Apología y enigmas de un Borges chabacano
por Dr. Carlos Martínez Moreno

 

Jorge Luis Borges

Aparte de la gran importancia que el escritor tiene, está de moda hablar de Borges y escribir sobre Borges. Es una moda que cubre nuestro universo latinoamericano y el mundo más recoleto y más Cándido de los scholars norteamericanos.

En los últimos tiempos, le ha tocado el turno al abominable pensamiento político de Borges. Pedro de Orgambide le ha dedicado un libro acá, en México, y el mendocino Rodolfo Braceli ha editado otro en Galerna, de Buenos Aires, bajo el título cuchillero y vendedor de Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo. Se aplica allí a dilucidar las claves del que llama El tercer Borges. Los otros dos han sido dados por el mismo autor, en su famosa página Borges y yo. El tercero, definido por Braceli, es un señor que no pierde un solo reportaje, que habla de lo que ha declarado antes ignorar, que agrede a los negros, a los pobres, a los vietnamitas. Braceli se pregunta por qué y a lo largo de casi doscientas páginas se lo responde, no sin intercalar algunas historias inéditas de duelos criollos, destinados a lograr que Borges soporte y escuche su monserga.

De quien nunca se habla es de la criatura paródica que Borges inventó -y multiplicó- junto con Bioy Casares. Algún día, quizás no lejano, los estudiosos se darán a estudiar las correspondencias entre ese Tercer Borges y los heterónimos de Biorges, como alguien llamó a este demiurgo dual y plebeyo.

En un ensayo relativo a los del poeta portugués Fernando de Pessoa, Octavio Paz explicó que el heterónimo existe fuera de la persona de su autor, en tanto el seudónimo se confunde con ella.

Originariamente, el heterónimo de Borges y Bioy fue uno solo y se llamó Honorio Bustos Domecq. Luego ocurrió como si este primer engendro hubiese suscitado a su vez otro, B. Suárez Lynch. Y finalmente, más tarde, los autores han vuelto por su autoría y sólo el primero de ambos heterónimos ha quedado como un seudónimo. El proceso de estos nombres y estos contenidos es muy divertido y -extraño mérito, en el caso de algo que se refiera a Borges- virtualmente inédito.

Aparece Bustos Domecq

En 1942, la editorial SUR edita Seis problemas para Don Isidro Parodi. En la celda 273 de la cárcel bonaerense de Villa Devoto vegeta un antiguo peluquero del barrio de Avellaneda, víctima del error judicial, purgando una larga condena por un crimen que no ha cometido. A ese prodigio de cazurrería, parsimonia y sentenciosidad, a ese dechado de sabiduría criolla que no ha servido a su autor para librarlo de una pena aberrante, acuden -en los seis cuentos o enigmas del libro- los personajes de las respectivas historias, en busca de soluciones o consejos. Don Isidro los escucha, habla muy poco y termina siempre por ofrecer la solución de los acertijos. En un reporte que le hizo Napoleón Murat para l'Herne, en otro de James Irby, Borges refiere el origen del personaje y el detalle de su invención. Cuando en su N° 1000, La Opinión de Buenos Aires edita, con el título Las Memorias de Borges, la versión castellana de una cinta grabada originariamente en inglés, el autor vuelve sobre el tema. Max Carrados había discurrido la existencia de un detective ciego, recuerda. Bioy y él ingeniaron la variante del detective preso.

Lo crearon por íntimo hedonismo intelectual. Lo vieron crecer en una primera tarde de lluvia en que se dieron a componerlo. Fueron, así, los primeros y regocijados consumidores de ese increíble santafesino de Pujato (B. Suárez Lynch también será de ese rincón de provincia) cuyas ocurrencias idiomáticas disparatadas y portentosas creaban la parodia plebeya e insolente, los fueros descarriados de un Joyce que escribiese en Buenos Aires o en su provincia de litoral y a quien sus hacedores no pudieron respetar. Que Bustos Domecq era hechura de Borges y de Bioy, todo el mundo literario de Buenos Aires lo supo desde que la revista Sur, como adelanto del libro, publicó Las doce figuras del mundo. Borges se ha quejado ante Murat de que sus lectores y compatriotas, al saber que Bustos Domecq paladinamente no existía, se hayan negado a tomarlo en serio. Los estudiosos norteamericanos, a menudo con cómicas desazones y perplejidades, originadas por el para ellos indescifrable idioma de Bustos Domecq, han tratado -en cambio- de hacerlo. La fama de Bustos Domecq es más pintoresca, en la medida en que se ocupan de él quienes no pueden entenderlo y lo desdeñan quienes podrían explicarlo.

