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Los Jesuitas
Hugo Mascheroni Arnábal

Ha pasado por nuestras manos el libro "Los Jesuitas y la cultura rioplatense", escrito por el padre Guillermo Furlong Cardiff de la Compañía de Jesús, a quien tuvimos la fortuna de conocer en su pasaje por Montevideo, en la década de 1940 a 1950, cuando integró el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay. Debido a sus múltiples méritos e investigaciones en el terreno de la Historia Americana, este sacerdote fue distinguido con el "Doctorado Honoris Causa" de la Universidad de Buenos Aires.

De sus páginas hemos tomado las fechas de la presencia jesuítica en las tierras del Plata, Paraguay y Brasil que data desde 1610 a 1767, momento en que son expulsados por orden del Rey Carlos III de España.

El Capítulo XVI de su libro, que tiene que ver con "Artes, oficios e industrias", comienza así: "Sorprende a la verdad hallar en los inventarios levantados por la autoridad española al expulsar a los Jesuitas, mención frecuente de herrerías, platerías, sombrererías, tornerías, fábricas de instrumentos musicales, fábricas de tejas y ladrillos, talleres retablistas, curtidurías,

Uno de los grandes portones de entrada al patio de la 'Estancia de la Calera', con sus pilares vencidos y sus gruesas puertas de hierro presentando cerraduras propias de épocas pretéritas. 

imprentas, talleres de estatuas, relojerías, fábricas de velas y de jabón, molinos, zapaterías y tejedurías. Pero lo singularmente curioso es que todos o casi todos los Colegios o Pueblos de Misiones tenían todas esas y otras actividades artesanales".

El Capítulo XVI de su libro, que tiene que ver con "Artes, oficios e industrias", comienza así: "Sorprende a la verdad hallar en los inventarios levantados por la autoridad española al expulsar a los Jesuitas, mención frecuente de herrerías, platerías, sombrererías, tornerías, fábricas de instrumentos musicales, fábricas de tejas y ladrillos, talleres retablistas, curtidurías, imprentas, talleres de estatuas, relojerías, fábricas de velas y de jabón, molinos, zapaterías y tejedurías. Pero lo singularmente curioso es que todos o casi todos los Colegios o Pueblos de Misiones tenían todas esas y otras actividades artesanales".

Es así que podemos encontrar entre los Jesuitas, artífices de todas las actividades imaginables para la época, algunos de los cuales sobresalían por sus conocimientos y habilidades especiales. Como ejemplo, podemos citar a Brasanelli en estatuaria, Primoli en arquitectura y Frack en carpintería. Los Jesuitas fabricaban relojes y órganos musicales a viento, así como se dedicaban a la quincallería (fabricación de objetos de metal de uso doméstico), ya que abundaba el estaño aunque nadie más se encargara de trabajarlo, de ahí que son tan caros los arreos, estribos y otros aperos de estaño, como los de plata.

Solamente durante el siglo XVIII, los Jesuitas trajeron al Río de la Plata más de un centenar de verdaderos maestros en artes y oficios de muchas nacionalidades. En la lista de expulsados se puede leer: "... Falkner, médico; Guevara, historiador; Heyrle, cirujano; Robel, obrajero; Griman, pintor; Thalamer, médico; Negle, pintor; Wilgen, arquitecto y carpintero; Koschi, médico y botánico; Polentzer, herrero; Karer, impresor; Ott, carpintero; Carreras, relojero; Harl, arquitecto; Font, carpintero; Audicula, arquitecto..." Todos ellos llegaron a América con la finalidad de implantar y desarrollar industrias y oficios artesanales, necesarios en estas tierras que recién comenzaban su organización social, económica y política. No olvidemos que estamos ubicados y pretendemos referirnos a hechos ocurridos en las primeras décadas del siglo XVIII, cerca de un centenar de años antes de que nuestro país fuese república.

Decía el padre José Klausner: "Hay una falta muy grande de artesanos, pues los habitantes de estas regiones, por negligencia, ceden los oficios a los extranjeros". Antes de la llegada de los sacerdotes, que incluían modernos fabricantes de relojes mecánicos, los Jesuitas habían desarrollado el uso de relojes de sol de suma precisión. Pero los relojes mecánicos que llegaron a construir en aquella época, eran de tal manera que uno de ellos, famoso en Itapira. era imitación del existente en Estrasburgo, que a diferentes días y horarios aparecían anunciando la hora distintas imágenes religiosas, como Jesús, la Virgen María, los Apóstoles, etc..

