Gauguin: el buen salvaje |
ESCENA
1 GAUGUIN:
-Esta noche soñé que estaba muerto y, cosa curiosa, era precisamente el
momento en que me sentía feliz… Antes y después… Más o menos por un
sentimiento nacido en el aislamiento y la vida salvaje, quisiera
escribir… Considero que actualmente se escribe demasiado. Entendámonos
en este punto. Muchos saben escribir, es innegable; pero demasiado pocos,
lo hacen sabiendo qué es el arte literario, un arte muy difícil. Lo
mismo ocurre en las artes plásticas y, en cambio, todo el mundo se dedica
a ellas. Sin embargo, el deber de todos es intentarlo, ejercer. Como
hombre informado de muchas cosas que he visto, leído y oído en ambos
mundos, el mundo civilizado y el mundo bárbaro, he querido en una total
desnudez, sin temor ni vergüenza, escribir… todo esto. Estoy en mi
derecho. Y la crítica no podrá impedir que sea así, aunque lo que
escriba sea infame… No soy del oficio. Quisiera escribir como hago mis
cuadros, según mi fantasía, según la luna, y encontrar un título después.
¡Memorias! Esto es historia, es una fecha. Todo en él es interesante,
menos, el autor… Algunas veces es grave, y a menudo jocoso, de acuerdo
con mi frívola naturaleza; dicen que el hombre arrastra consigo a su
doble… Ya lo sabemos, dirán ustedes, pero está bien decirlo una vez más,
continuamente, siempre; al igual que las inundaciones, la moral nos
aplasta, ahoga la libertad, odia la fraternidad. Moral del sexo, moral
religiosa, moral patriótica, moral del soldado, del policía. Mi selección
no cambiará nada de todo ello, pero…reconforta un poco… Lo mejor sería
callar, pero callar cuando se tienen ganas de hablar es un problema. Hay
algunos que tienen un objetivo en la vida y otros que no. Desde hace
tiempo me hablan de la virtud; ya la conozco, pero no me interesa… Los
subterfugios de la palabra, los artificios del estilo, los brillantes
rodeos que algunas veces me interesan como artista, no se ajustan a mi
corazón bárbaro, tan duro, tan cariñoso. Se entienden y se aprende a
manejarlos; es un lujo que está de acuerdo con la civilización y cuya
belleza no desdeño. Hay que saber utilizarlos y alegrarnos con ellos,
pero libremente; dulce música que me gusta oír a su hora, hasta el
momento en que mi corazón reclama el silencio. Hay salvajes que algunas
veces se visten. ESCENA
2 GAUGUIN:
-Tengo que decir quién soy y de dónde vengo. Confesarme; después de
Rousseau esto constituye un asunto grave. Si digo que por línea materna
desciendo de un Borgia de Aragón, virrey del Perú, dirán que no es
cierto y que soy un pretencioso. Pero si les digo que se trata de una
familia de poceros, me despreciarán. Si les digo que por el lado de mi padre todos se llamaban Gauguin, me dirán que es algo de una
total inocencia; y si intento explicarlo para hacer entender que no soy un
bastardo, sonreirían con escepticismo… No soy de esos que maldicen la vida. He sufrido pero también he gozado, y
aunque esto último sea poco, es de lo que me acuerdo… Mi abuela era una
mujer muy curiosa. Se llamaba Flora Tristán. Decían que tenía genio; y
como yo no se nada de ello, me fío de lo que decían. Se inventó un montón
de tinglados socialistas, entre otros la Union Ouvrière. Los obreros,
agradecidos, le hicieron un monumento en el cementerio de Bordeaux. Una literata socialista, comunista. Es probable que no
supiera cocinar. Sin embargo, lo que puedo asegurar es que Flora Tristán
era una bella y noble señora… Su hija, María Chazal, que era mi madre, fue educada en el pensionado Bascans, esencialmente
republicano. Allí fue donde la conoció mi padre, Clovis Gauguin. En
aquel momento, mi padre era cronista político del periódico, Le National.
Mi padre, después de los acontecimientos del año 48 (yo nacía el 7 de
junio de 1848) ¿presintió acaso el golpe de estado de 1852? No lo sé;
de cualquier forma, se embarcó para Lima con la intención de fundar un
periódico. Tuvo la desgracia de caer en manos de un capitán terrible, lo
que le causó un gran daño, puesto que padecía una enfermedad del corazón
bastante grave. Cuando quiso bajar a tierra en Port-Famine, en el Estrecho
de Magallanes, se desplomó en la lancha. Murió de una ruptura de
aneurisma… Si hablo de todas estas cosas es accidentalmente, porque, en
este momento, acuden a mi mente muchos recuerdos de mi infancia… El
viejo tío de mi madre, don Pío, se enamoró de una sobrina, tan guapa y
tan parecida a su querido hermano, don Mariano. Don Pío se volvió a
casar a los ochenta años y tuvo varios hijos de este nuevo matrimonio,
entre otros Echenique, que fue durante mucho tiempo presidente de la república
de Perú. Constituían una gran familia y, en medio de todos, mi madre fue
una verdadera niña mimada… Tengo una notable memoria visual y veo todavía
a nuestra pequeña negra, la que según las reglas debía traer la
alfombra sobre la que se rezaba en la iglesia. Veo también a nuestro
criado chino que tan bien planchaba la ropa. Fue él quien me encontró en
una tienda de ultramarinos chupando caña de azúcar, sentado entre dos
barriles de melaza, mientras mi madre, desconsolada, hacía que me
buscaran por todas partes. Siempre me gustaron estas escapadas. En Lima,
en aquella época, en aquel país delicioso donde no llueve nunca, el
techo era una terraza y los propietarios eran contribuyentes de la locura;
en cada terraza había un loco atado con una cadena a una anilla y el
propietario o el inquilino debía mantenerlo con alimentos, muy simples.
Recuerdo que un día, mi hermana, la pequeña negra y yo estábamos
acostados en mi habitación, cuya puerta abierta daba a un patio interior;
por la noche, nos despertamos y vimos frente a nosotros al loco que bajaba
por la escalera. La luna iluminaba el patio. Nadie se atrevió a
pronunciar una palabra. Vi, y lo veo todavía, cómo el loco entraba en
nuestra habitación, nos miraba y luego, tranquilamente, volvía a subir a
la terraza… En otra ocasión, me desperté por la noche y vi el soberbio
retrato de mi tío, que estaba colgado en la habitación. Con la mirada
fija, nos miraba y se movía. Era un terremoto. Por muy valiente y muy
pillo que se sea, cuando hay un terremoto todos se tambalean. Es una
sensación común a todos y que nadie niega haber tenido… Veo todavía
nuestra calle, donde los gallinazos venían a comerse las basuras.
