Gauguin: el buen salvaje
Daniel Martínez Dambolena

ESCENA 1

 

GAUGUIN: -Esta noche soñé que estaba muerto y, cosa curiosa, era precisamente el momento en que me sentía feliz… Antes y después… Más o menos por un sentimiento nacido en el aislamiento y la vida salvaje, quisiera escribir… Considero que actualmente se escribe demasiado. Entendámonos en este punto. Muchos saben escribir, es innegable; pero demasiado pocos, lo hacen sabiendo qué es el arte literario, un arte muy difícil. Lo mismo ocurre en las artes plásticas y, en cambio, todo el mundo se dedica a ellas. Sin embargo, el deber de todos es intentarlo, ejercer. Como hombre informado de muchas cosas que he visto, leído y oído en ambos mundos, el mundo civilizado y el mundo bárbaro, he querido en una total desnudez, sin temor ni vergüenza, escribir… todo esto. Estoy en mi derecho. Y la crítica no podrá impedir que sea así, aunque lo que escriba sea infame… No soy del oficio. Quisiera escribir como hago mis cuadros, según mi fantasía, según la luna, y encontrar un título después. ¡Memorias! Esto es historia, es una fecha. Todo en él es interesante, menos, el autor… Algunas veces es grave, y a menudo jocoso, de acuerdo con mi frívola naturaleza; dicen que el hombre arrastra consigo a su doble… Ya lo sabemos, dirán ustedes, pero está bien decirlo una vez más, continuamente, siempre; al igual que las inundaciones, la moral nos aplasta, ahoga la libertad, odia la fraternidad. Moral del sexo, moral religiosa, moral patriótica, moral del soldado, del policía. Mi selección no cambiará nada de todo ello, pero…reconforta un poco… Lo mejor sería callar, pero callar cuando se tienen ganas de hablar es un problema. Hay algunos que tienen un objetivo en la vida y otros que no. Desde hace tiempo me hablan de la virtud; ya la conozco, pero no me interesa… Los subterfugios de la palabra, los artificios del estilo, los brillantes rodeos que algunas veces me interesan como artista, no se ajustan a mi corazón bárbaro, tan duro, tan cariñoso. Se entienden y se aprende a manejarlos; es un lujo que está de acuerdo con la civilización y cuya belleza no desdeño. Hay que saber utilizarlos y alegrarnos con ellos, pero libremente; dulce música que me gusta oír a su hora, hasta el momento en que mi corazón reclama el silencio. Hay salvajes que algunas veces se visten.

 

ESCENA 2

 