Prologado por una maestra ("educadora" suena a más cursi y Borges y Bioy no se lo pierden) orgullosa de haber enseñado las primeras letras a Bustos Domecq en su niñez escolar de Pujato, el libro contiene algo más que sus seis historias detectivescas. Los mismos personajes que lo habitan lo llenan de notas al pie, para denostarse, para corregirse unos a otros, para trasmitir chismes que los afecten, para difamar al mismo Bustos Domecq. Las alusiones son constantes y crean un todo trivial pero criptológico, conventillero y laberíntico.

Los apellidos Bustos Domecq aluden a un abuelo de Borges y a otro de Bioy; con Suárez Lynch pasará otro tanto y su misteriosa abreviatura B, tal vez se deba, ha conjeturado el mismo Borges, a la coincidente inicial de los apellidos de él mismo y de Bioy.

En secuela de esas bromas privadas, está la broma de los estilos, el "pasticcio" de las casticidades que en el Río de la Plata suenan a pedante afectación; y en tercer término, inaveriguables alusiones a las pequeñas circunstancias de la élite literaria dentro de los otros y mayores comadreos que vetean la vida de una gran ciudad.

Del idioma inventado a la broma privada

Pero Borges y Bioy, al tiempo que se divierten, se van encerrando. Sólo ellos y el círculo de sus más allegados están en condiciones de entender hasta el fin la gótica broma Bustos Domecq. No es posible imaginarse lectores distantes ni -menos todavía- traducciones (aunque las haya habido). Los mismos estudiosos norteamericanos se equivocan al suponer que el idioma de Bustos Domecq y el todavía más espeso de Suárez Lynch tengan algo que ver con el lunfardo. Ni Borges y Bioy lo saben ni jamás han pretendido escribirlo. Los lunfardólogos, por su parte, ignoran olímpicamente a Bustos Domecq y a Suárez Lynch. El mismo Tercer Borges, como le llama Braceli, que detesta al tango e injuria a Gardel, llama al lunfardo "jerga carcelaria", lo que es hoy el más cegatón enfoque de erudito.

El idioma de Bustos Domecq y de Suárez Lynch es, en cambio, un idioma de pura y distorsiva, deliberada creación cultural; un idioma de laboratorio o de taller, según un entendimiento veraz por el cual una cultura no se nutre tan sólo de la parte covencionalmente elevada del espíritu sino también de groserías, irreverencias y zafiedades.

La broma se fue haciendo cada vez más densa y Borges confiesa que Bioy y él llegaban a perderse en la maraña. Todavía en Seis problemas... las estructuras literarias son lineales y la cargazón de la frase es comparativamente menor. La complejidad formal irá volviéndose monstruosa en libros posteriores.

Cuando lenguaje, personajes y ambiente congenian sin demasiado capricho, se obtiene la pequeña obra maestra. Es el caso de La víctima de Tadeo Limardo, la mejor de las seis historias del libro; dedicado a Kafka, este relato debió haber sido consagrado al recuerdo de Fray Mocho (Eduardo Alvarez) a quien tanto debe Bustos Domecq.