Entonces Lima no era como ahora, una gran ciudad suntuosa… Así
transcurrieron cuatro años hasta que un buen día llegó de Francia una
carta apremiante. Teníamos que regresar para solucionar los asuntos de la
herencia de mi abuelo paterno. Mi madre, tan poco práctica en los
negocios, volvió a Francia, a Orléans. Pero fue un error… Cuando Don Pío
de Tristán Moscoso dejó de existir. Tenía ciento trece años. Había
dejado una renta a mi madre de más de 25.000 francos. La familia, en el
lecho de muerte, hizo cambiar la voluntad del difunto y se apoderó de
esta inmensa fortuna, que fue dilapidada en París de forma alocada. Sólo
una prima se quedó en Lima y vive todavía en la abundancia, como una
momia. Las momias de Perú son célebres… Echenique vino al año
siguiente para proponer un arreglo a mi madre, pero ésta, orgullosa como
siempre, le respondió: “Todo o nada”. Y fue nada. A partir de
entonces, aunque no estábamos en la miseria, nuestra vida fue de una gran
sencillez… Mi vida siempre fue a trompicones, agitada. Había en mí
muchas mezclas. Soy un marino grosero, de acuerdo. Pero en mí también
puede verse la raza, o mejor, dos razas… Mi buen tío de Orléans, al
que llamábamos Zizi porque se llamaba Isidoro y era muy pequeño, me
explicó que cuando llegamos de Perú vivíamos en la casa del abuelo; yo
tenía entonces siete años. Algunas veces me veían en al jardín,
pisoteando y arrojando arena a mi alrededor. “Mi pequeño Paul, ¿qué
tienes?” Yo pataleaba más fuerte y le decía: “El niño es malo”…
Ya cuando era niño me juzgaba a mí mismo y sentía la necesidad de
decirlo… Me pusieron de externo en un pensionado de Orléans. El
profesor dijo: “Este niño será un cretino o un hombre de genio”.
Pero no fui ni lo uno ni lo otro. A los once años entré en el seminario
menor, donde progresé rápidamente. Leo en el Mercure algunos comentarios
de literatos sobre la educación en el seminario, de la que más tarde
tuvieron que desembarazarse. No diré, como Henri de Régnier, que esta
educación no cuenta para nada en mi desarrollo intelectual; al contrario,
creo que aquello me hizo mucho bien. Por otra parte, creo que fue allí
donde aprendí desde mis primeros años a odiar la hipocresía, las falsas
virtudes y la delación (Semper tres); a desconfiar de todo lo que
contrariaba mis instintos, mi corazón y mi razón. Allí me acostumbré a
concentrarme en mí mismo captando continuamente el juego de mis maestros,
a fabricar mis propios juguetes y también mis penas, con toda la
responsabilidad que éstas comportan… Una tarde, tallaba y esculpía con
un cuchillo el mango de un puñal sin hoja; eran un montón de sueños
incomprensibles para los mayores. Una buena señora, vieja amiga de la
familia, decía con admiración: “Será un gran escultor”… ESCENA
3 GAUGUIN:
-Por desgracia, esta señora no fue profeta… Huysmans es un artista.
Muchos pintores quisieran ser músicos o literatos; él, quisiera ser
pintor, le gusta la pintura. Hizo varias críticas de mis cuadros; tengo
una aquí y dice: “Gauguin es el primero, después de muchos años, que
ha intentado representar la mujer de nuestros días. No obstante, la
pesada sombra que baja de la cara al cuello de su modelo, ha llegado a
tener pleno buen éxito, ha creado una tela intrépida y auténtica.”…
Un año después, el señor Huysmans nos dice: “El señor Gauguin no
progresa. ¡Qué lástima! Este artista nos trajo el año pasado un
excelente estudio de desnudo; este año, nada que merezca la pena”… ¡Quiero
hacer un cuadro! Tiene seis metros de largo y dos de alto. Por qué estas
medidas? Porque es la anchura de mi taller y respecto a la altura, no
puedo trabajar sin cansarme mucho. La tela ya está tensa, preparada,
alisada con cuidado; ni un nudo, ni un pliegue, ni una mancha. Vean pues;
será una obra maestra. Desde un punto de vista geométrico, la composición
de líneas se iniciará en el centro; serán unas líneas elípticas en un
principio y luego se ondularán hasta los extremos. La figura principal
será una mujer que se transforma en estatua, y que sin embargo conserva
la vida convirtiéndose en ídolo. La figura se destacará sobre un núcleo
de árboles de los que no existen en la Tierra, que sólo crecen en el
paraíso. Está claro, ¿verdad? No se trata de la estatua de Pigmalión
cobrando vida volviéndose humana, sino de la mujer convirtiéndose en ídolo.
Tampoco se trata de la hija de Lot convertida en estatua de sal, ¡no, por
Dios! Por todas partes surgen flores de perfume embriagador, los niños
juegan en el jardín, las muchachas cogen flores; las frutas se amontonan
en inmensos cestos y robustos muchachos en actitudes graciosas los llevan
hasta los pies del ídolo. El cuadro debe ser grave como una evocación
religiosa, melancólico y alegre como los niños. ¡Ah, me olvidaba! También
quiero que haya pequeños cerditos adorables, negros, husmeando las cosas
buenas para comer, moviendo la cola para indicar su apetito… Mis
personajes serían de tamaño natural en el primer plano, pero las reglas
de la perspectiva me obligarán a hacer un horizonte muy alto y mi tela
tan sólo tiene dos metros de altura y no podré desarrollar los soberbios
mangos de mi jardín… ¡Qué difícil es la pintura! Aunque siguiera a
pie juntillas las reglas, igualmente sería lapidado... Para que tenga un
aspecto grave, los colores tendrán que ser graves también. Para que sea
alegre, los colores cantarán como las espigas de trigo, serán claros. ¿Deberá
ser una pintura clara u oscura? Existe un “entre las dos” que
satisface a la gente en general, pero que no me gusta mucho… Dios mío,
qué difícil es la pintura cuando se quiere expresar el pensamiento con
medios pictóricos y no literarios. Decididamente, el cuadro que voy a
hacer está lejos de estar realizado, el deseo es mayor que mi capacidad,
mi debilidad es inmensa (inmensa y debilidad, ¡hum!)… Me acuerdo también
de Manet. Uno que no molestaba a nadie. Hace tiempo vio un cuadro mío y
me dijo que estaba muy bien, y yo le contesté, con respeto hacia el
maestro: “¡No soy más que un aficionado!” En aquella época yo era
agente de cambio y no estudiaba arte más que por la noche y los días de
fiesta. -No es cierto- dijo Manet -Sólo son aficionados los que hacen una
mala pintura. Eso me hizo mucho bien… Claro que Mette no lo creyó nunca
así… ESCENA
4 GAUGUIN:
-Esa será mi mujer. Esas fueron las palabras que dije cuando la vi entrar
a Mette mientras almorzaba rápidamente antes de volver a mi trabajo en la
Bolsa. Nos conocimos, nos hablamos, nos comprendimos, y si ella no llegó
a amarme con la violenta impetuosidad con que yo la amaba, se da cuenta de
que yo, era un hombre leal, trabajador, de buenos antecedentes de familia
y, sobre todo, un financiero en ciernes, que posee la ciencia de ganar
dinero, que tenía, en fin, todos los requisitos ordinarios para ser un
buen marido… La familia de Mette, aceptó gustosa el casamiento. Ellos
eran dignos funcionarios de Estado en Dinamarca… Odio profundamente a
Dinamarca, su clima y sus habitantes. Sí, es innegable que en Dinamarca
hay cosas buenas… Allí se dedican muchos esfuerzos a la educación, a
la ciencia y sobre todo a la medicina… Hay que decir también que en
Dinamarca las recepciones se dan en el comedor, donde se come
admirablemente. Siempre es lo mismo y esto ayuda a pasar el tiempo. Por
ejemplo, no hay que sentirse aburrido por este tipo uniforme de conversación:
“Ustedes, que vienen de un gran país, deben encontrarnos muy
retrasados. Somos un país tan pequeño. ¿Qué le parece Copenhague,
nuestro museo?, etc.” Es bien poco. Y todo para que uno afirme lo
contrario; y probablemente hay que decirlo con cortesía… Los daneses
son muy prácticos. Pruébenlo pero no se lancen porque podrían
arrepentirse y no hay que olvidar que la danesa es una mujer práctica por
excelencia. Hay que comprenderlo, es un país pequeño y tiene que ser
prudente. Esto ocurre hasta con los niños, a los que se les enseña a
decir: “Papá, hace falta dinero, si no, pobre papá, ya puedes esperar
sentado”. He conocido niños de éstos… En el norte, el corazón más
íntegro no se resiste a una moneda de cien centavos. También he visto el
norte, y lo mejor que encontré no fue seguramente mi suegra, sino la
caza, que tan bien sabía preparar. El pescado también es excelente.