GAUGUIN: -Tengo que decir quién soy y de dónde vengo. Confesarme; después de Rousseau esto constituye un asunto grave. Si digo que por línea materna desciendo de un Borgia de Aragón, virrey del Perú, dirán que no es cierto y que soy un pretencioso. Pero si les digo que se trata de una familia de poceros, me despreciarán. Si les digo que por el lado de mi  padre todos se llamaban Gauguin, me dirán que es algo de una total inocencia; y si intento explicarlo para hacer entender que no soy un bastardo, sonreirían con escepticismo… No soy de esos  que maldicen la vida. He sufrido pero también he gozado, y aunque esto último sea poco, es de lo que me acuerdo… Mi abuela era una mujer muy curiosa. Se llamaba Flora Tristán. Decían que tenía genio; y como yo no se nada de ello, me fío de lo que decían. Se inventó un montón de tinglados socialistas, entre otros la Union Ouvrière. Los obreros, agradecidos, le hicieron un monumento en el cementerio de Bordeaux.  Una literata socialista, comunista. Es probable que no supiera cocinar. Sin embargo, lo que puedo asegurar es que Flora Tristán era una bella y noble señora… Su hija, María Chazal, que era mi  madre, fue educada en el pensionado Bascans, esencialmente republicano. Allí fue donde la conoció mi padre, Clovis Gauguin. En aquel momento, mi padre era cronista político del periódico, Le National. Mi padre, después de los acontecimientos del año 48 (yo nacía el 7 de junio de 1848) ¿presintió acaso el golpe de estado de 1852? No lo sé; de cualquier forma, se embarcó para Lima con la intención de fundar un periódico. Tuvo la desgracia de caer en manos de un capitán terrible, lo que le causó un gran daño, puesto que padecía una enfermedad del corazón bastante grave. Cuando quiso bajar a tierra en Port-Famine, en el Estrecho de Magallanes, se desplomó en la lancha. Murió de una ruptura de aneurisma… Si hablo de todas estas cosas es accidentalmente, porque, en este momento, acuden a mi mente muchos recuerdos de mi infancia… El viejo tío de mi madre, don Pío, se enamoró de una sobrina, tan guapa y tan parecida a su querido hermano, don Mariano. Don Pío se volvió a casar a los ochenta años y tuvo varios hijos de este nuevo matrimonio, entre otros Echenique, que fue durante mucho tiempo presidente de la república de Perú. Constituían una gran familia y, en medio de todos, mi madre fue una verdadera niña mimada… Tengo una notable memoria visual y veo todavía a nuestra pequeña negra, la que según las reglas debía traer la alfombra sobre la que se rezaba en la iglesia. Veo también a nuestro criado chino que tan bien planchaba la ropa. Fue él quien me encontró en una tienda de ultramarinos chupando caña de azúcar, sentado entre dos barriles de melaza, mientras mi madre, desconsolada, hacía que me buscaran por todas partes. Siempre me gustaron estas escapadas. En Lima, en aquella época, en aquel país delicioso donde no llueve nunca, el techo era una terraza y los propietarios eran contribuyentes de la locura; en cada terraza había un loco atado con una cadena a una anilla y el propietario o el inquilino debía mantenerlo con alimentos, muy simples. Recuerdo que un día, mi hermana, la pequeña negra y yo estábamos acostados en mi habitación, cuya puerta abierta daba a un patio interior; por la noche, nos despertamos y vimos frente a nosotros al loco que bajaba por la escalera. La luna iluminaba el patio. Nadie se atrevió a pronunciar una palabra. Vi, y lo veo todavía, cómo el loco entraba en nuestra habitación, nos miraba y luego, tranquilamente, volvía a subir a la terraza… En otra ocasión, me desperté por la noche y vi el soberbio retrato de mi tío, que estaba colgado en la habitación. Con la mirada fija, nos miraba y se movía. Era un terremoto. Por muy valiente y muy pillo que se sea, cuando hay un terremoto todos se tambalean. Es una sensación común a todos y que nadie niega haber tenido… Veo todavía nuestra calle, donde los gallinazos venían a comerse las basuras. Entonces Lima no era como ahora, una gran ciudad suntuosa… Así transcurrieron cuatro años hasta que un buen día llegó de Francia una carta apremiante. Teníamos que regresar para solucionar los asuntos de la herencia de mi abuelo paterno. Mi madre, tan poco práctica en los negocios, volvió a Francia, a Orléans. Pero fue un error… Cuando Don Pío de Tristán Moscoso dejó de existir. Tenía ciento trece años. Había dejado una renta a mi madre de más de 25.000 francos. La familia, en el lecho de muerte, hizo cambiar la voluntad del difunto y se apoderó de esta inmensa fortuna, que fue dilapidada en París de forma alocada. Sólo una prima se quedó en Lima y vive todavía en la abundancia, como una momia. Las momias de Perú son célebres… Echenique vino al año siguiente para proponer un arreglo a mi madre, pero ésta, orgullosa como siempre, le respondió: “Todo o nada”. Y fue nada. A partir de entonces, aunque no estábamos en la miseria, nuestra vida fue de una gran sencillez… Mi vida siempre fue a trompicones, agitada. Había en mí muchas mezclas. Soy un marino grosero, de acuerdo. Pero en mí también puede verse la raza, o mejor, dos razas… Mi buen tío de Orléans, al que llamábamos Zizi porque se llamaba Isidoro y era muy pequeño, me explicó que cuando llegamos de Perú vivíamos en la casa del abuelo; yo tenía entonces siete años. Algunas veces me veían en al jardín, pisoteando y arrojando arena a mi alrededor. “Mi pequeño Paul, ¿qué tienes?” Yo pataleaba más fuerte y le decía: “El niño es malo”… Ya cuando era niño me juzgaba a mí mismo y sentía la necesidad de decirlo… Me pusieron de externo en un pensionado de Orléans. El profesor dijo: “Este niño será un cretino o un hombre de genio”. Pero no fui ni lo uno ni lo otro. A los once años entré en el seminario menor, donde progresé rápidamente. Leo en el Mercure algunos comentarios de literatos sobre la educación en el seminario, de la que más tarde tuvieron que desembarazarse. No diré, como Henri de Régnier, que esta educación no cuenta para nada en mi desarrollo intelectual; al contrario, creo que aquello me hizo mucho bien. Por otra parte, creo que fue allí donde aprendí desde mis primeros años a odiar la hipocresía, las falsas virtudes y la delación (Semper tres); a desconfiar de todo lo que contrariaba mis instintos, mi corazón y mi razón. Allí me acostumbré a concentrarme en mí mismo captando continuamente el juego de mis maestros, a fabricar mis propios juguetes y también mis penas, con toda la responsabilidad que éstas comportan… Una tarde, tallaba y esculpía con un cuchillo el mango de un puñal sin hoja; eran un montón de sueños incomprensibles para los mayores. Una buena señora, vieja amiga de la familia, decía con admiración: “Será un gran escultor”… 

 

ESCENA 3

 

