ENRIQUE MENA SEGARRA |
Historiador, docente, director del Museo Histórico Nacional. |
Es un señor delgado y más bien pequeño, que se sienta en su imponente escritorio rodeado de tesoros incalculables: cuadros de Figari o Juan Manuel Blanes, piezas y originales de documentos históricos que emocionan apenas con nombrarlos. Pero esos bienes no le pertenecen; son una breve muestra de los contenidos del Museo Histórico Nacional. Celiar Fernando Enrique Mena Segarra, quien sabe por zorro y por viejo, es consciente de que apenas está de paso entre esas riquezas. Cuando habla es breve, contundente, denota buen talante y humor sutil. En medio de un paseo por el siglo XX concluye: "Me alarma el descenso del nivel cultural de los uruguayos, aunque no es un fenómeno local sino mundial. La juventud no lee, confía su formación a otros instrumentos menos sólidos. El hombre de hoy ha tomado como fines a cosas que sólo son medios: la televisión, las computadoras". ¿Usted es blanco, verdad? Sí, es notorio. ¿Ser blanco y del Partido Nacional son la misma cosa? No son exactamente la misma cosa, aunque hoy la diferencia entre ambos conceptos se ha borrado. ¿Y cuál es la diferencia que se ha borrado? Ser blanco es una tradición que aparece con el país independiente. Tiene relación con ciertos valores y actitudes, más que con elementos programáticos. El Partido Nacional surge, como es notorio, en 1872 dentro de una renovación general de la vida política, que le da una relativa relevancia a lo organizativo e ideológico. Hubo tiempos en que hombres como Javier de Viana, por ejemplo, decían: "Yo soy blanco pero no del Partido Nacional". Usted habló de valores y actitudes de blanco; ¿cuáles son? Reivindica los valores criollos, los valores que podemos decir más tradicionales, aunque el tradicionalismo es una tradición y el antitradicionalismo también lo es. Es una actitud poco ideológica, más arraigada en entender por contraposición dialéctica con lo colorado. Eso pasa con muchas realidades, que sólo se dividen dialécticamente. ¿Y cuál es la génesis de lo colorado? ¿Qué lo diferencia de lo blanco? Los partidos se definen y adquieren tendencias -que no son absolutas- durante la Guerra Grande (1839-1851). Pero en ella también hay una inversión de roles: Rivera era un caudillo fundamentalmente rural, pero el Partido Colorado durante la Guerra Grande se urbaniza, se convierte además en un partido que simpatiza más con los inmigrantes que el Partido Blanco. ¿De alguna forma los blancos expresaban en el siglo XIX los valores e intereses de la primera inmigración, la del siglo XVIII por ejemplo? Puede admitirse que en su origen fue un partido patricio urbano que en la Guerra Grande se ruralizó. Muchos de ese patriciado acompañaron al gobierno de Oribe durante el sitio de Montevideo (1843-1951). ¿Aparicio Saravia expresa los intereses rurales? No en un sentido estrictamente economicista, sino más bien de valores vitales. Sus luchas fueron luchas por la libertad; y por lo que aquellos hombres de campo entendían por libertad dentro de una sociedad que estaba cambiando rápidamente. Ellos no lo ignoraban. Era una búsqueda de libertad política. Los movimientos de Saravia no fueron reivindicaciones sociales; de hecho no los hubo nunca en el siglo XIX en nuestro país, como sí los hubo por esas fechas por ejemplo en México. ¿Saravia representó la eterna actitud defensiva de la cultura rural contra el avance de la ciudad? No se puede decir que hubo una lucha entre el campo y la ciudad, sino con muchas modalidades y matices. Pero esa oposición campo-ciudad es una constante en la historia de muchos países. Cierta vez el escritor peruano Mario Vargas Llosa preguntó cuándo se jodió el Perú?. ¿Usted cree que Uruguay se jodió alguna vez? No. El nuestro es un gran país, lo digo con énfasis y con profunda convicción. Hay quienes reniegan de él, que sueñan con modelos y países que no nos llegan ni a la suela del zapato. También están los reaccionarios que sueñan con un regreso a la Edad Media. ¿Es la irrealidad que generan las ideologías? Sí, absolutamente. La mejor manera de no comprender una realidad es filtrarla a través de una ideología intransigente, que da respuesta a todo... Cuando la teoría contradice los hechos, peor para los hechos. Es la típica postura ideologizada ¿La guerra civil de 1904 definió una forma de país? Sí, creo que el siglo XX uruguayo empieza en 1904. Un país posible -el bando ganador- ahogó a otro país posible. El país portuario, el de una ciudad, impuso sus valores y su sistema económico a toda la sociedad, aun con todos los matices que eso conlleva. Hablo de tendencias generales. Fue algo que se podría tomar como inevitable, pues el mundo marchaba en esa dirección. Europa, agotada por dos guerras y políticas económicas cerradas, se abrió e integró tras la segunda guerra; probó la receta inversa. El mundo