Antes de la boda todo es familiar; pero después, cuidado, todo se
disuelve… En la obra de Ibsen “El enemigo del Pueblo”, la mujer,
hasta el final, no se pone a la altura de su marido. Tan banal e
interesada, si no más, que la mayoría de ellas durante toda su
existencia, tiene un solo minuto que funde todo el hielo del norte que hay
en ella… Yo conozco a otro enemigo del pueblo, cuya mujer no sólo no
siguió a su marido, sino que educó tan bien a sus hijitos que éstos no
conocen a su padre; este padre que, siempre en el país de los lobos,
nunca a oído murmurar a su oído: “Querido papá”. Cuando muera, si
deja una herencia, aparecerán… Cuando me separé de Mette, me llevé
conmigo a Clovis, uno de mis cinco hijos
y en abril de 1886 la cosa estaba muy mal para mí y, en
consecuencia para él. Y recuerdo que le escribí a Mette algo así: La
necesidad impone su ley; algunas veces, incluso hace salir al hombre de
los límites que la sociedad le impone. Cuando el pequeño Clovis enfermó
de varicela, no tenía más que veinticinco céntimos en el bolsillo y comíamos
pan seco, de fiado, desde hacía tres días… Enloquecido se me ocurrió
buscar trabajo en una sociedad de anunciantes de las estaciones, como
cartelero; pero mi aspecto burgués hizo reír al director. Le dije muy
seriamente que tenía un hijo enfermo y que quería trabajar. Así pues,
estuve pegando carteles por cinco francos al día; durante este tiempo,
Clovis estaba en cama con fiebre; y por la noche, cuando regresaba,
cuidaba de él…. Tu amor propio de danesa se sentirá ofendido por tener
un marido cartelero. Pero qué quieres, todo el mundo no puede tener
talento. No te preocupes por el pequeño, está cada vez mejor y no he
pensado en mandártelo… Mientras tanto, sigue mirando el mundo con la
cabeza alta, como tú lo haces, conocedora de tus deberes y con la
conciencia tranquila; además, el único crimen posible es el adulterio.
Aparte de esto, todo son derechos. No es justo que te eche de tu casa,
pero en cambio es razonable que tú me eches de la mía. Tampoco debe
parecerte mal, pues, que intente construir otro hogar, y en él podré
pegar carteles. ¡Cada cual se avergüenza de lo que quiere!… Fue en
1890 cuando le escribí a Mette: Quizá llegue el día (y tal vez sea
pronto) en que desapareceré en los bosques de alguna isla de Oceanía;
allí viviré de éxtasis, de calma y de arte. ESCENA
5 GAUGUIN:
-Mi primer viaje lo hice a bordo del Luzitano (Unión des Chargeurs) del
Havre a Río de Janeiro. Algunos días antes de zarpar, en el Havre, hacia
Río de Janeiro, se me acercó un joven y me dijo: -Usted es mi sucesor
como pilotín; tome, le entrego este paquete y esta caja que será tan
amable de entregar en esta dirección. Pude leer: “Señora Aimée, rue
d’Ovidor”. -Se trata de una mujer encantadora -me dijo- que le
recomiendo especialmente. También es de Bordeaux, como yo… Les ahorro
la narración del viaje por mar, porque podría resultar aburrida. Como
pueden imaginar, mi primera preocupación fue entregar el paquete y la
carta a la dirección indicada. Fue muy agradable.
-Qué amable es de haber pensado en mí; y tú, deja que te mire,
pequeño; qué guapo eres… En esa época yo era muy bajo, y a pesar de
tener diecisiete años, aparentaba sólo quince. A pesar de esto, ya había
pecado por primera vez en el Havre antes de embarcarme y mi corazón latía
apresuradamente. Fue un mes delicioso... Esta encantadora Aimée, a pesar
de sus treinta años, era muy bonita, primera actriz en las óperas de
Offenbach. La veo todavía ricamente vestida, subiendo en su cupé
enganchado a una mula ardorosa. Todos la cortejaban… Aimée hizo a mi
virtud tambalearse. Sin duda era terreno abonado, porque me convertí un
bribonzuelo… Hay viajes que no quiero recordar, pero sí me viene a la
memoria algunas cosas de mi primer viaje a Tahití… Tuve un amigo indígena
que venía a verme cada día con naturalidad, sin ningún interés. Este
muchacho era realmente hermoso y nos hicimos muy amigos. Un día quise
tener, para esculpirlo, un árbol de palo de rosa, un pedazo bastante
grande y que no estuviera hueco. Para esto, me dijo, hay que ir a la montaña;
si quieres, te llevaré allí y lo traeremos entre los dos… Salimos por
la mañana, temprano. Los senderos indios, en Tahití, son bastante difíciles
para un europeo. Íbamos los dos desnudos, con un trapo en la cintura y un
hacha en la mano. Había un completo silencio, tan sólo se oía el ruido
del agua gimiendo sobre las rocas. Y nosotros éramos realmente dos
amigos, él muy joven y yo casi un viejo de cuerpo y alma, de vicios de la
civilización, de ilusiones perdidas. Su cuerpo flexible de animal tenía
formas graciosas; iba delante mí, sin sexo… De toda esta juventud, de
esta perfecta armonía con la naturaleza que nos rodeaba se desprendía
una belleza, un perfume (noa noa) que entusiasmaban mi alma de artista. De
esta amistad cimentada por una atracción mutua del simple al complejo
surgía el amor en mí… Y estábamos los dos solos… Tuve una especie
de presentimiento de crimen, el deseo de lo desconocido, el despertar del
mal. Después, el hastío del papel de macho que debe ser fuerte siempre,
protector, una dura carga a soportar. Ser por un momento el débil que ama
y obedece… Me acercaba, sin miedo a las leyes, sintiendo la confusión
en las sienes… El camino se había acabado y había que atravesar el río;
mi compañero se volvió en ese momento, mostrándome su pecho… El andrógino
había desaparecido: era realmente un muchacho; sus ojos inocentes tenían
el aspecto de la limpidez del agua. De pronto la calma penetró en mi alma
y entonces gocé con delicia del frescor del riachuelo, remojándome en él
con placer… -Toe toe (“está fría”)- me dijo… -¡Oh, no!- le
contesté, y esta negación, respondiendo a mi deseo anterior, se hundió
como un eco en la montaña, con acritud… Me hundía con viveza en el
bosquecillo; el muchacho no había entendido nada; tan sólo yo llevaba el
fardo de un mal pensamiento, toda una civilización me había adelantado
en el mal y me había educado… Poco tiempo después partí en un viaje