En una comunicación con un compatriota, el padre Klausner escribía: "Aunque en la ciudad de Córdoba haya mucha gente, no se encuentra a nadie con algún género de oficio; porque los españoles tienen muy poca afición a los trabajos de mano y lo dejan todo para otros extranjeros." Otro jesuita decía en sus cartas: "Todos los que vienen de España, o sea los blancos, se distinguen por su lenguaje y vestimenta, pero no por la habitación y manutención, que son deficientes; no por ello dejan su soberbia y ufanía. Desprecian todas las artes y oficios y el que algo entiende y trabaja en ellos, es tenido por un esclavo; por el contrario, el que nada sabe y vive ociosamente, es tenido por un caballero o un noble". Este criterio no cambió para nada durante el resto del siglo XVIII y en ese clima pretendía salir adelante la colonización española.

Los Jesuitas fabricaban brújulas que los orientaban en sus múltiples viajes y recorridas por toda América del Sur: miles de kilómetros por los lugares más inhóspitos.

Poniendo al fuego una piedra con vetas negras, el padre Antonio Sepp comprobó que podía obtener "hierro, como el que se saca en las minas de Europa". Así obtuvieron hierro para diferentes usos caseros y llegaron a fundirlo para la fabricación de campanas con diferentes tonos musicales.

Una ventana con importantes rejas de tiempos de los Jesuitas.

El mismo inquieto sacerdote fabricaba también espejos de todo tamaño y hasta cristales para uso astronómico con "cristales de roca" (suponemos que usaba cuarzo de gran pureza).

Los herreros jesuitas fabricaban rejas y molduras con todo tipo de dibujos coloniales para puertas, ventanas y aberturas exteriores como portones. Ejemplos cercanos lo ubicamos en la propia estancia 'Nuestra Señora de los Desamparados', aún presentes.

Usaban fuerza hidráulica para mover inmensos aserraderos para toda clase de madera dura, uno en Córdoba y otro en Tucumán. De ese modo hacían tablas para uso industrial y para construcción.

Además elaboraban cacao para obtener chocolate, de gran demanda en toda Europa, que se fabricaba en el pueblo de San Cosme, donde era cura el padre Buenaventura Suárez, de gran ingenio y habilidad.

En el colegio de Tucumán tenían además curtiduría y molinos y "en Los Lules y Tafí fabricaban gran cantidad de jabón" para uso industrial y doméstico. Los quesos fabricados en Tafí no fueron menos famosos, conocidos hasta hoy por su alta calidad. Cuando fueron expulsados en 1767, los Jesuitas ya habían introducido e instalado los elementos mecánicos para elaborar azúcar a partir de la caña: "... en San José de Lules tenían el primer 'trapiche' (molino para la caña de azúcar) para obtener la primera sacarina tucumana, ampliamente usada y de reconocida calidad".

En Corrientes y Misiones tenían algodonales. El padre Francisco Serdaheli fue quien comenzó su siembra en Yapeyú y resultó ser Corrientes la región más apropiada para tales cultivos.

Trajeron el gusano de seda de España, pero no contaron con la cantidad de árboles de morera para su alimentación y desarrollo. Recurrieron entonces a la telaraña de la 'Aranea Latro Linn' que encontraron en el Chaco Santafecino: "... y los fabricaron con hilo de telaraña, extraída de las entrañas de la araña Diadema y habitualmente hilado en la rueca y tejido con sutiles agujas por una distinguida dama del lugar" (se trataba de sendos pares de medias que fueron obsequiados oportunamente al Rey Carlos III y al propio Napoleón).

El padre Juan Marquesetti fue el primero en traer a estas tierras la 'cochinilla' (insecto que vive sobre ciertos árboles, y que seco y reducido a polvo es utilizado como materia colorante color grana) y la explotó de tal manera que obtuvo materia colorante de gran calidad, utilizada en todo tipo de telas, incluso para ser usada en tapices, que competían en calidad con los traídos de Turquía. El mismo sacerdote impulsó el cultivo y posterior uso de ciertas tunas, de las que extraía un bálsamo de propiedades curativas y una especie de aguardiente muy codiciada en la época.

Fabricaban pan, velas, jabones y una gran cantidad de otros productos de uso doméstico. Tenían telares para fabricar ponchos, ropa para mujeres y niños, taller de herrería, carpintería y fábrica de tejas y ladrillos.

Los Jesuitas fueron sin duda desde el siglo XVI, propulsores e iniciadores del desarrollo de la cultura. Fueron los fundadores de la Universidad de Córdoba, originalmente destinada a la formación de nuevos sacerdotes de la Congregación y luego abierta a todo público. Su biblioteca es hasta hoy una de las más importantes de la región. El Instituto de Estudios Superiores ha realizado en el correr de los años, estudios sumamente importantes relacionados con las ciencias y artes. Contó así desde tiempos coloniales, con el celo de las autoridades porteñas.