Todo lo dicho hasta aquí parece estar sugiriendo, en cuanto esta cripto-escritura se acentúe, las ventajas del libro privado a circular entre amigos y en edición no comercial. Y, efectivamente, éste es el punto al cual llegan Borges y Bioy en 1946, en pleno auge de Perón. Del heterónimo liso y llano se pasa a más: a la editorial ad hoc y al editor apócrifo. El inexistente Don Pablo Opoítet, calcó de aquellos bondadosos españoles republicanos que fundaron casas editoriales en Buenos Aires, imprime en Oportet & Haereses -sello imaginario- Dos fantasías memorables de Honorio Bustos Domecq y Un modelo para la muerte, de B. Suárez Lynch. Las ediciones son refinadas, sin llegar a suntuosas; las tiradas extracomerciales se sitúan alrededor de los trescientos ejemplares numerados. Las Dos fantasías memorables parecen de una serenidad clásica al lado del furioso relato de Suárez Lynch. Son ellas El testigo y El signo. En la primera se relata la visión supraterrenal que tiene una niña descendida a un sótano. Se le aparece allí La Santísima Trinidad, tema de notorios parentescos con El Aleph de Borges; la niña muere de lo exorbitante de esa visión sobrehumana y el autor lo dice con las palabras utilizadas por Cervantes para referir la muerte del Quijote. En la segunda historia, un corrector de pruebas de la misma editorial, que ha estado preso por imputaciones de pornografía y estafa, sufre una alucinación donde se le representan manjares, en una hipérbole gustativa que constituye un fragmento absolutamente impar en la picaresca -habitualmente poco imaginativa y casi frugal- de la gula rioplatense.

Borges ha dicho que, en la escritura de los heterónimos, los fragmentos dotados de mayor linealidad neoclásica son de Bioy y lo más dislocado, caótico y bajamente romántico le pertenece. Si fuera verdaderamente así, las Dos fantasías memorables serían de Bioy y Un modelo para la muerte estaría en la zona Borges. Pero no existe ninguna certidumbre de que sea realmente así.

Nace y muere Suárez Lynch

Con Un modelo para la muerte nace B. Suárez Lynch, quien hasta hoy no ha vuelto a aparecer. Como su antecesor, es de Pujato, provincia de Santa Fe. Figura como su discípulo y surge protegido por un prólogo-perdonavidas del otro. Acaso la broma insinuada sea la de que Suárez Lynch sea, a su vez, el heterónimo de Bustos Domecq; porque, si no, sería su plagiario.

Los mismos personajes de Seis problemas..., hasta el propio Don Isidro Parodi, regresan aquí, en su versión más delirante. La historia transcurre en una quinta de San Isidro, en el paraje de las viejas mansiones de veraneo de la oligarquía porteña. Y cuanto sucede allí (hasta un crimen) importa mucho menos que la torrencial escritura con que se dice. El alambicamiento de la broma llega a lo indecible, el ensañamiento verbal al paroxismo; como ejemplo, al judío antisemita Frogman se le endilgan dieciséis epítetos referidos, todos ellos, a su hedor y suciedad. Van desde una frase del himno argentino hasta la marca comercial de un aparato sanitario. Al doctor Kuno Fingerman se le acompaña de casi tantos otros, que aluden a su similitud con el cerdo e incluyen desde un hemistiquio de Martín Fierro hasta citas truncas de disparates anónimos del folclor rioplatense. Imposible penetrar en toda esa jungla si no se tiene una larga memoria de lo culto y de lo anónimo en el Río de la Plata. Una edición cabalmente inteligible de esta broma pesada reclamaría las prolijidades de un Rodríguez Marín o de un Padre Cejador de la guaranguería argentina y uruguaya. Por suerte, no conozco a tan cargoso erudito.

Lleno de frases, atiborrado de los personajes y de sus propias notas al pie, caótico de delirios verbales, explosivo hasta la carcajada, cruel y xenófobo hasta suscitar irritación, Un modelo para la muerte marca un punto culminante de gratuidad y exceso en el estilo de los heterónimos. Más justo sería decir que precisamente allí, y de su propia exorbitancia, las dos criaturas (y no sólo el jamás repetido Suárez Lynch) estallan y mueren.