alrededor de la isla… Cuando llegué a Faaone, pequeño distrito que
anuncia el de Hitia, un indígena me interpeló: -¡Eh!, hombre que haces
hombres (sabe que soy pintor), ¡ven a comer con nosotros!… No me hice
de rogar; su rostro es tan dulce… Bajo del caballo; lo coge y lo ata a
una rama sin ningún servilismo, con sencillez y con destreza… Entro en
una casa en la que están reunidos varios hombres, mujeres y niños… -¿A
dónde te diriges?- me pregunta una bella maorí de unos cuarenta años. -Voy
a Hitia. -¿A
qué? No
se qué idea me pasó por la cabeza. Le contesté: -A buscar una mujer. En
Hitia hay muchas y muy bellas. -¿Quieres
una? -Sí. -Si
quieres, te doy una. Es mi hija. -¿Es
joven? -Eha
(sí). -¿Es
bella? -Eha. -¿Está
sana? -Está
bien, voy a buscarla. Estuvo
fuera durante un cuarto de hora y mientras traían la comida de maioré,
bananas salvajes y algunos camarones, la vieja entró seguida de una
muchacha alta que llevaba un pequeño bulto en la mano… A través del
vestido de muselina rosa excesivamente transparente se veía la piel
dorada de los hombros y los brazos; dos botones puntiagudos, recios en el
pecho. Su rostro encantador me pareció distinto al de las otras que había
visto en la isla hasta entonces y sus cabellos eran como un matorral,
ligeramente encrespados. Una orgía de colores cuando le daba el sol…
Cuando se sentó a mi lado, le hice algunas preguntas: -¿No me tienes
miedo? -Aita
(no). -¿Quieres
vivir en mi cabaña? -Eha. -¿No
has estado nunca enferma? -Aita. Eso
fue todo. Esta muchacha, una niña de unos trece años, me maravillaba y
me asustaba: ¿qué sucedía en su interior?… Nos fuimos juntos a mi
casa… Pasó una semana durante la que mi conducta fue de un
“infantil” que me era desconocido. La quería y se lo dije, y esto le
hacía sonreír (lo sabía bien). Ella parecía quererme, pero no me lo
decía en absoluto. Algunas veces, por la noche, un relámpago surcaba el
oro de la piel de Tehura. Esto era todo; y era mucho… Tuve que regresar
a Francia, donde me reclamaban deberes familiares imperiosos. Adiós Tahití,
tierra hospitalaria. Me fui con dos años más y veinte años más joven,
también más bárbaro y, sin embargo, más instruido. Cuando abandoné el
muelle para subir al barco, Tehura, que había estado llorando varias
noches, triste, melancólica, se había sentado sobre las piedras para
verme partir. La flor que llevaba en su oreja había caído sobre sus
rodillas, marchita… ESCENA
6 GAUGUIN:
-La nieve… La nieve empieza a caer, estamos en invierno; os evito la
mortaja, es simplemente nieve. Los pobres sufren y a menudo los
propietarios no lo comprenden… En este día de diciembre, en la calle
Lepic de nuestra buena ciudad de París, los peatones se apresuran más
que de costumbre, sin ningunas ganas de deambular. Entre ellos, un ser
friolero, que resulta extraño por su vestimenta, se apresura a llegar al
bulevar exterior. Va envuelto en un abrigo de piel de cabra y una gorra de
piel, probablemente de conejo, con la barba rojiza erizada. Como un
vaquero… No sean observadores a medias y, a pesar del frío, no dejen de
examinar con atención la mano blanca y armoniosa, los claros ojos azules,
tan infantiles, tan vivos, tan inteligentes. Probablemente es un pobre
pordiosero; no es un vaquero, es un pintor… Apresuradamente entra en una
tienda de flechas de salvajes, de chatarra y de óleos a buen precio. ¡Pobre
artista! Has entregado una parte de tu alma al pintar esta tela que vienes
a vender… Es una pequeña naturaleza muerta, unas gambas rosadas sobre
un papel rosa… -¿Puede darme un poco de dinero por esta tela para
ayudarme a pagar mi alquiler? (porque se acerca el plazo). -Ah,
amigo mío, los clientes son difíciles, me piden Millet a buen precio;
además, sabe usted- dice el marchand -su pintura no es muy alegre, el
renacimiento está hoy en día en el Boulevard. En fin, dicen que tiene
usted talento y quiero ayudarle. Tenga, ahí van cien centavos… Y la
moneda tintineó sobre el mostrador. El pintor la cogió sin un murmullo,
dio las gracias al marchand y salió. Volvió a subir por la calle Lapic,
pesarosamente; al llegar cerca de su casa, una pobre, salida del presidio
de Saint-Lazare, sonrió al pintor pidiéndole algo. La bella mano blanca
salió del paletón; el pintor era un lector, creyó en La fille Elisa y
la moneda se convirtió en propiedad de la desgraciada. Rápidamente, como
avergonzado de su caridad, huyó con el estómago vació… Se llama
Vincent van Gogh… Yo hice un retrato de mí mismo para Vincent, que me
lo había pedido. Creo que es una de mis mejores obras; resulta totalmente
incomprensible por lo abstracto que es… A primera vista es una cabeza de
bandido, un Jean Valjean (Les Misérables), pero personifica también a un
pintor impresionista poco considerado y que va siempre arrastrando sus
cadenas por el mundo. El dibujo es muy especial, una abstracción total.
Los ojos, la boca, la nariz, son como flores de un tapiz persa que
personifican el aspecto simbólico. El color no tiene nada que ver con el
color de la naturaleza: ¡imagínese un vago recuerdo de la alfarería
retorcido por un fuego poderoso! Los rojos, los violetas irradiados por el
fuego, como un horno centellean en los ojos, centros de las luchas del
pensamiento del pintor. Todo ello sobre un fondo cromado, con ramilletes
infantiles. Habitación de muchacha pura. El impresionista es un hombre
puro, no manchado aún por el beso putrefacto de Bellas Artes… Yo fui a
Arles para encontrarme con Vincent van Gogh, después de numerosos ruegos
por su parte. Según decía, quería fundar el Atelier du Midi, del que yo
iba a ser jefe. Este pobre holandés era muy ardiente, muy entusiasta… A
partir del día siguiente nos pusimos a trabajar. Nunca he tenido la
facilidad cerebral que otros, sin ningún tormento, encuentran en la punta
del pincel. Estos se apean del tren, toman la paleta y en un momento te
plantan un efecto de sol. Cuando está seco, pasa al Luxembourg firmado
por Carolus-Duran… No admiro el cuadro, pero admiro al hombre. Tan
seguro, tan tranquilo… Vincent creía en un Jesús amante de los pobres.