GAUGUIN: -Por desgracia, esta señora no fue profeta… Huysmans es un artista. Muchos pintores quisieran ser músicos o literatos; él, quisiera ser pintor, le gusta la pintura. Hizo varias críticas de mis cuadros; tengo una aquí y dice: “Gauguin es el primero, después de muchos años, que ha intentado representar la mujer de nuestros días. No obstante, la pesada sombra que baja de la cara al cuello de su modelo, ha llegado a tener pleno buen éxito, ha creado una tela intrépida y auténtica.”… Un año después, el señor Huysmans nos dice: “El señor Gauguin no progresa. ¡Qué lástima! Este artista nos trajo el año pasado un excelente estudio de desnudo; este año, nada que merezca la pena”… ¡Quiero hacer un cuadro! Tiene seis metros de largo y dos de alto. Por qué estas medidas? Porque es la anchura de mi taller y respecto a la altura, no puedo trabajar sin cansarme mucho. La tela ya está tensa, preparada, alisada con cuidado; ni un nudo, ni un pliegue, ni una mancha. Vean pues; será una obra maestra. Desde un punto de vista geométrico, la composición de líneas se iniciará en el centro; serán unas líneas elípticas en un principio y luego se ondularán hasta los extremos. La figura principal será una mujer que se transforma en estatua, y que sin embargo conserva la vida convirtiéndose en ídolo. La figura se destacará sobre un núcleo de árboles de los que no existen en la Tierra, que sólo crecen en el paraíso. Está claro, ¿verdad? No se trata de la estatua de Pigmalión cobrando vida volviéndose humana, sino de la mujer convirtiéndose en ídolo. Tampoco se trata de la hija de Lot convertida en estatua de sal, ¡no, por Dios! Por todas partes surgen flores de perfume embriagador, los niños juegan en el jardín, las muchachas cogen flores; las frutas se amontonan en inmensos cestos y robustos muchachos en actitudes graciosas los llevan hasta los pies del ídolo. El cuadro debe ser grave como una evocación religiosa, melancólico y alegre como los niños. ¡Ah, me olvidaba! También quiero que haya pequeños cerditos adorables, negros, husmeando las cosas buenas para comer, moviendo la cola para indicar su apetito… Mis personajes serían de tamaño natural en el primer plano, pero las reglas de la perspectiva me obligarán a hacer un horizonte muy alto y mi tela tan sólo tiene dos metros de altura y no podré desarrollar los soberbios mangos de mi jardín… ¡Qué difícil es la pintura! Aunque siguiera a pie juntillas las reglas, igualmente sería lapidado... Para que tenga un aspecto grave, los colores tendrán que ser graves también. Para que sea alegre, los colores cantarán como las espigas de trigo, serán claros. ¿Deberá ser una pintura clara u oscura? Existe un “entre las dos” que satisface a la gente en general, pero que no me gusta mucho… Dios mío, qué difícil es la pintura cuando se quiere expresar el pensamiento con medios pictóricos y no literarios. Decididamente, el cuadro que voy a hacer está lejos de estar realizado, el deseo es mayor que mi capacidad, mi debilidad es inmensa (inmensa y debilidad, ¡hum!)… Me acuerdo también de Manet. Uno que no molestaba a nadie. Hace tiempo vio un cuadro mío y me dijo que estaba muy bien, y yo le contesté, con respeto hacia el maestro: “¡No soy más que un aficionado!” En aquella época yo era agente de cambio y no estudiaba arte más que por la noche y los días de fiesta. -No es cierto- dijo Manet -Sólo son aficionados los que hacen una mala pintura. Eso me hizo mucho bien… Claro que Mette no lo creyó nunca así… 

 

ESCENA 4

 

