Lo bello y su expresión temporal |
Desde que Baumgarten bautizó a la filosofía de “lo bello” con el nombre de estética, sé han multiplicado las direcciones sobre estos problemas valorativos, tan esenciales y tan intrínsecos al hombre. Es decir, hoy día nos encontramos con una rama del Saber, la Estética, que sin estar exhausta da la sensación de lo exhaustivo: sin conocerla completamente, ya desde sus umbrales da un panorama de angustia y desencanto, que en un primer momento nos hace encontrar perfecta la posición de C. Lange que habla del autoengaño consciente como característica esencial de lo bello. El hombre necesitaría engañarse con ilusiones que tienen por base realidades externas, pero que producen en su alma choques y emociones estéticas que existen únicamente en su alma y nunca son productos de algo paralelo que resida en el objeto mismo. Podrá preguntarse la relación que existe entre la angustia frente a la esfera de lo bello y nuestro fingimiento de que en una obra de arte no existe algo real, para que merezca llamarlo así, con esa palabra: arte. Si desde un primer momento, desde un primer contacto con la estética o con lo bello, vemos que es ¡una vivencia que la podemos aprehender por el camino de la emoción y nunca por el camino racional (al menos impresiona así) y nos desesperamos frente a esa aprehensión, que es fluctuante como toda emoción, que depende de mil circunstancias, enseguida golpeamos como ante una puerta salvadora en la negación de lo bello como realidad externa. Estaríamos dentro de la estética de Conrado Lange, lo bello se haría así como una facultad o posibilidad del alma humana. Frente a lo temporal nos hallamos en una actitud parecida a la que tenemos frente a lo bello. Al tiempo podemos llegar a experimentarlo por el camino de la intuición afectiva; todo otro conocimiento racional del tiempo que podamos tener es un conocimiento metafísico, pero no “vivido”. Llegamos al tiempo como realidad suprasensible pero previamente tenemos que arrojarlo como realidad psíquica propia, nuestra, transcurrida. Aquí podemos sentar un principio fundamental: lo bello y lo temporal son inexperimentables en su propia esencia. Al mundo de los valores, al que pertenece lo bello, se Uega por un acto en que se afirma lo humano, y el tiempo separado de su posibilidad; pragmática, es el canino que permite esa comunicación entre el hombre que aprehende y la región de los valores, es decir de lo estético. Lo bello se nos da por el tiempo y esa es su única comunicación y la única dependencia que tienen entre sí. Viendo dentro de lo estético a la poesía, y haciendo abstracción de todas las otras formas que puede tomar lo bello, vemos que participa plenamente de esa posibilidad de dársenos únicamente a través del tiempo. Paul Valery decía de la poesía que “es un ensayo de representar o de restituir por medio del lenguaje articulado, estas cosas o esta cosa que intentan expresar oscuramente los gritos, las lágrimas, las caricias, los besos, los suspiros, etc.; y que parecen querer expresar los objetos, en lo que de apariencia de vida o de diseño supuesto tienen”. De aquí sacamos que la poesía, más que ningún otro arte, tiene el poder o la facultad de lanzar impactos emocionales al espíritu del lector u oyente, quedando y permaneciendo ella, exhausta de eso que se encuentra en las obras de arte pictóricas, arquitectónicas, etc., y que pueden producir la “Einfühlung” de que hablaron Vischer y Lotze. El poema no da lo bello como comente de simpatía de unión, sino que en el poema claramente se ve que hace únicamente una labor de instigación en la psiquis del que oye o lee, lo bello no es recibido, sino que se genera en su alma. Lo que pasa es que casi siempre las emociones entre el poeta y el lector se corresponden, son paralelas, de ahí la confusión de una posible comunicación real. Ese darse de lo bello en lo poético, ¿tiene alguna relación con el tiempo? Sí. Ya lo dijimos, uno es comunicación o camino del otro. Pero el tiempo humano, o mejor dicho el tiempo del hombre, que es el que aquí nos interesa, está fuera de nosotros o corre dentro de nosotros como un arroyo entre un cañaveral. Alguien ha dicho que en la poesía “no se trata de impresionar por la exposición más o menos patética de un suceso, sino de conmover tan íntimamente como el mar calmo, grandioso, trágico, o un gran drama mudo representado por las nubes debajo del sol”. Siendo así lo bello, y estando allí presente, ¿dónde estaría el tiempo, lo temporal humano? ¿Ese drama de las nubes, el sol y el hombre, excluye al tiempo o es su posibilidad? Las nubes, el sol y el hombre están en el espacio, en un espacio X pero real. Ahora bien, según una corriente de filósofos, consideran al tiempo como el “ser” del espacio. El tiempo “siendo” es el espacio. Las nubes, el sol y el hombre son un