Fue preparado para ser pastor e hizo un viaje a pie desde Holanda hasta Bélgica,
se iba a las minas, a ver a los que él llamaba sus hermanos. Su enseñanza
de la Biblia en las minas fue, según creo, provechosa para los mineros y
molesta para las autoridades de arriba, de la superficie. Pronto fue
llamado y despedido, y el consejo de familia le declaró loco y quiso
recluirle. Sin embargo, no fue encerrado gracias a su hermano Théo… En
la mina sombría, negra, un día el amarillo del cromo lo inundó todo,
fulgor terrible de fuego grisú, dinamita del rico, que no falta. Unos
hombres que en aquel momento ascendían fueron engullidos por el carbón,
y aquel día dijeron adiós a la vida, adiós a los hombres, sin una
blasfemia. Uno de ellos, terriblemente mutilado, con el rostro quemado,
fue recogido por Vincent. “Y, sin embargo, decía el médico de la compañía,
es un hombre acabado, a menos que se produzca un milagro o que disponga de
unos cuidados maternales muy costosos. Es una locura ocuparse de él”…
Vincent creía en los milagros, en la maternidad. El loco (decididamente
estaba loco) veló durante cuarenta días al moribundo; impidió sin
descanso que el aire penetrara en las heridas y pagó las medicinas. Y
habló como sacerdote consolador (decididamente estaba loco). La obra loca
hizo revivir a un muerto, un cristiano… Cuando el herido, finalmente a
salvo, bajó de nuevo a la mina para reemprender el trabajo, podía verse,
decía Vincent, la cabeza de Jesús mártir, llevando sobre su frente la
aureola, los zig-zag de la corona de espinas, cicatrices rojas sobre el
amarillo terroso de la frente de un minero… Decididamente, este hombre
estaba loco… El azar, probablemente, ha hecho que durante mi vida,
varios hombres que he frecuentado o han discutido conmigo se hayan vuelto
locos… ESCENA
7 GAUGUIN:
-Hay momentos en los que creo que estoy loco, y cuanto más reflexiono por
la noche, en la cama, más cuenta me doy de que tengo razón… He
conocido la miseria, el hambre, el frío y todo lo demás. Pero no es nada
o casi nada, te acostumbras a ello y, con un poco de voluntad, acabas por
reírte. Pero en la miseria lo que es terrible es la imposibilidad de
trabajar, de desarrollar las facultades intelectuales. También es cierto,
sin embargo, que la miseria agudiza el genio. Pero ésta no tiene que ser
demasiado aplastante; si no, te mata… Por medio del orgullo he
conseguido tener mucha energía y ¡la que hubiera querido tener! ¿El
orgullo es una falta y a pesar de ello hay que alentarlo? Creo que sí;
sigue siendo todavía el mejor instrumento para luchar contra la bestia
humana que está dentro de nosotros… ¿Cuál es mi opinión política?
No tengo ninguna, pero con el voto universal deberé tenerla… Soy
republicano porque considero que la sociedad debe vivir en paz. La mayoría,
en Francia, es totalmente republicana; por tanto, soy republicano; y por
otra parte, hay tan poca gente a quien le gusta lo grande y lo noble que
es necesario un gobierno demócrata… ¡Viva la democracia! Es lo único
lógico. Desde un punto de vista filosófico, considero que la República
es un trompe-l’oeil, y me horrorizan los trompe-l’oeil. Me convierto
de nuevo en antirrepublicano (filosóficamente hablando). A nivel
intuitivo, por instinto, sin reflexión, me gustan la nobleza, la belleza,
los gustos delicados y la antigua divisa: Noblesse oblige. Me gustan las
buenas formas, incluso la cortesía de Luis XIV. Así pues, a nivel
instintivo y sin saber por qué, soy un aristócrata. Como artista. El
arte es para una minoría y debe ser noble. Únicamente los grandes señores
han protegido al arte: por instinto, por deber y, tal vez, por orgullo, no
importa; hicieron posible la realización de cosas grandes y bellas. Los
reyes y los papas trataban a los artistas de igual a igual… Los demócratas,
banqueros, ministros y críticos de arte adoptan un aire protector y no
protegen, comercian como vendedores de pescado en el mercado. ¡Y
pretenden que un artista sea republicano!… Estas son mis opiniones políticas.
Considero que en una sociedad todos tienen derecho a vivir y a vivir bien,
proporcionalmente a su trabajo. Pero el artista no puede vivir; por tanto,
la sociedad es criminal y está mal organizada… En una exposición de
Durand-Ruel, sobre el caballete hay un cuadro sorprendente. En un circo de
colores extraños, como el líquido de un brebaje diabólico o divino, no
podría decirse, el Agua misteriosa emana de los labios alterados de lo
Desconocido. Frente a esta forma que parece sobrenatural, esta forma que
materializa la idea pura, exclamaron: -¡Es una locura! ¿Dónde ha visto
esto?… Que mediten estas palabras: “Tan sólo el sabio intentará
penetrar el misterio de las parábolas”… Cézanne pinta un paisaje
rutilante; fondos ultramar, verdes pesados, ocres tornasolados; los árboles
se alinean, las ramas se entrelazan, pero dejan ver la casa de su amigo
Zola, con las ventanas de un color bermellón que vuelve anaranjados los
cromados que centellean sobre la cal de las paredes. Los veroneses que
estallan indican la verdura refinada del jardín y, contrastando, el
sonido grave de las ortigas violáceas en primer plano, que orquesta el
simple poema. Esto sucede en Medán. Un pretencioso que pasaba,
horrorizado, mira lo que cree que es un lamentable desastre de aficionado
y, sonriendo como un entendido, le dice a Cézanne: -Usted hace pintura. -Probablemente,
pero tan poco… -Sí,
me doy cuenta; yo, vea usted, soy un antiguo alumno de Corot y, si me lo
permite, con algunos toques hábiles puede arreglar esto. Los valores, los
valores…, eso es todo. Y el vándalo, impunemente, pinta unas estupideces sobre la tela rutilante. Los grises sucios cubren las sederías orientales… Cézzane exclama: -Señor, tiene usted suerte, y cuando hace un retrato sin duda debe poner los brillantes en la punta de la nariz, como se hace a un latoso… Cézanne toma de nuevo su paleta y rasca con el cuchillo todas las porquerías del caballero. Y después de un momento de silencio, se tira un pedo formidable, se vuelve hacia el caballero y dice: -Ah, ¡qué descanso!… He sido bueno algunas veces; pero no me congratulo de ello. He sido malo a menudo, pero no me arrepiento… En mi última exposición en Durand-Ruel, Oeuvres de Tahití, dos jóvenes de buena fe no conseguían entender mi pintura: Amigos respetuosos de Degas, le preguntaron su opinión, para que les ilustrase… Con su sonrisa paternal, él, tan joven, les recitó la fábula de Le Chien et le Loup: -Ven- les dijo -Gauguin es el lobo…. ESCENA 8 GAUGUIN:
-¿Quién conoce a Degas? Decir que nadie sería exagerado. Algunos
solamente; me refiero a conocerle bien. Tan sólo los pintores, muchos por
temor y el resto por respeto, admiran a Degas. Pero, ¿le comprenden?…
Una mujer muy fea me dijo: “No me gusta Degas porque pinta mujeres
feas”. Y luego añadió: “¿Ha visto usted en el Salón el retrato que
me hizo Gervex?”… Las mujeres vestidas de Carolus-Duran son obscenas.