GAUGUIN: -Esa será mi mujer. Esas fueron las palabras que dije cuando la vi entrar a Mette mientras almorzaba rápidamente antes de volver a mi trabajo en la Bolsa. Nos conocimos, nos hablamos, nos comprendimos, y si ella no llegó a amarme con la violenta impetuosidad con que yo la amaba, se da cuenta de que yo, era un hombre leal, trabajador, de buenos antecedentes de familia y, sobre todo, un financiero en ciernes, que posee la ciencia de ganar dinero, que tenía, en fin, todos los requisitos ordinarios para ser un buen marido… La familia de Mette, aceptó gustosa el casamiento. Ellos eran dignos funcionarios de Estado en Dinamarca… Odio profundamente a Dinamarca, su clima y sus habitantes. Sí, es innegable que en Dinamarca hay cosas buenas… Allí se dedican muchos esfuerzos a la educación, a la ciencia y sobre todo a la medicina… Hay que decir también que en Dinamarca las recepciones se dan en el comedor, donde se come admirablemente. Siempre es lo mismo y esto ayuda a pasar el tiempo. Por ejemplo, no hay que sentirse aburrido por este tipo uniforme de conversación: “Ustedes, que vienen de un gran país, deben encontrarnos muy retrasados. Somos un país tan pequeño. ¿Qué le parece Copenhague, nuestro museo?, etc.” Es bien poco. Y todo para que uno afirme lo contrario; y probablemente hay que decirlo con cortesía… Los daneses son muy prácticos. Pruébenlo pero no se lancen porque podrían arrepentirse y no hay que olvidar que la danesa es una mujer práctica por excelencia. Hay que comprenderlo, es un país pequeño y tiene que ser prudente. Esto ocurre hasta con los niños, a los que se les enseña a decir: “Papá, hace falta dinero, si no, pobre papá, ya puedes esperar sentado”. He conocido niños de éstos… En el norte, el corazón más íntegro no se resiste a una moneda de cien centavos. También he visto el norte, y lo mejor que encontré no fue seguramente mi suegra, sino la caza, que tan bien sabía preparar. El pescado también es excelente. Antes de la boda todo es familiar; pero después, cuidado, todo se disuelve… En la obra de Ibsen “El enemigo del Pueblo”, la mujer, hasta el final, no se pone a la altura de su marido. Tan banal e interesada, si no más, que la mayoría de ellas durante toda su existencia, tiene un solo minuto que funde todo el hielo del norte que hay en ella… Yo conozco a otro enemigo del pueblo, cuya mujer no sólo no siguió a su marido, sino que educó tan bien a sus hijitos que éstos no conocen a su padre; este padre que, siempre en el país de los lobos, nunca a oído murmurar a su oído: “Querido papá”. Cuando muera, si deja una herencia, aparecerán… Cuando me separé de Mette, me llevé conmigo a Clovis, uno de mis cinco hijos  y en abril de 1886 la cosa estaba muy mal para mí y, en consecuencia para él. Y recuerdo que le escribí a Mette algo así: La necesidad impone su ley; algunas veces, incluso hace salir al hombre de los límites que la sociedad le impone. Cuando el pequeño Clovis enfermó de varicela, no tenía más que veinticinco céntimos en el bolsillo y comíamos pan seco, de fiado, desde hacía tres días… Enloquecido se me ocurrió buscar trabajo en una sociedad de anunciantes de las estaciones, como cartelero; pero mi aspecto burgués hizo reír al director. Le dije muy seriamente que tenía un hijo enfermo y que quería trabajar. Así pues, estuve pegando carteles por cinco francos al día; durante este tiempo, Clovis estaba en cama con fiebre; y por la noche, cuando regresaba, cuidaba de él…. Tu amor propio de danesa se sentirá ofendido por tener un marido cartelero. Pero qué quieres, todo el mundo no puede tener talento. No te preocupes por el pequeño, está cada vez mejor y no he pensado en mandártelo… Mientras tanto, sigue mirando el mundo con la cabeza alta, como tú lo haces, conocedora de tus deberes y con la conciencia tranquila; además, el único crimen posible es el adulterio. Aparte de esto, todo son derechos. No es justo que te eche de tu casa, pero en cambio es razonable que tú me eches de la mía. Tampoco debe parecerte mal, pues, que intente construir otro hogar, y en él podré pegar carteles. ¡Cada cual se avergüenza de lo que quiere!… Fue en 1890 cuando le escribí a Mette: Quizá llegue el día (y tal vez sea pronto) en que desapareceré en los bosques de alguna isla de Oceanía; allí viviré de éxtasis, de calma y de arte.

 

ESCENA 5

 