Perón enardece a Bustos Domecq

Porque, además, aquí sobreviene la intromisión de la circunstancia política. El primer libro de Bustos Domecq (1942) es anterior en un año al advenimiento de Perón. Los de Oportet & Haereses (1946) pertenecen al comienzo de la segunda fase del primer peronismo; los períodos netamente diferenciables son 1943-45 y 1945-55, dentro del primer ciclo grande.

El peronismo tuvo, entre otros, un carácter populista, propenso a degenerar en la algarada ominosa. Borges y Bioy sólo tuvieron ojos y sensibilidad para sufrirlo en ese aspecto estulto. Borges fue trasladado desde una biblioteca municipal de los suburbios a una oficina avícola y finalmente exonerado del presupuesto; Bioy pertenece familiarmente a la oligarquía que fraguó la "Revolución Libertadora" de 1955. Desde las ediciones de Oportet & Haereses hasta la caída de Perón (1946 a 1955) se extiende el silencio de los heterónimos. Ese silencio es algo así como el vaciado de una persecución.

En 1955, a la caída de Perón, aparecen en Montevideo dos relatos que firman Borges y Bioy; son de la evidente factura de Bustos Domecq, pero esa circunstancia se restablecerá en 1977. El hijo de su amigo se publica en la revista Número; La fiesta del monstruo en el semanario Marcha.

El primero narra las vilezas de una extorsión hecha por el protagonista (Farfarello, los apellidos italianos no dejan que el lector olvide que está en Buenos Aires) al hijo de su amigo y antiguo protector (Cárdenas). Farfarello pretende, con tales manejos, ingresar con un guión a una venalizada y corrompida pero no tan inventada entidad de la cinematografía peronista y porteña, a la cual se bautiza -en broma alimenticia- como la SOPA (siglas de un supuesto sindicato de operarios y productores argentinos); en páginas violentamente jocundas y caricaturales, Farfarello engulle cenas opíparas de veinte inconciliables platos o es ensangrentado en feroces palizas por la víctima de su extorsión, Cárdenas; la cual víctima acaba en definitiva, poco verosímilmente, por suicidarse. El estilo, más que a la glotonería o a la violencia, apunta a una infamia, a una ladinería o a una truhanería, así como a una sumisión incondicional a los estímulos carnales, rasgos que para Borges y para Bioy rezuman seguramente en el peronista-tipo.

Pero el personaje que aúna de modo más memorable esa abyección y esa trivialidad confluyentes y de algún extraño modo armónicas, es el narrador en primera persona de La fiesta del monstruo. El monstruo es obviamente Perón y la fiesta es el acarreo en camión -entre los incentivos de la gula y los escarmientos del castigo- de una turba de descamisados, desde los arrabales hasta Plaza de Mayo, donde hablará el monstruo. El narrador se lo cuenta con grotesca y pueril fanfarronería a su novia; y la vicisitud incluye -con detalles atroces- el asesinato por lapidación de un estudiante judío-argentino, por haberse atrevido a disentir con dignidad y haberse negado a participar en la apoteosis; las junciones a puntapiés que el cómitre del comité peronista hace de los manifestantes; y, en suma, las bajezas connaturales a todo hecho de multitud en la visión de Borges (con motivo de la liberación de París y del arrebato de entusiasmo que ese gran hecho provocó en los porteños afrancesados del Barrio Norte, Borges llegó a descubrir -y lo consignó alborozadamente en su crónica de Sur- que "no toda multitud es necesariamente innoble").

La versión de un peronista de barrio que La fiesta del monstruo describe es horriblemente enteriza, tendenciosa y difamatoria; la fuerza y la crueldad con que lo hace son literariamente ejemplares, sin que una afirmación contradiga a la otra. Son Borges y Bioy quienes dan -y presumo que por razones políticas-un decidido paso al frente y postergan a Bustos Domecq. Ya desde antes de su edición en Marcha, el texto de La fiesta del monstruo circulaba, al modo de un samizdat antisoviético, en los ambientes intelectuales de Montevideo. Borges y Bioy dieron su firma a textos que la fama ya les atribuía (La fiesta del monstruo y también, en Número, El hijo de su amigo)-, el heterónimo rescatará a medias su autoría en 1977, cuando Borges y Bioy editen, debajo de sus propios nombres, los llamados Nuevos cuentos de Bustos Domecq e incluyen entre otros, a estos dos escritos. Pero los tiempos irán cambiando y Bustos Domecq sufrirá el detrimento de ese cambio.

