El pensamiento internacional de Luis Alberto de Herrera |
Luis
Alberto de Herrera nació en Montevideo el 22 de julio de 1873. Inició su
actividad política en 1892 en el club “2 de enero”, y debutó como
periodista en 1893 en “El Nacional”. Practicó la docencia de Historia
en 1894 y la judicatura en 1899. Abogado desde 1903, nunca ejerció tal
actividad profesional. Intervino
junto a Diego Lamas y Aparicio Saravia en la revolución de 1897 y acompañó
al “Águila del Cordobés” en la campaña de 1904 hasta su muerte en
Masoller. Diplomático
en 1902, ingresó al Parlamento en 1905 como Diputado. Fue
candidato por primera vez a la Presidencia de la República en 1922,
complementando su 6° candidatura en 1950. En 1916 y en 1933
Constituyente, en 1925 Presidente del Consejo Nacional de Administración,
en 1934 y 1938 Senador y en 1954 Consejero de Gobierno, en cuyo desempeño
fue célebre su actividad como “Fiscal de la Nación”. Luis
Alberto de Herrera es héroe nacional, en la condición indiscutible de
forjador de nuestra civilidad y de sostenedor impecable de nuestro
sentimiento, o si se quiere, de nuestra emoción de Patria. Como
expresara el Dr. Walter Santoro “quizás
muchos sólo recuerden lo anecdótico, lo circunstancial, visualizado con
respecto a hechos y acontecimientos que lo tuvieron como principal
actor”. Pero,
históricamente su figura ultrapasa la dimensión de la anécdota. Tuvo
como nadie un concepto firme y pleno de la razón de la existencia del país,
cuando otros, azorados miraban hacia Europa, en la desesperación de
incorporar al Uruguay y a sus instituciones, a través de imitaciones y
semejanzas, Herrera creyó en nuestra raíz y miró hacia América
afirmando en su libro “El Uruguay Internacional”: “Nada
achica la pasión a la tierruca; si luego, a la mayoría de edad, se
arranca con rumbo a otros escenarios, ya ninguna impresión exterior rompe
el doble remache de los nativos amores”. |
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Y
al mirar hacia Sud América, de frente a las quimeras de la Revolución
Francesa, dijo de ésta: “El
modelo de sus fulminaciones de toda especie al sedimento social aportado
por las generaciones, nos apartaron de la ruta experimental, olvidadizo de
que las hojas y las flores
deben su esplendor a la savia traída de lo hondo de la tierra”. Luchó
por la libertad política, por la pureza del sistema electoral, por la
incorporación de todo el pueblo a los bienes de la Democracia, por ideas
de justicia social. Luis
Alberto de Herrera al apreciar el factor geográfico en conjunto,
relacionado con los fronterizos, observaba la situación de nuestra tierra
al destacar que nuestros límites sufrían la sofocación y la importancia
del flanco nuestro, limitado por el río y por mar. “¡Sanwiched! Palabra gráfica – señalaba Herrera – que
dice todo lo que queremos expresar”. Y continuaba diciendo: “Al
sellarse la independencia, lord Ponsomby nos denominó algodón colocado
entre dos cristales, con la misión trascendental de evitar su fractura.
La experiencia ha demostrado que los supuestos cristales jamás se
notificaron de la misión atribuida al diminuto Estado intermedio. Ellos,
eso sí, han pesado sobre nuestras pobres espaldas”. Refiriéndose
a este concepto el escritor F. García Calderón en su obra “Las
democracias latinas de América”, abre en esta forma el capítulo que
dedica al Uruguay: “Pequeña república austral, situada entre un
Estado imperialista, el Brasil, y una nación ambiciosa de hegemonía, la
Argentina”. Entonces
pronunciaba Herrera la recordada sentencia: “Ni todo nos une a la
Argentina, ni todo nos separa del Brasil”. “Un
pueblo con mar no es pequeño”, se expresó una vez refiriéndose a Bélgica. A
su vez Luis Alberto de Herrera en alusión a la sentencia expresaba: “Oportuna
también la frase si aplicada al Uruguay. Gracias al Río de la Plata, a
la vez escudo, desdobla nuestro pueblo el horizonte de sus energías y de
sus aspiraciones. El nos propicia, junto con una inestimable autonomía
económica, contacto independiente con los grandes centros donde fulgura
la civilización”. Y
continuaba Herrera describiendo una serie de ejemplos, vigentes algunos: “No
ya las pequeñas, las grandes naciones no descuidan en un ápice la
vigilancia de sus intereses políticos, aun de los diminutos y problemáticos.
Por una isla perdida en el archipiélago de las Carolinas hubieron de ir a
la guerra España y el imperio germánico. Potencias de primer orden no
desdeñan discutir derechos sobre las Nuevas Hébridas, lejanas y casi inútiles.