experimentó entonces un desarrollo vertiginoso de la producción y el comercio. Pero Uruguay cerró su economía (aunque el proceso se había iniciado antes, en la década de 1930). ¿No nos dañamos irremediablemente al ir a contrapelo del mundo, como también lo hizo Perón en Argentina, u otros gobernantes latinoamericanos? No hay más que pensar en la prosperidad mundial de la década de 1960, que coincidió con nuestra crisis. Uruguay ha renunciado hoy a una autarquía imposible y busca un nuevo camino que es la integración; es un camino inevitable. Aislados en el mundo simplemente morimos. Uruguay -también Argentina- hizo mucho dinero durante la segunda guerra mundial. ¿No dilapidamos esa fortuna con el impulso estatista y autárquico que expresaron por ejemplo Luis Batlle y Perón? El gobierno adquirió empresas inglesas pagándolas muy por encima de su precio. En el caso de Uruguay era la única manera de cobrar los 17 millones de libras que debía Gran Bretaña, que estaba arruinada por la guerra. Hubo que tomar los fierros viejos, como decía Luis A. de Herrera. Pero creo que gastamos imprudentemente, sin una visión clara del mundo que nos rodeaba y sin avizorar las perspectivas del porvenir. Había jubilaciones para personas de 30 o 40 años, créditos con intereses negativos, empresas que producían bienes de baja calidad a precios exhorbitantes y una serie de milagros" por el estilo. Fue uno de los errores más grandes que cometió Uruguay. Esa pretensión de autarquía sólo se podía mantener en una campana de cristal: tarifas aduaneras que protegieran industrias antieconómicas. Los dirigentes de los últimos años han apostado a otra cosa, a la calidad en producción y servicios. ¿A la postre José Batlle y Ordóñez fue malo para el país , o lo fue la interpretación que hicieron de él las batllistas de las décadas de 1940 y 1950? Eso sólo se puede contestar comparativamente. Uruguay pudo gastar aquella riqueza a la manera centroamericana, por ejemplo, concentrando la riqueza en una reducida casta privilegiada. El batllismo optó por la distribución, a través de la acción predominante del Estado. Eso fue bueno para la sociedad uruguaya: mayor justicia, aminoramiento de las tensiones sociales. Ello explica la casi nula relevancia que tuvo la izquierda en la primera mitad del siglo XX. ¿Esa opción distributiva a través de un estado grande -no por ello necesariamente fuerte- y una economía en desarrollo, era viable en el largo plazo? Hicimos un Estado gordo, y todos saben lo que significa la obesidad para el ser humano... ¿Encuentra algún saldo positivo a la dictadura establecida entre 1973 y 1985? Me resulta muy difícil encontrar alguno. Pero revalorizamos el valor de las garantías y derechos de la democracia. Sí, como secuela. Nos dimos cuenta -aunque un puñado de gente aún se niega a verlo- que las llamadas "libertades burguesas" o "formales" no son ni burguesas ni formales; son libertades a secas. El retroceso en ese aspecto, política y éticamente, es negativo. Nada muy bueno se puede realizar sobre la base del cercenamiento de esas libertades. Las sociedades totalitarias no tienen mecanismos de auto-corrección. La dictadura se permite lujos imposibles, como prescindir -mediante el silenciamiento interno o el exilio- de elementos valiosísimos de la sociedad. En aspectos tales como la educación todavía lo estamos pagando. Se instaló un Estado que, en ciertos aspectos, fue tan totalitario como el que más. Censuró hasta la designación de los administradores de un edificio de apartamentos o los directivos de un club de bochas. En un país que se preció desde sus orígenes coloniales de una idea de igualdad, la dictadura nos clasificó en categorías A, B y C. Nos dieron a cambio algunos puentes y represas, pero a un precio demasiado alto. El riesgo del olvido y el descenso del nivel cultural ¿No corramos el riesgo del olvido? La mayor parte de los jóvenes de 25-30 años tiene recuerdos muy escasos de la dictadura 1973-1985. Es un gravísimo riesgo porque -al decir de Juan Pivel Devoto- hoy día se vive un presentismo histérico. Sólo vale el dato presente. La ignorancia y el olvido encierran el riesgo de caer nuevamente en la tentación totalitaria. ¿Cuáles son las notas salientes de este periodo posterior a la dictadura? La restauración de las libertades. El gobierno actual, por ejemplo, es el menos represivo que yo recuerdo en todo lo que he vivido. Durante el gobierno de Luis A. Lacalle (1990-1995) se inició un sinceramiento económico -el modelo que regía ya no era viable- y la adopción de medidas concluyentes que condujeron hacia otros caminos. La falta de memoria es peligrosa. A lo bueno nos acostumbramos con mucha facilidad. El Estado benefactor nos malacostumbró. ¿Aquel Estado benefactor de mitad de siglo, y luego la dictadura, no mataron ciertos instintos básicos, como la iniciativa individual? Nos hicimos