De autor a lápida

Año tras año Borges y Bioy habían ido publicando, en revistas argentinas, fragmentos de crítica, recensiones de libros imaginarios, comentarios de exposiciones no ocurridos, glosas culturales que firmaba Bustos Domecq. El resorte era el de proyectar los tópicos, los lugares comunes, las chabacanerías de significado y de gusto que un escritor omnisciente y estúpido, que un grafómano incoercible pudiera estampar sobre cualquier tema. En sus Memorias, Borges ha celebrado estas páginas con un entusiasmo que resulta difícil de compartir. Ha dicho que son mejores que cualquier obra suya y casi tan buenas como las obras de Bioy. Su inspiración, ha agregado, puede hallarse en el Sartor Resartus de Carlyle. El tic cultural de la broma es aquí demasiado insistido, la parodia demasiado evidente y a ratos baldía. La diversión acaba por fundirse en el tedio.

En 1967 la editorial argentina Losada publica las Crónicas de Bustos Domecq, bajo la autoría declarada de Borges y Bioy. Como un homenaje en estilo (estilo de la necedad que el libro satiriza) las Crónicas están dedicadas a Picasso, Joyce y Le Corbusier, "esos tres grandes olvidados". Borges y Bioy han disfrutado seguramente mucho parafraseando, remedando y azotando a sus congéneres domésticos más mediocres y presumidos, que son legión; pero el lector fogueado de Bustos Domecq ya acaso no se divierta tanto.

En 1977 los mismos autores, en una editorial ignota -Librería La Ciudad- y en una edición muy cuidada, con viñetas de un intencionado estilo anacrónico, firmadas por Fernández Chelo e inspiradas tanto en la vieja revista finisecular bonaerense Caras y Caretas como en el famoso barroco de los años 30, Alejandro Sirio, publican los Nuevos cuentos de Bustos Domecq. La tirada de 4018 es ínfima para la nombradía de Borges y Bioy, que aparecen suscribiendo el ejemplar, un vestigio de la clandestinidad pasada continúa, a pesar de todas las especificaciones de la nueva publicidad!

Son nueve cuentos y los lugares centrales en la ordenación (4 y 5) corresponden a El hijo de su amigo y La fiesta del monstruo, los hits de 1955. Vuelven algunos personajes de antes -aparece Don Isidro Parodi, suele actuar en primera persona Bustos Domecq- pero las bromas estrictamente de coyuntura literaria parecen más acorraladas y crepusculares (Las formas de la gloria, Deslindando responsabilidades, El enemigo número 1 de la censura) y a pesar de algún cuento regocijante (Más allá del bien y del mal, sátira de la ramplonería, la incultura y la engreída suficiencia del funcionario medio de la diplomacia porteña) los procedimientos de la elaboración tienden a fatigarse, el recurso al interlocutor-lector que cada relato supone acaba por dar la imagen de cierta monotonía. Ninguna página de este libro añade nada a los títulos de quienes escribieron La víctima de Tadeo Limardo y La fiesta del monstruo. La comprobación principal se torna irreversible: Borges y Bioy han decretado -ellos también- la muerte del heterónimo, reduciéndolo a las lápidas de los títulos. La hora de la larga broma ha terminado; pero aún no se ha extraído de ella una reflexión ilustrativa: ¿un tercer

Borges, con un segundo Bioy? ¿Los placeres lúdicos de una implantación reaccionaria?
 

Carlos Martínez Moreno

Sábado (Suplemento de Unomásuno), México, 5 de abril de 1980

 

Reproducido en Literatura americana y europea Tomo II

Homenaje de la Cámara de Senadores.

Publicación de la obra ensayística del Dr. Carlos Martínez Moreno

Montevideo 1994

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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