Tal estado de cosas no conformaba de ninguna manera a las autoridades de Montevideo ni a las de Buenos Aires, que encontraron en la Compañía de Jesús permanentes escollos para llevar a cabo las políticas de gobierno y administración, que no compartían con los sacerdotes, especialmente en lo que tiene que ver con el tratamiento y protección que éstos proporcionaban a los indios y sus diversos grupos.

La Universidad de Córdoba, fundada por la Compañía, fue la primera casa de estudios superiores que tuvo la Argentina. Allí se abrió la primera biblioteca, la primera imprenta traída de Lima (Perú) y fue, según algunos autores, el 'alma mater' de la independencia Argentina: donde se formaron los primeros patriotas que buscaron su liberación de todo poder extranjero. De las provincias surgió la libertad y no de Buenos Aires, donde se vivía en total armonía con las autoridades que mantenían el dominio del país. Además, Córdoba y su gente apoyaron las ideas artiguistas de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El desarrollo intelectual que alcanzó aquella provincia impulsado por la Compañía de Jesús, fue de gran importancia y real trascendencia en los acontecimientos históricos que se sucedieron. Asimismo los Jesuitas fueron de gran peso en el desarrollo de la producción, comercio y agropecuaria. Su preocupación por el mejoramiento del ganado inició el adelanto genético y comercial de las razas, traducido en mejores medios sanitarios, mejores cueros, grasas y calidad de carne.

Dice Braco: "No creo que los Jesuitas quisieran competir con la sociedad civil. Su proyecto era el de establecer una sociedad cristiana, que no tuviera los vicios de la europea". Esa intención, la hacen notar otros autores y en ese sentido la Compañía puso todo su empeño. Tal es así, que cuando abrieron las puertas de la Universidad de Córdoba, insistían en que no era tan importante el hecho de tener y manejar conocimientos, sino la manera de usarlos o aplicarlos en su vida diaria. Fue así que los Jesuitas ganaron la confianza del común de la gente: tenían como meta fija enseñar a actuar en un mundo nuevo y en formación como fue América.

Como curiosidad, vale decir que la Capilla y Calera de las Huérfanas, en Colonia, por Orden Real del 14 de abril de 1778, fue destinada al mantenimiento del Colegio de Niñas Huérfanas de la Santa Caridad de Buenos Aires. Su administrador fue en ese momento el teniente español Juan de San Martín, padre de José de San Martín, héroe de la independencia argentina.

Los Jesuitas también participaron de obras públicas, como puentes y calzadas de piedra, defensas como en Montevideo, o represas para molinos como en el arroyo Miguelete. Sobre éste, dice el Dr. Carlos Ferrés en 1919: ... "(A los Jesuitas) debe Montevideo la instalación del primer molino harinero, industria principalísima para la satisfacción de las necesidades más elementales de las poblaciones. Construido éste, se pudo comenzar la producción de harina de trigo que debido a la gran demanda acrecentó el área de tierras destinadas al cultivo de este cereal".

Las construcciones de los Jesuitas eran la envidia de las autoridades de Montevideo, por la disponibilidad de cal para unir materiales, revocar y blanquear paredes. Así llegaron a tener el monopolio de la construcción en los poblados nacientes del país, dado que disponían de madera, ladrillos, cal, arena y todos los elementos fundamentales para la construcción, además de mano de obra abundante y especializada que habían formado para cada tarea.

Los Jesuitas montaron estancias modelos en tierras al sur y al norte del Río Negro, transformándose en los más poderosos terratenientes, con gran poderío económico, político e industrial, además de la gran fuerza humana (o militar, llegado el caso), que significaban los cientos de indios que los rodeaban y tenían a sus órdenes. Esos indios, morenos y esclavos, por poco jornal trabajaban en todo lo expresado, además de las tareas campestres en general, con las graserías, secado de cueros y fraccionamiento de carne vacuna para el alimento de todo el personal que trabajaba en las diferentes ocupaciones.

A los Jesuitas debe el país, la ubicación y organización de la primera estancia de explotación ganadera y de elaboración de cal, extraída de sus propios campos con procedimientos altamente tecnificados que permitían el uso de dicho material de construcción hasta en obras realizadas en Buenos Aires. También usaban los hornos de cal y la tahona para la fabricación de ladrillos, tejuelas y tejas de canaleta.

Fue su sistema de establecer reducciones, lo que definitivamente les proporcionó el éxito y la respuesta de la población autóctona. Así fueron fundadores de verdaderas agrupaciones, distintas de las fundadas por los españoles, de mucha mayor población, transformadas en reducciones fuertes y numerosas.