drama que se produce, digamos así, en una emoción de cuyo sedimento puede salir un poema. El poema ha destilado las fuerzas ¿racionales del universo, que nunca toman conciencia de sí, y Se desparrama, se manifiesta, se deja aprehender en el tiempo. El poema en el plano sensible se hizo realidad en un espacio donde existían la nube, el sol, el hombre; y el poema o lo bello, se da en poema en el plano suprasensible donde existe el tiempo, vía o cántaro de su manifestación. Lo poético y lo temporal cambian con el espíritu del hombre en sociedad, cambia su apreciación en las distintas edades. Podemos decir que el hombre ve lo poético y lo temporal en un estado de evolución, o mejor dicho, el hombre fue evolucionando juntamente con lo bello y con lo temporal. El poeta quiere llegar a la imagen y a la palabra; allí se detiene, ya no busca, ha llegado al fin de su “horrible trabajo’', como diría Rimbaud. El hombre se sumerge en el tiempo y no encuentra nada porque no es contenido sino contentor, porque jamás es término de nada, sino que es realidad, su esencia de tiempo se va creando en cada ser humano. El hombre crea al tiempo y es creado por éste. Paul Valery quería escribir una historia de la Literatura sin mencionar a nadie, “concebida como una historia del espíritu”. Esa sería la historia más clara del fenómeno estético-literario y del fenómeno temporal. Uno en otro. La emoción humana bajo la forma de lo bello en un perpetuo devenir desarrollando al tiempo a través de esa literatura ya ajena a todo nombre o a toda particularidad. ¿Esta relación, esta unión entre lo temporal y lo bello, es excluyente? ¿Existen mutuamente rodeados por el vacío? No, el tiempo en el cual somos y existimos, es el elemento aglutinante entre el hombre y el mundo exterior, es la rueda-engranaje que une al hombre con lo que existe. Imaginemos un hombre y un mundo sin tiempo, no tendrían entre sí ninguna comunicación, el hombre se sentiría ajeno a ese mundo sin tiempo, y no representaría nada para él. El tiempo es el elemento gue une a lo psíquico y lo físico, es el camino de todo porque es un perpetuo devenir. Lo bello es una de las formas del ser, por eso no es elemento excluyente en su relación con lo temporal. Haciendo un examen de todas las manifestaciones de los valores, veremos que tienen la misma relación con el tiempo, que la relación que tiene lo bello. El tiempo rodea a lo bello y lo traspasa. Ahora estoy leyendo un poema y sé que no puede escapar del tiempo. Lo mismo sucede con el Pensador de Rodin. Pero un amanecer que también es bello y no tiene ninguna relación física con el hombre, ¿escapa al tiempo o no? Estaría por decir que allí está él tiempo. Todo lo bello que existe en la naturaleza, sin pasar por el filtro de sus manos que lo transforme en eso, en arte humano, tiene un cierto carácter de alianza con el tiempo. Cuando observamos el mar y lo encontramos enorme, bello, lo sentimos como consustanciado con el tiempo, por eso cuando pensamos en el mar le damos un carácter de eternidad. Todo lo bello que existe naturalmente es aliado perpetuo del tiempo y cumple dócilmente su alianza. En cambio el hombre es el único que pretende oponerse al tiempo. Son los dos grandes enemigos y ¿qué es la historia humana, sino puntuaciones de esa lucha? Lo único que se resiste al tiempo es el hombre. Los veo como en una carrera, el tiempo apelando al. movimiento para perpetuarse, y el hombre apelando a la creación para eternizarse también, y uno y otro se engendran mutuamente hasta desembocar en las playas infinitas donde el tiempo es atemporal y el hombre es ahumano. Lo bello creado por el hombre y lo bello desarrollado en el tiempo, en la naturaleza son muy diferentes. Lo bello que existe en una noche estrellada tiene una sublimidad inhumana que dudamos entre pensar si halló la forma de descifrar la Esfinge, o es el instrumento del tiempo, dios terrible y narcotizante que le da solemnidad y belleza porque le quitó personalidad. En cambio el arte humano es aliado del hombre; un poema, un brazo de mármol, son aliados del hombre en su lucha titánica con él tiempo, tienen el sello del hombre, su ardor, su pasión, su libertad, su rebeldía, su angustia. Un romance medioeval tiene todo lo humano, “comienza como un ex-abrupto y termina como por sorpresa”. Tiene la misma angustia que el hombre y su misma belleza. El hombre es lo único en el cosmos que pretende sustraerse al tiempo, todo lo demás es un instrumento en sus manos. ¿Cuál es el aguijón que arroja al hombre contra el tiempo? Es, como decía Unamuno, la sed de inmortalidad; la ansia tanto que todo lo bello que sale de sus manos lleva ese deseo propio de ser inmortal. Un poema tiene en sus entrañas el deseo propio de ser inmortalidad; una flor, un río le son indiferentes. El Partenón es como un grito de inmortalidad, en