GAUGUIN: -Mi primer viaje lo hice a bordo del Luzitano (Unión des Chargeurs) del Havre a Río de Janeiro. Algunos días antes de zarpar, en el Havre, hacia Río de Janeiro, se me acercó un joven y me dijo: -Usted es mi sucesor como pilotín; tome, le entrego este paquete y esta caja que será tan amable de entregar en esta dirección. Pude leer: “Señora Aimée, rue d’Ovidor”. -Se trata de una mujer encantadora -me dijo- que le recomiendo especialmente. También es de Bordeaux, como yo… Les ahorro la narración del viaje por mar, porque podría resultar aburrida. Como pueden imaginar, mi primera preocupación fue entregar el paquete y la carta a la dirección indicada. Fue muy agradable.  -Qué amable es de haber pensado en mí; y tú, deja que te mire, pequeño; qué guapo eres… En esa época yo era muy bajo, y a pesar de tener diecisiete años, aparentaba sólo quince. A pesar de esto, ya había pecado por primera vez en el Havre antes de embarcarme y mi corazón latía apresuradamente. Fue un mes delicioso... Esta encantadora Aimée, a pesar de sus treinta años, era muy bonita, primera actriz en las óperas de Offenbach. La veo todavía ricamente vestida, subiendo en su cupé enganchado a una mula ardorosa. Todos la cortejaban… Aimée hizo a mi virtud tambalearse. Sin duda era terreno abonado, porque me convertí un bribonzuelo… Hay viajes que no quiero recordar, pero sí me viene a la memoria algunas cosas de mi primer viaje a Tahití… Tuve un amigo indígena que venía a verme cada día con naturalidad, sin ningún interés. Este muchacho era realmente hermoso y nos hicimos muy amigos. Un día quise tener, para esculpirlo, un árbol de palo de rosa, un pedazo bastante grande y que no estuviera hueco. Para esto, me dijo, hay que ir a la montaña; si quieres, te llevaré allí y lo traeremos entre los dos… Salimos por la mañana, temprano. Los senderos indios, en Tahití, son bastante difíciles para un europeo. Íbamos los dos desnudos, con un trapo en la cintura y un hacha en la mano. Había un completo silencio, tan sólo se oía el ruido del agua gimiendo sobre las rocas. Y nosotros éramos realmente dos amigos, él muy joven y yo casi un viejo de cuerpo y alma, de vicios de la civilización, de ilusiones perdidas. Su cuerpo flexible de animal tenía formas graciosas; iba delante mí, sin sexo… De toda esta juventud, de esta perfecta armonía con la naturaleza que nos rodeaba se desprendía una belleza, un perfume (noa noa) que entusiasmaban mi alma de artista. De esta amistad cimentada por una atracción mutua del simple al complejo surgía el amor en mí… Y estábamos los dos solos… Tuve una especie de presentimiento de crimen, el deseo de lo desconocido, el despertar del mal. Después, el hastío del papel de macho que debe ser fuerte siempre, protector, una dura carga a soportar. Ser por un momento el débil que ama y obedece… Me acercaba, sin miedo a las leyes, sintiendo la confusión en las sienes… El camino se había acabado y había que atravesar el río; mi compañero se volvió en ese momento, mostrándome su pecho… El andrógino había desaparecido: era realmente un muchacho; sus ojos inocentes tenían el aspecto de la limpidez del agua. De pronto la calma penetró en mi alma y entonces gocé con delicia del frescor del riachuelo, remojándome en él con placer… -Toe toe (“está fría”)- me dijo… -¡Oh, no!- le contesté, y esta negación, respondiendo a mi deseo anterior, se hundió como un eco en la montaña, con acritud… Me hundía con viveza en el bosquecillo; el muchacho no había entendido nada; tan sólo yo llevaba el fardo de un mal pensamiento, toda una civilización me había adelantado en el mal y me había educado… Poco tiempo después partí en un viaje alrededor de la isla… Cuando llegué a Faaone, pequeño distrito que anuncia el de Hitia, un indígena me interpeló: -¡Eh!, hombre que haces hombres (sabe que soy pintor), ¡ven a comer con nosotros!… No me hice de rogar; su rostro es tan dulce… Bajo del caballo; lo coge y lo ata a una rama sin ningún servilismo, con sencillez y con destreza… Entro en una casa en la que están reunidos varios hombres, mujeres y niños… -¿A dónde te diriges?- me pregunta una bella maorí de unos cuarenta años.

-Voy a Hitia.

-¿A qué?

No se qué idea me pasó por la cabeza. Le contesté: -A buscar una mujer. En Hitia hay muchas y muy bellas.

-¿Quieres una?

-Sí.

-Si quieres, te doy una. Es mi hija.

-¿Es joven?

-Eha (sí).

-¿Es bella?

-Eha.

-¿Está sana?

-Está bien, voy a buscarla.

Estuvo fuera durante un cuarto de hora y mientras traían la comida de maioré, bananas salvajes y algunos camarones, la vieja entró seguida de una muchacha alta que llevaba un pequeño bulto en la mano… A través del vestido de muselina rosa excesivamente transparente se veía la piel dorada de los hombros y los brazos; dos botones puntiagudos, recios en el pecho. Su rostro encantador me pareció distinto al de las otras que había visto en la isla hasta entonces y sus cabellos eran como un matorral, ligeramente encrespados. Una orgía de colores cuando le daba el sol… Cuando se sentó a mi lado, le hice algunas preguntas: -¿No me tienes miedo?

-Aita (no).

-¿Quieres vivir en mi cabaña?

-Eha.

-¿No has estado nunca enferma?

-Aita.

Eso fue todo. Esta muchacha, una niña de unos trece años, me maravillaba y me asustaba: ¿qué sucedía en su interior?… Nos fuimos juntos a mi casa… Pasó una semana durante la que mi conducta fue de un “infantil” que me era desconocido. La quería y se lo dije, y esto le hacía sonreír (lo sabía bien). Ella parecía quererme, pero no me lo decía en absoluto. Algunas veces, por la noche, un relámpago surcaba el oro de la piel de Tehura. Esto era todo; y era mucho… Tuve que regresar a Francia, donde me reclamaban deberes familiares imperiosos. Adiós Tahití, tierra hospitalaria. Me fui con dos años más y veinte años más joven, también más bárbaro y, sin embargo, más instruido. Cuando abandoné el muelle para subir al barco, Tehura, que había estado llorando varias noches, triste, melancólica, se había sentado sobre las piedras para verme partir. La flor que llevaba en su oreja había caído sobre sus rodillas, marchita…

 

ESCENA 6

 

GAUGUIN: -La nieve… La nieve empieza a caer, estamos en invierno; os evito la mortaja, es simplemente nieve. Los pobres sufren y a menudo los propietarios no lo comprenden… En este día de diciembre, en la calle Lepic de nuestra buena ciudad de París, los peatones se apresuran más que de costumbre, sin ningunas ganas de deambular. Entre ellos, un ser friolero, que resulta extraño por su vestimenta, se apresura a llegar al bulevar exterior. Va envuelto en un abrigo de piel de cabra y una gorra de piel, probablemente de conejo, con la barba rojiza erizada. Como un vaquero… No sean observadores a medias y, a pesar del frío, no dejen de examinar con atención la mano blanca y armoniosa, los claros ojos azules, tan infantiles, tan vivos, tan inteligentes. Probablemente es un pobre pordiosero; no es un vaquero, es un pintor… Apresuradamente entra en una tienda de flechas de salvajes, de chatarra y de óleos a buen precio. ¡Pobre artista! Has entregado una parte de tu alma al pintar esta tela que vienes a vender… Es una pequeña naturaleza muerta, unas gambas rosadas sobre un papel rosa… -¿Puede darme un poco de dinero por esta tela para ayudarme a pagar mi alquiler? (porque se acerca el plazo).