En cambio, los desnudos de Degas son castos. Se lavan en bañeras, por eso
son limpias. ¡Pero se ven el bidet, la lavativa, la palangana! Igual que
en casa… Las mujeres feas, muy feas, no soportan un modelo feo en
pintura: ¿Qué sucede en su cabeza? Nunca he podido averiguar si este
horror por lo feo provenía de la sensación de horror que tendrían de sí
mismas frente a un espejo, o lo contrario… Una vez apareció un largo
artículo en Le Fígaro sobre la pequeña revolución que tenía lugar en
ese momento en Noruega y Suecia: Björnson y compañía acababan de
publicar un libro en el que piden el derecho de la mujer a acostarse con
quien quiera. Se suprimiría el matrimonio y no existiría más que una
asociación, etc… La mujer quiere ser libre y está en su derecho. Y
seguramente no es el hombre quien se lo impide. El día en que su honor no
esté más abajo de su ombligo, será libre. Y tal vez también más
sana… Como noble dama española, mi madre era violenta, y recibí
algunas bofetadas de una pequeña mano suave como el corcho. Y es cierto
también que, minutos después, mi madre me besaba y me acariciaba,
llorando… Mi madre estaba muy graciosa y bonita cuando se ponía su
vestido de limeña, con la mantilla de seda cubriéndole la cara y dejando
un solo ojo al descubierto, ese ojo tan dulce y tan imperativo, tan puro y
tierno… Un día volví con algunas bolitas de cristal de colores. Mi
madre, furiosa, me preguntó de dónde las había sacado. Bajé la cabeza
y le dije que las había cambiado por mi pelota de goma. -¿Qué quieres
decir?, ¿que tú, mi hijo, Hace negocios?… La palabra negocios en la
cabeza de mi madre se convertía en una palabra despreciable. ¡Pobre
madre mía! Se equivocaba y tenía razón en el sentido de que ya de niño
adiviné que había muchas cosas que no podían venderse… Tehura se
entregaba dócil, amorosa. El noa noa tahitiano lo embriagaba todo. Ya no
tenía conciencia del día y de la noche, del Mal y del Bien; todo era
bello, todo estaba bien. Por instinto, cuando trabajaba, cuando soñaba,
Tehura se callaba. Sabía siempre cuándo tenía que hablar sin
molestarme… En mi primera estancia en Tahití, una vez fui a pescar atún
con los maoríes. Yo saqué dos grandes atunes y mientras lo poníamos
todo en orden, pregunté al joven el porqué de todas las risas y palabras
intercambiadas al oído en el momento en que mis dos atunes eran llevados
a la piragua. Entonces me explicó que el pescado cogido por el anzuelo en
la mandíbula inferior significaba infidelidad de la vahiné durante la
ausencia en la pesca. Sonreí, incrédulo. Volvimos… Llegó la hora de
acostarse. Me devoraba la duda. Pero, ¿para qué? Por fin, pregunté a
Tehura: -¿Te has portado bien? -Eha. -¿Y
te ha gustado el amante de hoy? -Aita…
No he tenido ningún amante. -Mientes.
El pez ha hablado. Su
rostro adquirió una expresión que desconocía. Su frente indicaba un
ruego. A pesar mío, me fié de ella. Hay momentos en los que las
advertencias de lo alto son útiles… Contraste entre la fe religiosa,
supersticiosa, de la raza y el escepticismo de nuestra civilización…
Suavemente, cerró la puerta e hizo sus oraciones en voz alta. Finalizada
su oración, se acercó a mí, resignada, y me dijo, con lágrimas en los
ojos: -Tienes que pegarme, azotarme mucho. Y
viendo ese rostro resignado, ese cuerpo maravilloso, pensé en un ídolo
perfecto. Malditas sean mis manos si se atreven a flagelar una obra
maestra de la creación. -Pégame
te digo, si no estarás irritado mucho tiempo y enfermarás…. La besé,
y mis ojos decían estas palabras de Buda: hay que vencer la cólera con
la dulzura; hay que vencer el mal con el bien, la mentira con la verdad…
Aline, mi hija, así como yo, también era una salvaje y me comprendía…
Aline, gracias a Dios, tenía la cabeza y el corazón lo suficientemente
elevados como para no estar asustada y corrompida por el contacto con el
cerebro demoníaco que la naturaleza me ha dado… Y ella, murió a causa
de la severidad de mi esposa Mette… Recuerdo que le escribí a Mette: No
quiero decirle que ojalá Dios vele por usted, sino muy prosaicamente. Que
su conciencia pueda dormir en paz para que no anhele usted la llegada de
la muerte como una redención… He perdido a mi hija; ya no quiero a
Dios… Hace poco, Daniel de Monfreid me participaba en una carta que su
mujer se estaba muriendo, y, recuerdo que le contesté: Esto me hace
pensar en la mía que no se decide a hacer otro tanto. Sigo sin noticias
de ella y los chicos ya casi no me conocen. ¿Qué hacer? En medio de la
mi soledad poco a poco la llaga se va cicatrizando. Parece mentira. Tengo
la seguridad de que a un padre que estuviera en presidio, no se le trataría
con tanta crueldad. Es muy probable que además de los cuatro que llevan
mi nombre, existan también mujeres y niños que se sirven de mi apellido;
y si, después de mi muerte llegara a ser célebre, se dirá de mí:
Gauguin tuvo una familia muy numerosa, fue un patriarca. ¡Cruel y amarga
irrisión!… Quizá también se diga: Era un hombre sin entrañas ni
corazón que abandonó a sus hijos, etc… ¡Qué importa! No nos ocupemos
de tan repugnante gentuza; dejémosla entre sus inmundicias y prosigamos
la obra empezada… ESCENA
9 GAUGUIN:
-Algunos malintencionados, y otros con inocencia, me han atribuido la
locura de van Gogh… En la última época de mi estancia con él, Vincent
se hizo excesivamente brusco y ruidoso y, más tarde, silencioso… Un día se me ocurrió hacer su retrato mientras pintaba la
naturaleza muerta que tanto le gustaba, los girasoles. Una vez terminado
el retrato, me dijo: “Soy realmente yo, pero soy yo que me he vuelto
loco”… La misma noche fuimos al café. El tomó un ajenjo ligero. De
pronto, me lanzó a la cabeza el vaso y su contenido. Esquivé el golpe…
A la mañana siguiente, cuando se despertó, muy calmado, me dijo: -Mi
querido Gauguin, tengo el vago recuerdo de que ayer por la noche le ofendí…
-Le perdono francamente y de todo corazón, pero la escena de ayer podría
repetirse, y si me llega a golpear podría no ser dueño de mí mismo y
estrangularle. Permítame, pues, que escriba a su hermano para comunicarle
mi marcha… ¡Qué día, Dios mío! Cuando llegó la noche, había
empezado a preparar mi cena y sentí la necesidad de ir a tomar aire solo.
