murmullo”, aquel personaje que
aparecía en la historieta de Dick Tracy, el de la boca retorcida. Nunca
sabrá si por un defecto congénito o por odio.
Nobleza obliga, en ningún momento lo tocan o lo insultan, nada más lo
apuntan de cerquita. En la planta baja el viejo está parado, manos
arriba de cara a la pared, piernas separadas. En camiseta y calzoncillos
de algodón industria uruguaya marca La Aurora, que para algo era un
textil.
De ñata contra la fría puerta de chapa de la heladera, está la vieja.
Decente, en salto de cama, sentadita en una de las banquetas de cármica,
asiento convexo y patas de hierro, que no le gustaban porque eran muy
frías.
La mirada vidriosa.
Valiente la uruguaya, no se le cae una lágrima.
Hay más soldados de la patria rodeando a los viejos. Por lo numerosos,
cualquiera los podría confundir con un comando israelí trás Goebbles, o
con la KGB tras Míster Bond. Y aún disfrazados de civil, transpiran
milicia y efectividad.
Dan vuelta la casa patas arriba ,pero al retirarse dejaran todo como
estaba,e increíblemente no se robaran nada.
Sólo al viejo.
*****
El morocho impecable da un par de órdenes en voz baja y los milicos se
mueven
A la vieja le piden “ señora un pañuelo grande, un repasador también
sirve”.
Y con el viejo se va el repasador de la cocina vendándole los ojos, ya
que no de capucha. Afuera se oyen golpes de puertas de autos que se
abren y cierran con cierta violencia. La última orden es para él y la
vieja. No deben asomarse ni moverse por diez minutos contando a partir
del momento en que la fuerzasconjuntas dejen la casa. Un último portazo.
Desde la calle les llega el sonido de automóviles encendiendo, ruedas
chirriando perdiéndose en la noche, que vuelve a la normalidad con
ladridos de perros insomnes y sirenas
lejanas.
*****
El viejo, sindicalista de base de toda una vida, le había dicho apenas
nomás ayer que confiaba en él para hacerse cargo de la familia por si le
pasaba algo.
Confianza que le resultó harto desmesurada.
¿Que peligro podría representar para las todopoderosas fuerzas armadas
un veterano cuyo mayor pecado consistía en hacer colectas para otros
sindicalistas presos, que ni siquiera pertenecía a alguno de los
(proscriptos) partidos grandes de izquierda, que no era tupa, bolche,
lata, trosco, anarco ni chino, y que se había llamado a riguroso retiro
como el cangrejo bajo la piedra esperando capear el vendaval?
Pero los tiranos, saurios por naturaleza, son dados a devorar todo
aquello que los ofenda o teman por pequeño que sea.
Cuestión de mantenimiento de la especie, enseñan los darwinistas.
Cuestión de vida o muerte, ¿enseñaba?, el Comando Sur en La escuela de
las Américas en Panamá.
Y por una cuestión de excesiva confianza pasó, de mirón, a protagonista,
de la más larga maratón uruguaya de resistencia cívica de los tiempos
modernos.
Tiempos que arrimarían múltiples y férreas solidaridades, nónimas y
anónimas, y algunas ausencias que la razón entendería pero los corazones
no. Tiempos que pondrían a prueba tenacidades e integridades, sometidas
a dolores y humillaciones de esas que templan o rompen, de las que
marcan para siempre. Al viejo sindicalista para sacarle el diablo del
cuerpo (que siempre es subversivo) se dejara de colectas y de juntarse
con quién no debía, lo desaparecieron tres meses y lo pasaron por la
máquina como era de estilo. Luego lo aparecieron y le tiraron en primera
instancia el artículo 60.5,”asistencia a la asociación”, según el
abogado militar, VEINTICUATRO MESES DE PRISIÓN EXCARCELABLE. El fiscal
militar pidió cuatro años y un magnánimo juez militar, por las dudas, le
encajó siete años de Libertad. Pero preso, por el artículo 60.6
“asociación para delinquir”.
Y a ellos, les tocaron siete años presos de Libertad a razón de
comparecer noventa minutos mensuales.
Cuarenta y cinco, ni uno más ni uno menos (más bien tirando a menos)
cada quince días.
No faltaron nunca a la Cita.
Mal que le pese a quién corresponda, debe saber que resistieron. Los
pequeños mamíferos sobrevivieron.
Crecieron y se multiplicaron.
Aunque mutaron.
Los ojos que le brotaron en la nuca, propios y ajenos, aún hoy, no hay
manera de cerrarlos.
Montevideo 27 de noviembre de 1977 hora 03.00
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