cambio el Aconcagua, aun cuando lo viésemos hirviendo en llamas, es ajeno, aun en la contemplación estética, al deseo de perdurar. El arte, para el hombre, es un arma que usa para combatir al devenir, trata de coagular el río del tiempo con la belleza; en cambio la naturaleza tiene lo bello como imán y máscara que atrae al hombre y le muestra lo sublime para que nunca desmaye al conquistarla. De todo esto llegamos a decir que el tiempo, lo temporal, se opone al arte humano, lo hace devenir como queriendo avisarle de una belleza que no es bella todavía, porque así como el hombre no ha vencido al tiempo, su arte tampoco lo venció. Hay objetos de arte, obras de arte, que parece vencieron al tiempo; por ejemplo, la Ilíada, los Mahabarata, las Meninas, pero no son supremas, son jalones que perseveran, son, como decía anteriormente, coágulos de tiempo, coágulos de épocas coágulos de razas, coágulos de hombres. ¿Cuál es la acción del tiempo sobre lo bello de la naturaleza y lo bello del arte-humano? La desaparición de lo bello en la naturaleza, el tránsito de una puesta de sol a la noche (esto es muy relativo porque todas las teatralidades de la naturaleza son bellas, o sublimes, como quiere Kant) significa un declive, un ocaso, un fenómeno que transcurre sin dejar rastro. En cambio una obra de arte que deja de ser tal por cualquier causa no es un fenómeno sino una derrota a la inmortalidad. El arte ¿a dónde nos lleva? Lo bello ¿a dónde nos conduce? Nos conduce a lar detención del tiempo, donde el hombre vence. Es conducido a la contemplación de lo estético (el poeta a la palabra, el plástico a la forma), donde existe el tiempo perenne. Lo bello ¿no podría ser tiempo estancado? El poeta va por una escala a los sitiales donde existe la imagen, allí la toma, la aprehende y vuelve a lo dinámico. Vemos un árbol florecido, leemos un poema y nos desprendemos de lo temporal físico, para llegar al tiempo metafísico. En este camino hacia lo bello nos acompaña todo nuestro ser, serían nuestra alma y nuestro cuerpo como un ejército que avanza al rescate de lo bello. Luego nuestro pensamiento se va agarrando de la totalidad y de los detalles, de la Vía Láctea y de una estrella, de la epopeya y de un verso y comienza su esfuerzo, hasta que en la cima de la contemplación de las palabras, de los sonidos, de las formas, intuimos lo bello. Durante todo ese camino el tiempo, vía y cántaro, se fue como paralizando, como si lo anestesiáramos lentamente hasta que llega un momento en que muestra su esencia íntima, profunda: la quietud. Se desprende de la máscara del movimiento. El tiempo o a esencia no puede ser otra cosa que quietud. Lo bello también debe ser quietud, debe ser inmovilidad; el movimiento presupone no equilibrio, imperfección, búsqueda, desesperación, vacío, y lo bello no es deseo sino cumplimiento, no es promesa sino realidad. La belleza del Laocoonte no está en el mármol {hablo de belleza pura, no de contenidos de belleza), está en el goce estético al que llego por un proceso psíquico. Con lo bello sucede lo mismo que con el placer. El placer no está en la esencia que huelo; el placer de oler está en mi psíquis. Las gotas son como impactos caídos en un centro capaz de recibirlos, y luego, de espaldas al agente, fabrica algo enteramente nuevo y que llamo placer. En la poesía sucede lo mismo, su belleza no está ni en las palabras ni en los conceptos, está en mí, en lo que hago, como un alquimista, de la mezcla de oír el tono, de mi estado de captación o no} de mi alegría o tristeza. Luego con todo esto intento lo bello, y me deleito en mi obra de construcción inconsciente. Y esto, repito, es quietud, el goce estético no es tránsito, es un estado tan complejo que lo llamaríamos simple. Este estado tiene su tiempo, y este tiempo es su negación porque es un tiempo paralizado, inmóvil, un coágulo de tiempo, que mientras dura, por una acción indefinible nos hace pensar que somos más espirituales que nunca, que caminamos por un terreno desconocido cnmo si fuésemos sublimes patinadores. En este momento del goce estético inmóvil, nuestra sed de inmortalidad aumenta porque es ahí donde obtenemos la certeza de nuestro permanecer, de nuestro triunfo sobre el tiempo detenido, para volver a continuar así hasta la desnudez de las Esfinges que llamamos muerte.
El
autor: Jorge Medina Vidal (Montevideo, 4 de marzo
de 1925 - Ib., 17 de junio de 2008) fue un poeta, ensayista, semiólogo, crítico
literario y docente universitario uruguayo. |
Publicado, originalmente, en: Marginalia Cuaderno de Arte y Literatura Nº 4 Montevideo Mayo de 1949
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/6041
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Jorge Medina Vidal en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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