Casi había atravesado la plaza Víctor Hugo cuando oí detrás mío unos
pasos muy conocidos, rápidos y entrecortados. Me volví en el momento en
que Vincent se lanzaba sobre mí con una navaja abierta en la mano. Mi
mirada en aquel momento debió ser muy poderosa porque se detuvo y,
bajando la cabeza, volvió corriendo a casa… ¿Acaso fui cobarde en
aquel momento y hubiera debido desarmarle e intentar calmarle? A menudo e
interrogado a mi conciencia y no me he hecho nunca ningún reproche. Que
me lance la piedra quien quiera. Me fui inmediatamente a un buen hotel de
Arles… Van Gogh volvió a casa inmediatamente y se cortó la oreja de raíz.
Debió pasar un cierto tiempo hasta que logró cortar la hemorragia…
Cuando fue capaz de salir, con la cabeza envuelta en una boina vasca
totalmente calada, fue directamente a una casa de citas, se encontró a un
conocido y entregó al funcionario su oreja bien limpia y metida dentro de
un sobre. “Tome esto, dijo, en recuerdo mío”, y luego huyó, volvió
a casa. Diez minutos después, toda la calle de las muchachas alegres
estaba en movimiento y se discutía el acontecimiento… A la mañana
siguiente yo estaba lejos de saber todo esto, cuando llegué a casa el
comisario de policía, que para entonces creía que Vincent estaba muerto,
me dijo bruscamente: -¿Qué hizo usted, señor, con su compañero? Le
expliqué que no sabía nada y le dije de subir hasta el dormitorio de
Vincent. Con muchísima dulzura, palpé su cuerpo, cuyo calor anunciaba
con toda probabilidad que estaba vivo. En aquel momento fue como si
cobrara toda mi inteligencia y mi energía. Casi en voz baja, dije al
comisario: -Señor, despierte a este hombre con mucho cuidado y si
pregunta por mí, dígale que me he marchado a París; verme en este
momento podría ser funesto para él… El resto es conocido por todos…
En la última carta que recibí de él, me decía: “Querido maestro (era
la única vez que utilizó esta palabra), después de haberle conocido y
de haberle causado tristeza, considero que es mucho más digno morir
estando cuerdo que en un estado degradado”… Y se disparó un tiro en
el vientre, y sólo unas horas después, acostado en su cama y fumando su
pipa, murió conservando toda su lucidez, con amor a su arte y sin odio
hacia los demás… Con
finura, pero con autoridad, el crítico… (el que no cae en la trampa, el
que espera la consagración de la posteridad antes de… gritar) -éstos
gritan tanto para admirar como para injuriar; pero no teman nada, no
tiemblen (le fiera no tiene uñas ni dientes, ni siquiera cerebro: está
embalsamada)- y el crítico me pregunta: -¿Es usted simbolista? Soy un niño
bueno y quisiera instruirme, explíqueme lo que es el simbolismo. Tímidamente
(sin gritar) le respondo: -Qué amable sería usted si me hablara en
hebreo, una lengua que ni usted ni yo conocemos. En ese caso, la situación
sería un poco parecida a… -¿A
qué, señor simbolista?- me pregunta con la finura y la malicia
acostumbradas. Y
le contesto, tímidamente, sin finura, sin malicia: -Pues… resulta que
mis cuadros hablan probablemente en hebreo, lengua que usted no comprende;
así pues, es inútil seguir la conversación… A este propósito, quiero
contarle una pequeña anécdota. Durante una exposición fui a visitar,
con un enemigo de Manet, a Renoir y los impresionistas; éste, frente a un
retrato, gritaba que era abominable. Para apartarle de él, le hice
observar un gran retrato. La firma, muy pequeña, era invisible. “Menos
mal”, dijo, y exclamó: “Esto sí es pintura”. “Pero si es de
Manet”, le dije. Se puso furioso; desde aquel día fuimos enemigos
irreconciliables… ¡Ah, si el buen público quisiera al fin aprender a
comprenderme, cómo lo amaría! Cuando lo veo mirar mis obras, dar vueltas
y remirarlas, temo que las mancillen como al manosear un cuerpo de virgen
y que mi trabajo se estigmatice con huellas del innoble contacto… Y allá,
del montón, se levanta un grito: ¿Por qué pintar? ¿Para quién pinta
usted?… Y yo, tembloroso, huyo… ESCENA
10 GAUGUIN:
-Me dije que había llegado el momento de largarse a un país más simple
y con menos funcionarios. Y pensé en hacer mis maletas e ir a las
Marquesas… En primer lugar, me enteré a mi llegada de que era
totalmente imposible alquilar o comprar tierras, como no fuera a la misión;
y aún así… El obispo estaba ausente y tuve que esperar un mes; mis
maletas y un cargamento de madera para construir mi cabaña esperaron en
la playa… Durante este mes, como pueden imaginar, fui todos los domingos
a misa, obligado a jugar mi papel de verdadero católico y de polemista
contra los protestantes. Conseguí tener la deseada reputación y Monseñor,
sin dudar un solo instante de mi hipocresía, aceptó -porque se trataba
de mí- venderme un pequeño terreno. Me puse manos a la obra con ardor y
me instalé convenientemente. La hipocresía tiene cosas que están bien.
Acabada mi cabaña, no pensé en volver a la iglesia. Pero llegó una
doncella y empezó la batalla. Y al decir una doncella soy muy modesto,
puesto que todas las que llegaban, venían sin invitación… Aquí, en
las Marquesas, el matrimonio empieza a arraigar; por otra parte, se trata
tan sólo de una regularización. Cristianos de exportación se dedican
ardientemente a esta singular tarea. El policía hace las funciones de
alcalde… En una ocasión, a la salida de la iglesia, el novio dijo a la
dama de honor: “Qué bonita eres.” Y la novia dijo al padrino: “Qué
guapo eres.” Y al cabo de un momento, una pareja por la derecha y otra
por la izquierda, desaparecieron en la selva, al abrigo de los bananos
donde, frente a Dios todopoderoso, hubo dos bodas en vez de una. Monseñor
está contento y dice: “Les estamos civilizando.”… En un islote,
cuyo nombre y latitud he olvidado, ejerce su función de moralización
cristiana un obispo. Según dicen, es un zorro. A pesar de la austeridad
de su corazón y de sus sentidos, amaba a una niña de la escuela
paternalmente, con pureza. Pero por desgracia, el diablo se mete a veces
en lo que no le importa, y un buen día, nuestro obispo se paseaba por el
bosque cuando vio a su querida niña, que lavaba su camisa en el río,
desnuda… -Vaya -se dijo- ¡Pero si ya está a punto!… Ya creo que lo
estaba; preguntad si no a los quince vigorosos muchachos que la misma
noche la estrenaron. Al llegar el dieciséis, la muchacha refunfuñó…
Monseñor es un zorro, mientras que yo soy un gallo viejo, duro y bastante
ronco. Si dijera que fue el zorro quien empezó, diría la verdad. ¡Querer
condenarme a la castidad! Es demasiado… Para mí fue sólo un juego
cortar dos grande trozos de palo de rosa y esculpirlos al estilo de las
Marquesas. Uno representaba a un diablo cornudo y el otro a una bella
mujer, con flores en los cabellos… Dios, a quien tantas veces he
ofendido, no ha querido castigarme; en un momento una tormenta excepcional
ha provocado terribles destrozos. A partir de las ocho de la noche empezó
la tempestad. Solo, en mi cabaña, esperaba ver a cada instante cómo ésta
se hundía. Las ráfagas estremecían la enorme techumbre de hojas de
cocotero y se filtraban por todas partes, impidiéndome mantener la lámpara
encendida. Hacia las diez, un ruido continuo, como un edificio de piedra
que se derrumba llamó mi atención. No pude contenerme más y salí fuera
de la cabaña; inmediatamente sentí mis pies empapados. Con el pálido
resplandor de la luna que acababa de aparecer, pude ver que me encontraba
ni más ni menos que en medio de un torrente que arrastraba piedras que
iban a chocar contra los pilares de madera de mi casa. No podía hacer
nada más que esperar las decisiones de la Providencia y resignarme. La
noche fue larga… En cuanto amaneció saqué la nariz fuera. Mi cabaña
ha resistido… Cuando llegas a las Marquesas, te dices al ver los
tatuajes que cubren sus cuerpos y su cara por completo: ¡qué hombres más
terribles! Y además han sido antropófagos. Pero se equivocan totalmente.