De ese mismo modo fueron capaces de montar la defensa del propio casco de la estancia y de los diversos puestos de avanzada que constituyeron centros de trabajo para la indiada allí destinada. Realizaban con el ganado de la zona, la producción de grasa y cueros principalmente, además de ladrillos, cal, agricultura y varias artesanías. Los Jesuitas con esta modalidad de montar otras fuentes de trabajo como las caleras, buscaban formas de asentamiento que les permitieran desarrollar trabajos productivos desde el punto de vista económico, con los grupos guaraníes ya catequizados y de su absoluta confianza. Esa es la razón principal de nuestro empeño en hacer notar la importancia que tuvieron los indios en el funcionamiento correcto de semejante empresa como fue 'La Calera' con sus 405.096 ha (cuatrocientas cinco mil noventa y seis hectáreas).

No es difícil suponer que en poco tiempo, la Compañía de Jesús se transformó en una verdadera potencia, poseedora de cuantiosas extensiones de campo, más una cantidad importante de indios y esclavos que respondían a su adoctrinamiento y fueron los verdaderos ejecutores de todos los trabajos campestres, así como principales pilares de una organización humana que le diera total poderío y prestigio a la Compañía.

También ellos fueron propulsores de las ansias de libertad de los indios y sus deseos de reconquistar sus tierras y sus medios de vida. Les enseñaron a producir sus alimentos, ropa, pan, jabón, zapatos, además de otorgarles paz, educación y tranquilidad para sus familias. Es muy fácil entender que sus intereses, tenían varios puntos de encuentro. La presencia de la Orden Jesuítica mejoró en mucho la vida de los indios, y éstos eran imprescindibles para los planes de producción, desarrollo, defensa, comercio y evangelización. Todo ello constituía el elemento fundamental del éxito y atractivo que tenía 'La Calera' sobre los "sin casa", fueran indios, criollos o esclavos.

No es menos importante la llegada desde Corrientes (Argentina), de una partida de ganado mocho, que los Jesuitas ingresaron al país desde sus posesiones en aquellas tierras. Venía de la estancia llamada 'Rincón de la Luna' y tenía la ventaja de disminuir sensiblemente la peligrosidad en el manejo del ganado bravío que poblaba las extensiones de campo más importantes.

La organización de los pueblos misioneros y los establecimientos de los Jesuitas, fueron realmente importantes y ejemplares para el desarrollo y pacificación de la campaña.

Además de la Compañía de Jesús, otros grupos de sacerdotes católicos llegaron a América autorizados por los reyes españoles en tiempos de la colonización, como los Franciscanos, Benedictinos y Mercedarios. Pero fueron los Jesuitas quienes tuvieron una acción más preponderante en su estadía en estas tierras.

Los Jesuitas fueron desterrados en 1767 por orden del Rey Carlos III, de todas sus posesiones. En 1773 fue disuelta la Congregación por orden de Clemente XIV, quien fue Papa entre 1769 y 1774 y disolvió la Congregación de Jesús mediante la bula "Dominus ac Redemptor", supuestamente por motivos y presiones puramente políticas. En 1814, mediante otra bula, Pío VII (Papa entre 1800 y 1823), restableció su organización.

Recién en 1836 la Congregación volvió a la Argentina. Llamados por Rosas, los Jesuitas pronto tuvieron que abandonar sus propósitos de una nueva radicación en Buenos Aires y demás provincias Argentinas, ya que el entendimiento con el dictador fue difícil: Rosas pretendía un pronunciamiento de apoyo a su régimen, cosa que no ocurrió. Como sacerdotes de la Iglesia Católica y como educadores, no les correspondía la participación en ninguno de los bandos en pugna en un cruel enfrentamiento político. "Cómo sorprenderse entonces -escribe Lucio Mansilla-, si ese era el rumbo de las cosas, en el sentido de que el retrato de Rosas fuera puesto en los altares de todas las iglesias, excepto en los templos de San Ignacio". Esa fue razón más que suficiente para expulsar a la Compañía de Jesús y cerrar los colegios donde impartían la enseñanza que habían recibido los más destacados hombres que tuvieron que ver con la independencia argentina. Algo parecido ocurrió en Asunción del Paraguay con el presidente Francisco Solano López, que quiso doblegar a la Congregación para someterla a su voluntad: también de allí debieron retirarse. En 1842 los Jesuitas restablecieron su residencia definitiva en Montevideo.

Ing. Agrim. Hugo Mascheroni Arnábal
La Calera
Nuestra Señora de los Desamparados
La estancia, su orígen y sus puestos
Talleres gráficos de Impresora Oriental
Florida, octubre 2003

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