-Ah, amigo mío, los clientes son difíciles, me piden Millet a buen precio; además, sabe usted- dice el marchand -su pintura no es muy alegre, el renacimiento está hoy en día en el Boulevard. En fin, dicen que tiene usted talento y quiero ayudarle. Tenga, ahí van cien centavos… Y la moneda tintineó sobre el mostrador. El pintor la cogió sin un murmullo, dio las gracias al marchand y salió. Volvió a subir por la calle Lapic, pesarosamente; al llegar cerca de su casa, una pobre, salida del presidio de Saint-Lazare, sonrió al pintor pidiéndole algo. La bella mano blanca salió del paletón; el pintor era un lector, creyó en La fille Elisa y la moneda se convirtió en propiedad de la desgraciada. Rápidamente, como avergonzado de su caridad, huyó con el estómago vació… Se llama Vincent van Gogh… Yo hice un retrato de mí mismo para Vincent, que me lo había pedido. Creo que es una de mis mejores obras; resulta totalmente incomprensible por lo abstracto que es… A primera vista es una cabeza de bandido, un Jean Valjean (Les Misérables), pero personifica también a un pintor impresionista poco considerado y que va siempre arrastrando sus cadenas por el mundo. El dibujo es muy especial, una abstracción total. Los ojos, la boca, la nariz, son como flores de un tapiz persa que personifican el aspecto simbólico. El color no tiene nada que ver con el color de la naturaleza: ¡imagínese un vago recuerdo de la alfarería retorcido por un fuego poderoso! Los rojos, los violetas irradiados por el fuego, como un horno centellean en los ojos, centros de las luchas del pensamiento del pintor. Todo ello sobre un fondo cromado, con ramilletes infantiles. Habitación de muchacha pura. El impresionista es un hombre puro, no manchado aún por el beso putrefacto de Bellas Artes… Yo fui a Arles para encontrarme con Vincent van Gogh, después de numerosos ruegos por su parte. Según decía, quería fundar el Atelier du Midi, del que yo iba a ser jefe. Este pobre holandés era muy ardiente, muy entusiasta… A partir del día siguiente nos pusimos a trabajar. Nunca he tenido la facilidad cerebral que otros, sin ningún tormento, encuentran en la punta del pincel. Estos se apean del tren, toman la paleta y en un momento te plantan un efecto de sol. Cuando está seco, pasa al Luxembourg firmado por Carolus-Duran… No admiro el cuadro, pero admiro al hombre. Tan seguro, tan tranquilo… Vincent creía en un Jesús amante de los pobres. Fue preparado para ser pastor e hizo un viaje a pie desde Holanda hasta Bélgica, se iba a las minas, a ver a los que él llamaba sus hermanos. Su enseñanza de la Biblia en las minas fue, según creo, provechosa para los mineros y molesta para las autoridades de arriba, de la superficie. Pronto fue llamado y despedido, y el consejo de familia le declaró loco y quiso recluirle. Sin embargo, no fue encerrado gracias a su hermano Théo… En la mina sombría, negra, un día el amarillo del cromo lo inundó todo, fulgor terrible de fuego grisú, dinamita del rico, que no falta. Unos hombres que en aquel momento ascendían fueron engullidos por el carbón, y aquel día dijeron adiós a la vida, adiós a los hombres, sin una blasfemia. Uno de ellos, terriblemente mutilado, con el rostro quemado, fue recogido por Vincent. “Y, sin embargo, decía el médico de la compañía, es un hombre acabado, a menos que se produzca un milagro o que disponga de unos cuidados maternales muy costosos. Es una locura ocuparse de él”… Vincent creía en los milagros, en la maternidad. El loco (decididamente estaba loco) veló durante cuarenta días al moribundo; impidió sin descanso que el aire penetrara en las heridas y pagó las medicinas. Y habló como sacerdote consolador (decididamente estaba loco). La obra loca hizo revivir a un muerto, un cristiano… Cuando el herido, finalmente a salvo, bajó de nuevo a la mina para reemprender el trabajo, podía verse, decía Vincent, la cabeza de Jesús mártir, llevando sobre su frente la aureola, los zig-zag de la corona de espinas, cicatrices rojas sobre el amarillo terroso de la frente de un minero… Decididamente, este hombre estaba loco… El azar, probablemente, ha hecho que durante mi vida, varios hombres que he frecuentado o han discutido conmigo se hayan vuelto locos… 