El indígena de las Marquesas no es en absoluto terrible; por el
contrario, es un hombre inteligente y totalmente incapaz de una maldad.
Dulce hasta ser tonto y timorato frente a todo lo que sea autoritario.
Dicen que ha sido antropófago, pero que esto ya se ha acabado, es un
error. Siguen siéndolo, sin ninguna ferocidad; les gusta la carne humana
como a un ruso le gusta el caviar. Preguntad a un viejo medio dormido si
le gusta la carne humana y se despertará súbitamente, con los ojos
brillantes, para contestarte con una infinita dulzura: “¡Oh, qué buena
es!”… Aquí el policía se encuentra en su ambiente: la caza del
hombre… Si por una parte, los señores inspectores hacen leyes
especiales que le prohíben a los salvajes beber, mientras que los
europeos y los negros pueden hacerlo, y por otra su palabra, sus
afirmaciones, son nulas frente a la justicia, resulta inconcebible que se
les diga que son electores franceses, que se les impongan escuelas y otras
pamplinas religiosas. Curiosa ironía la de esta consideración hipócrita
de Libertad, Igualdad, Fraternidad, bajo una bandera francesa frente a
este repugnante espectáculo de hombres que no son más que carne para las
contribuciones de todo tipo y para el policía arbitrario. Y, sin embargo,
se les obliga a gritar: “¡Viva el señor gobernador, viva la República!”…
Es divertido que yo sea el defensor de los indígenas… ¡Quieren
recriminarme por ser el defensor de los desgraciados sin defensa
alguna!… Y, sin embargo, ya existe una Sociedad Protectora de Animales. ESCENA
11 GAUGUIN: -¿Llegará acaso el día en que los hombres comprendan cabalmente el sentido de la palabra LIBERTAD? El único feliz es el que está libre, pero sólo es libre el que es lo que puede ser, es decir, lo que debe ser. ¿Es necesario, para poder vivir, perder las razones que os hacen vivir? Varios centinelas alineados contra la pared. Arriba, sobre la cal blanca, se destaca la inscripción en negro: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Libertad, sí. Igualdad, no. Fraternidad, en absoluto…Considero que la vida sólo tiene sentido cuando se vive voluntariamente… ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? Antes de intentar morir, puse en esa obra toda mi energía, una pasión tal, cargada de dolores padecidos en circunstancias terribles, y una visión tan clara y exenta de correcciones, que lo precoz desaparece y la vida surge de ella floreciente… Como un animal herido, me retiré a las montañas, tras terminar este testamento, el cuadro, para morir allí en paz. Llevaba conmigo arsénico, con el que me quise envenenar; pero el intento de suicidio fracasó… De todos modos yo estaba enfermo; Annha, la prostituta javanesa estaba enferma y me enfermó… Creo que sobre mí se ha dicho todo lo que se debía y todo lo que no se debía decir. Deseo ahora únicamente el silencio, el silencio y una vez más el silencio. ¡Que me dejen morir en paz y olvidado!… ¿Por qué actualmente, recordando todo el pasado hasta ahora, estoy obligado a ver (-estropeándome los ojos-) como casi toda la gente que conocí, sobre todo los últimos jóvenes a los que aconsejé y animé, no reconocerme?… Intenté también luchar contra todos esos prejuicios que en cada época se convierten en dogmas y que despistan no solamente a los pintores, sino también al público interesado… Desde hace tiempo, lo que he querido demostrar es: el derecho de atreverse a todo. Mi capacidad y las dificultades pecuniarias para vivir han sido demasiado grandes para esta tarea: no han producido un resultado muy importante, pero la máquina está lanzada. El público no me debe nada porque mi obra pictórica es sólo relativamente buena, pero los pintores que actualmente se aprovechan de esta libertad, sí me deben algo… Es cierto que muchos se imaginan que esto lo hace uno solo. Por otra parte, no les pido nada; mi conciencia basta para recompensarme… Me acuerdo de haber vivido; y también me acuerdo de no haber vivido. Soñar despierto es casi lo mismo que soñar dormido. El sueño, cuando se está dormido, es más atrevido a menudo, y a veces un poco más lógico… Me siento impulsado a pensar, quizás diría a soñar, en este momento en que todo está absorbido, adormecido, anonadado, es germen en el sueño de la más tierna infancia. Principios invisibles, indeterminados, inobservables que evidentemente sólo presentaban una característica: la de la naturaleza entera sin vida, sin expresión, disuelta, reducida a la nada, sumergida en la inmensidad del espacio que sin forma alguna, vacío y penetrado por la noche y el silencio en toda su profundidad, debía ser como un abismo sin nombre. Era el caos, la nada primordial, no del Ser, sino de la Vida, que luego se llama el imperio de la Muerte, cuando la vida que se había producido vuelve a ella… Y en mi sueño, un ángel con las alas blancas venía hacia mí, sonriente. Detrás de él iba un viejo que llevaba un reloj de arena en la mano: -Es inútil que me preguntes- me dijo -porque conozco tu pensamiento… Pide al viejo que te lleve hacia el infinito y sabrás lo que Dios quiere hacer de ti y verás cómo actualmente estás todavía inacabado. ¿Cómo sería la obra del Creador si fuera la tarea de una día? Dios no descansa nunca… El viejo desapareció, al despertarme y levantar los ojos hacia el cielo, vi al ángel de las alas blancas que subía hacia las estrellas. Su larga cabellera rubia dejaba una estela de luz en el firmamento… Esta noche soñé que estaba muerto y, cosa curiosa, era precisamente el momento en que me sentía feliz… |
Daniel Martínez Dambolena
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