llorones y pedigüeños, nos habituamos al paternalismo. Eso es casi una característica cultural del uruguayo. ¿Usted cree, como sostienen algunos, que el éxito del Frente Amplio radica en que implícitamente está reivindicando el viejo Estado batllista? Lo creo así. El componente batllista, convertido en una característica cultural, se expresa más en el Frente Amplio que en el Partido Colorado de hoy. Pese a las ventajas del sistema democrático restaurado en 1985, ¿no hay algo que le haga sonar ciertas alarmas? Sí: como docente me alarma el descenso del nivel cultural. Pero no es un fenómeno local sino mundial. La juventud no lee, confía su formación a otros medios que no tienen la solidez e incentivo de la meditación que da el libro. El hombre de hoy ha tomado como fines a cosas que sólo son medios: la televisión, las computadoras. ¿La democratización cada vez más amplia de la información y de la educción, empareja el nivel hacia abajo? Si, pero toda sociedad -sea democrática o totalitaria- se ha preocupado por la formación de sus propias elites. Las elites son imprescindibles. Pero no veo cómo y dónde se está formando en este país en la actualidad. ¿Hay cambios drásticos en la escala de valores, vivimos una suerte dé cultura de lo instantáneo? ¿La falta de mirada hacia atrás y hacia el futuro nos está quitando sentido de lo trascendente? Sin duda, porque nos desarraiga de nuestro pasado. Sin su conocimiento no tenemos personalidad y somos nadie. El camino hacia el estancamiento de un país ¿Hubo algún año o hecho absolutamente decisivo para la suerte de Uruguay durante el siglo XX? En mi opinión fueron los años de la segunda guerra mundial (1939-1945). Nuestro involucramiento militar fue apenas anecdótico, como el hundimiento del Graf Spee en 1939, el hundimiento de algunos mercantes o la declaración de guerra de Uruguay a Alemania cuando el conflicto expiraba. Pero en ese período se rompió el esquema en el cual se había desarrollado Uruguay hasta ese momento, el esquema mundial regido por Gran Bretaña, en el cual nos inscribimos en el último cuarto del siglo XIX. Durante la primera década del siglo XX Uruguay en el sitio del mundo, fuera de Gran Bretaña, con mayor capital británico invertido per cápita (40 libras). En la India, pieza clave del Imperio Británico, la inversión per cápita era menor a 3 libras. Esa prosperidad le permitió a Uruguay financiar las reformas de la era batllista, reformas muy caras. Habíamos tenido posibilidades de prosperidad sólida dentro de ese marco. Si bien el predominio británico venía resquebrajándose, la segunda guerra le dio el golpe de gracia. Uruguay se vio a la intemperie, dentro de un orden nuevo regido por Estados Unidos, en el cual perdió los nichos comerciales clásicos, que le habían permitido desarrollarse. Entonces cerramos la economía, a contrapelo del resto del mundo. No supimos qué hacer en medio de esa nueva realidad. En 1955, a diez años de finalizada la guerra, era visible una crisis estructural, con descontento social, inadaptación económica y surgimiento de la sublevación armada de una parte de la izquierda que -desde mi punto de vista- nos conduce hacia la dictadura (1973-1985). Soy de los que piensa que sin el movimiento tupamaro no habría habido dictadura. En 1963 o 1964, cuando se iniciaron, no se venía ningún golpe de Estado. Si se analiza la documentación tupamara de aquella época, corno las "20 preguntas a un tupamaro" y todo eso, no hay referencia alguna a que nacieran como movimiento de resistencia ante un eventual golpe de Estado, como se sostiene ahora. Perfil Enrique Mena Segarra Historiador 66 años Celiar Fernando Enrique Mena Segarra (Montevideo, 1934) es blanco y no lo disimula. Su abuelo y tíos abuelos Mena pelearon junto a Aparicio Saravia en las guerras civiles de 1897 y 1904. Por cuatro décadas (1959-2000) se desempeñó como profesor de historia. Fue director del Instituto de Profesores Artigas (IPA) en 1990-1995. "Entonces no hubo ocupaciones", dice con orgullo. Desde abril de 2000 dirige el Museo Histórico Nacional. Es autor de varios libros y recopilaciones, entre ellos una suerte de best-sellers de historia. Aparicio Saravia - Las últimas patriadas (1977), con varias ediciones. Otros títulos: Colección Nuestra Tierra - Fronteras y límites, 125 años de historia, que es una historia de la Asociación Rural del Uruguay; Las banderas de Aparicio y otras historias; una recopilación sobre los orígenes de la Universidad de la República; y varias recopilaciones para la Cámara de Representantes: una de documentos relativos a José Batlle y Ordóñez, otra sobre los orígenes de la Guerra Grande (1839-1851), y una edición de obras y discursos de Luis Alberto de Herrera. |
POR M. ARREGUI y A. SÁNCHEZ VARELA
de la redacción del Observador
31 de diciembre de 2000
Ir a índice de ensayo | Ir a página inicio | Ir a mapa del sitio |