 

ESCENA 7

 

GAUGUIN: -Hay momentos en los que creo que estoy loco, y cuanto más reflexiono por la noche, en la cama, más cuenta me doy de que tengo razón… He conocido la miseria, el hambre, el frío y todo lo demás. Pero no es nada o casi nada, te acostumbras a ello y, con un poco de voluntad, acabas por reírte. Pero en la miseria lo que es terrible es la imposibilidad de trabajar, de desarrollar las facultades intelectuales. También es cierto, sin embargo, que la miseria agudiza el genio. Pero ésta no tiene que ser demasiado aplastante; si no, te mata… Por medio del orgullo he conseguido tener mucha energía y ¡la que hubiera querido tener! ¿El orgullo es una falta y a pesar de ello hay que alentarlo? Creo que sí; sigue siendo todavía el mejor instrumento para luchar contra la bestia humana que está dentro de nosotros… ¿Cuál es mi opinión política? No tengo ninguna, pero con el voto universal deberé tenerla… Soy republicano porque considero que la sociedad debe vivir en paz. La mayoría, en Francia, es totalmente republicana; por tanto, soy republicano; y por otra parte, hay tan poca gente a quien le gusta lo grande y lo noble que es necesario un gobierno demócrata… ¡Viva la democracia! Es lo único lógico. Desde un punto de vista filosófico, considero que la República es un trompe-l’oeil, y me horrorizan los trompe-l’oeil. Me convierto de nuevo en antirrepublicano (filosóficamente hablando). A nivel intuitivo, por instinto, sin reflexión, me gustan la nobleza, la belleza, los gustos delicados y la antigua divisa: Noblesse oblige. Me gustan las buenas formas, incluso la cortesía de Luis XIV. Así pues, a nivel instintivo y sin saber por qué, soy un aristócrata. Como artista. El arte es para una minoría y debe ser noble. Únicamente los grandes señores han protegido al arte: por instinto, por deber y, tal vez, por orgullo, no importa; hicieron posible la realización de cosas grandes y bellas. Los reyes y los papas trataban a los artistas de igual a igual… Los demócratas, banqueros, ministros y críticos de arte adoptan un aire protector y no protegen, comercian como vendedores de pescado en el mercado. ¡Y pretenden que un artista sea republicano!… Estas son mis opiniones políticas. Considero que en una sociedad todos tienen derecho a vivir y a vivir bien, proporcionalmente a su trabajo. Pero el artista no puede vivir; por tanto, la sociedad es criminal y está mal organizada… En una exposición de Durand-Ruel, sobre el caballete hay un cuadro sorprendente. En un circo de colores extraños, como el líquido de un brebaje diabólico o divino, no podría decirse, el Agua misteriosa emana de los labios alterados de lo Desconocido. Frente a esta forma que parece sobrenatural, esta forma que materializa la idea pura, exclamaron: -¡Es una locura! ¿Dónde ha visto esto?… Que mediten estas palabras: “Tan sólo el sabio intentará penetrar el misterio de las parábolas”… Cézanne pinta un paisaje rutilante; fondos ultramar, verdes pesados, ocres tornasolados; los árboles se alinean, las ramas se entrelazan, pero dejan ver la casa de su amigo Zola, con las ventanas de un color bermellón que vuelve anaranjados los cromados que centellean sobre la cal de las paredes. Los veroneses que estallan indican la verdura refinada del jardín y, contrastando, el sonido grave de las ortigas violáceas en primer plano, que orquesta el simple poema. Esto sucede en Medán. Un pretencioso que pasaba, horrorizado, mira lo que cree que es un lamentable desastre de aficionado y, sonriendo como un entendido, le dice a Cézanne: -Usted hace pintura.

-Probablemente, pero tan poco…

-Sí, me doy cuenta; yo, vea usted, soy un antiguo alumno de Corot y, si me lo permite, con algunos toques hábiles puede arreglar esto. Los valores, los valores…, eso es todo.

Y el vándalo, impunemente, pinta unas estupideces sobre la tela rutilante. Los grises sucios cubren las sederías orientales… Cézzane exclama: -Señor, tiene usted suerte, y cuando hace un retrato sin duda debe poner los brillantes en la punta de la nariz, como se hace a un latoso… Cézanne toma de nuevo su paleta y rasca con el cuchillo todas las porquerías del caballero. Y después de un momento de silencio, se tira un pedo formidable, se vuelve hacia el caballero y dice: -Ah, ¡qué descanso!… He sido bueno algunas veces; pero no me congratulo de ello. He sido malo a menudo, pero no me arrepiento… En mi última exposición en Durand-Ruel, Oeuvres de Tahití, dos jóvenes de buena fe no conseguían entender mi pintura: Amigos respetuosos de Degas, le preguntaron su opinión, para que les ilustrase… Con su sonrisa paternal, él, tan joven, les recitó la fábula de Le Chien et le Loup: -Ven- les dijo -Gauguin es el lobo….