Por privilegios de pesca en Terranova
litigan años Estados Unidos e Inglaterra. El
islote de Heligoland, considerado estratégico, merece estudio permanente
de la chancillería alemana y se adquiere al fin. Pero
ningún rasgo de susceptibilidad patriótica más típico que la protesta
argentina, renovada todos los años, por la dominación inglesa en
Malvinas. A pesar de los lustros corridos y apoyándose solo en la razón
geográfica, aquel gobierno se considera despojado de esas islas. Ilustrativo
destaca también el celo de los grandes pueblos frente a las
eventualidades que crea la apertura del Canal de Panamá”. Y
al referirse a nuestros intereses expresa: “Mucho mayor motivo tendríamos
los orientales para rebelarnos contra el arrebato de la isla Martín García,
jamás sancionado por nuestros gobiernos; sin embargo callamos. En
la misma posición y en clara alusión a este tema, Agustín de Vedia en
su libro “Martín García y la Jurisdicción del Plata” se refería: “Por
su mayor proximidad a la tierra oriental; su ubicación, cerca de la
embocadura del Uruguay; su forma prolongada, que sigue el dibujo de la
costa; la existencia de un canal profundo, entre la isla y la tierra
firme, que parece representar la hundidura longitudinal que se produjo en
la época de la separación por la naturaleza del suelo; la identidad de
las capas geológicas; su altura sobre el nivel del continente y de las
aguas; por esos y otros caracteres, Martín García podría ser
considerada como una prolongación del suelo uruguayo”. En
otro orden de su visión internacional su férrea posición anti-imperialista
fue para nosotros que lamentablemente no llegamos a conocerlo físicamente
- pero que nos consideramos admiradores de su obra - uno de sus legados más
trascendentes. “El mejor escudo de la soberanía es su propio ser”, le dijo una vez Herrera al Subsecretario de Estado de los Estados Unidos,
Edward Miller en visita que éste le hizo en el año 1951. Y
enfatizó, “queremos ser libres y
felices, en la armonía, sin invadir el fuero ajeno y dentro de lo posible
y juicioso, cada uno en lo suyo”. La
postura anti-imperialista de Herrera, el Principio de No-Intervención en
los asuntos internos de las patrias – arma contra la resurrección de
los figurines imperiales – y la creencia en la intangibilidad de lo
nacional no constituyeron en el Dr. Herrera actitudes meramente
circunstanciales sino consustanciadas con su propia vida, como bien lo señaló
el extinto legislador Héctor Gutiérrez Ruiz al manifestar que “la
defensa de la soberanía había comenzado a comprenderla en la mejor
fuente de la educación, que es el hogar”. La
etapa formativa de la personalidad de Herrera, tiene su momento
internacional entre las dos guerras civiles, desde 1902 hasta mediados de
1903. Desempeño el cargo de Encargado de Negocios de la República ante
los gobiernos de Estados Unidos y México. Como
bien lo expresara el Dr. Luis Alberto Lacalle: “A
Herrera le tocó ser testigo del nacimiento de los Estados Unidos
potencia. A esa altura de la historia – continua expresando el ex -
presidente oriental – México ya había sentido la garra del vecino en
el costado y la gravitación que se extendía hasta Cuba y Panamá”. El
5 de diciembre de 1902 Herrera comenta a la Cancillería uruguaya el
mensaje al Congreso del Presidente Roosevelt donde se asoma el pretendido
patronazgo. Herrera
afirmaba en aquella oportunidad: “No
pretendemos vivir aislados del resto de la comunidad humana, no queremos
ser ajenos a sus tribulaciones y dolores, pero debemos empezar
por cuidar la parte que se nos ha confiado: la patria que
tenemos”. Y
a Herrera le gustaba decir: “Como
en el verso de Musset, digamos con arresto y con halago: Mi vaso es pequeño,
pero yo bebo en mi vaso”. Luis Alberto de Herrera tuvo la sagaz
anticipación a problemas que todavía hoy son objeto de controversia
ferviente. Su aguda captación de los fenómenos internacionales le
permitió avizorar tempranamente los problemas que afectarían luego la
libertad de Cuba, los conflictos a que daría lugar el Canal de Panamá, y
la sombra del imperialismo norteamericano. La doctrina internacional de Herrera no es
articulable en parágrafos e incisos; no es tabla de definiciones. Ante
los hechos, a medida que ocurren, fija su actitud, no vacila. En una placa con la efigie de Manuel Oribe
que mandó colocar a la entrada de la Casa del Partido Nacional, frente a
la Plaza Matriz, sintetizó su ideal: “Independencia, Nacionalidad,
Americanismo”. A fines de 1946 después de haber sido con
su firme y exultante postura contrario a la Intervención multilateral, y
luego que solo los siete senadores herreristas votaran contra la Declaración
de Guerra al Eje, los reunió a sus legisladores en el Directorio y les
dijo: “Sobre
nuestros oscuros nombres estoy seguro que no descenderá la gloria, pero
nos quedará el honor de haber sido los únicos representantes del pueblo
en los parlamentos de América, que no cometimos la indignidad de declarar
la guerra a un vencido”. Herrera
sostenía algunas directivas para la conducta internacional de nuestro país
expresando “que el Uruguay tiene
que resolver su problema internacional consultando, en exclusivo, sus conveniencias. Indumentaria diplomática a la medida de su
cuerpo”. Y
destacaba con énfasis cinco reglas: La
primera regla: La Unidad Nacional. “Sin armonía doméstica será estéril el
ensayo de una gran política internacional. Ni los hombres, ni los pueblos
son fuertes cuando avanzan en el desconcierto”. La
segunda regla: Discreción. “Pequeño el Uruguay y débil, su política
internacional no puede igualarse a la de los grandes organismos dilatados
y fuertes. Las circunstancias nos imponen, pues, una acción discreta, tan
moderada como eficaz, y bien dirigida”. La
tercera regla: Confiar, ante todo, en el propio esfuerzo. “Cuando la prosperidad económica de una
nación depende de la benevolencia de otra nación, vecina y mucho más
poderosa, su autonomía es también fruto de la ajena benevolencia”. La
cuarta Regla: Neutralidad en los problemas de nuestros vecinos. “Mucha lealtad en los procedimientos con
ambos vecinos, sin entrometernos jamás en sus pleitos internos, estando
en la recíproca”. La
quinta regla: Junto a las corrientes que se neutralizan se forma el
remanso. “Las circunstancias han querido que los
intereses de la Argentina y Brasil no coincidan. Aunque en una curva del
camino estas naciones se protesten afecto infinito, la historia y la
geografía los hicieron rivales. La desavenencia de los limítrofes es la
mejor garantía de nuestra estabilidad. Cuando ellas se confundieron en un
esfuerzo común fue para obrar nuestro aniquilamiento: la invasión
portuguesa y la Triple Alianza, son testigos”. Y
enfatizaba Herrera: “Somos una
neutralidad simbólica, la que vale y entraña muy elevados deberes de
equidistancia, serenidad y paz”. Fue
un defensor de cercenar la libertad de la cuenca platina, cuyo bastión lo
configura la independencia de la ribera oriental. Es
por esa razón su oposición tenaz a la instalación de bases militares
extranjeras en territorio nacional. “Para nosotros – sostenía Herrera – no
es cuestión de decir que las bases van a ser para Juan o para Pedro. No
queremos bases para nadie, porque
sabemos que eso será poner en nuestras puertas una moneda de oro. Al día
siguiente, todos se la disputarían en beneficio ajeno y nunca en el
nuestro”. Y
agregaba Herrera: “Somos felices
de decir que el culto de las armas no es el nuestro, ni será el culto de
las generaciones venideras, porque no está en nuestro temperamento ni en
nuestro destino superior y selecto, vivir pensando en la matanza, ni en la
inmolación de pueblos, para beneficiarnos con su desventura”. Herrera
combatió por igual los dos imperialismos actuantes en su época. Del que
sufrió mayores ataques y dicterios fue del soviético. “Fueron años terribles
- recuerda Haedo - , la validez histórica de su pensamiento y de la acción americanista
de Herrera, alcanzó su plenitud en aquella lucha atroz en la que se irguió
solo, con fulmínea lucidez, con energía titánica, contra todo y contra
todos”. Y
sentenciaba Luis Alberto de Herrera: “En
definitiva, ni en las filas rojas del comunismo, ni una estrella más en
la bandera de ningún imperialismo”. Luis
Alberto de Herrera, con su corazón octogenario permaneció fiel a la “tierra deliciosa y amada”, fue un hombre de patria, y no de
cualquiera, o de todas, sino de la propia. Como
bien definiera Eduardo Víctor Haedo: “El
afán de perder jamás la autoridad moral, engendró su olímpico
desprendimiento de toda solicitación subalterna”. No
es el menor de sus legados el hecho de que el hijo de Juan José de
Herrera y nieto de Luis de Herrera, el heredero de una estirpe rica y
fundadora, después de haber gravitado más de medio siglo en la política
de país, muriera sobrepasados los ochenta y cinco años, en pobreza
edificante. Dejó por todo capital dos mil pesos depositados en un banco y
como única propiedad un auto desvencijado, en el que durante años paseó
con alegría por la ciudad. El pueblo reconocía con entusiasmo aquella
vieja “voiturette” que
aparecía por cualquier parte, y veía en ella un reproche a
concupiscencias y fastuosidades. Como
sostuvo el escritor Carlos María Velázquez nadie mejor que Herrera podía
decir: “Del verbo querer, máximo por la blandura
de su significado, viene “querencia”. Nosotros, los hombres y las
gentes del Sur, por encima de todos estamos
“aquerenciados”…….pues, ¡con nuestros deberes! |
Antecedentes Bibliográficos: Dr. Luis Alberto de Herrera: “El Uruguay Internacional” Carlos María Velázquez: “La Política Internacional en el pensamiento de Luis Alberto de Herrera” Dr. Luis Alberto Lacalle de Herrera: “Herrera un Nacionalismo Oriental” Eduardo Víctor Haedo: “Herrera, Caudillo Oriental” |
por Luis A.
Martínez Menditeguy
martinezmenditeguy@hotmail.com
Durazno, abril
2009
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