ESCENA 8

 

GAUGUIN: -¿Quién conoce a Degas? Decir que nadie sería exagerado. Algunos solamente; me refiero a conocerle bien. Tan sólo los pintores, muchos por temor y el resto por respeto, admiran a Degas. Pero, ¿le comprenden?… Una mujer muy fea me dijo: “No me gusta Degas porque pinta mujeres feas”. Y luego añadió: “¿Ha visto usted en el Salón el retrato que me hizo Gervex?”… Las mujeres vestidas de Carolus-Duran son obscenas. En cambio, los desnudos de Degas son castos. Se lavan en bañeras, por eso son limpias. ¡Pero se ven el bidet, la lavativa, la palangana! Igual que en casa… Las mujeres feas, muy feas, no soportan un modelo feo en pintura: ¿Qué sucede en su cabeza? Nunca he podido averiguar si este horror por lo feo provenía de la sensación de horror que tendrían de sí mismas frente a un espejo, o lo contrario… Una vez apareció un largo artículo en Le Fígaro sobre la pequeña revolución que tenía lugar en ese momento en Noruega y Suecia: Björnson y compañía acababan de publicar un libro en el que piden el derecho de la mujer a acostarse con quien quiera. Se suprimiría el matrimonio y no existiría más que una asociación, etc… La mujer quiere ser libre y está en su derecho. Y seguramente no es el hombre quien se lo impide. El día en que su honor no esté más abajo de su ombligo, será libre. Y tal vez también más sana… Como noble dama española, mi madre era violenta, y recibí algunas bofetadas de una pequeña mano suave como el corcho. Y es cierto también que, minutos después, mi madre me besaba y me acariciaba, llorando… Mi madre estaba muy graciosa y bonita cuando se ponía su vestido de limeña, con la mantilla de seda cubriéndole la cara y dejando un solo ojo al descubierto, ese ojo tan dulce y tan imperativo, tan puro y tierno… Un día volví con algunas bolitas de cristal de colores. Mi madre, furiosa, me preguntó de dónde las había sacado. Bajé la cabeza y le dije que las había cambiado por mi pelota de goma. -¿Qué quieres decir?, ¿que tú, mi hijo, Hace negocios?… La palabra negocios en la cabeza de mi madre se convertía en una palabra despreciable. ¡Pobre madre mía! Se equivocaba y tenía razón en el sentido de que ya de niño adiviné que había muchas cosas que no podían venderse… Tehura se entregaba dócil, amorosa. El noa noa tahitiano lo embriagaba todo. Ya no tenía conciencia del día y de la noche, del Mal y del Bien; todo era bello, todo estaba bien. Por instinto, cuando trabajaba, cuando soñaba, Tehura se callaba. Sabía siempre cuándo tenía que hablar sin molestarme… En mi primera estancia en Tahití, una vez fui a pescar atún con los maoríes. Yo saqué dos grandes atunes y mientras lo poníamos todo en orden, pregunté al joven el porqué de todas las risas y palabras intercambiadas al oído en el momento en que mis dos atunes eran llevados a la piragua. Entonces me explicó que el pescado cogido por el anzuelo en la mandíbula inferior significaba infidelidad de la vahiné durante la ausencia en la pesca. Sonreí, incrédulo. Volvimos… Llegó la hora de acostarse. Me devoraba la duda. Pero, ¿para qué? Por fin, pregunté a Tehura: -¿Te has portado bien?

-Eha.

-¿Y te ha gustado el amante de hoy?

-Aita… No he tenido ningún amante.

-Mientes. El pez ha hablado.

Su rostro adquirió una expresión que desconocía. Su frente indicaba un ruego. A pesar mío, me fié de ella. Hay momentos en los que las advertencias de lo alto son útiles… Contraste entre la fe religiosa, supersticiosa, de la raza y el escepticismo de nuestra civilización… Suavemente, cerró la puerta e hizo sus oraciones en voz alta. Finalizada su oración, se acercó a mí, resignada, y me dijo, con lágrimas en los ojos: -Tienes que pegarme, azotarme mucho.

Y viendo ese rostro resignado, ese cuerpo maravilloso, pensé en un ídolo perfecto. Malditas sean mis manos si se atreven a flagelar una obra maestra de la creación.

-Pégame te digo, si no estarás irritado mucho tiempo y enfermarás…. La besé, y mis ojos decían estas palabras de Buda: hay que vencer la cólera con la dulzura; hay que vencer el mal con el bien, la mentira con la verdad… Aline, mi hija, así como yo, también era una salvaje y me comprendía… Aline, gracias a Dios, tenía la cabeza y el corazón lo suficientemente elevados como para no estar asustada y corrompida por el contacto con el cerebro demoníaco que la naturaleza me ha dado… Y ella, murió a causa de la severidad de mi esposa Mette… Recuerdo que le escribí a Mette: No quiero decirle que ojalá Dios vele por usted, sino muy prosaicamente. Que su conciencia pueda dormir en paz para que no anhele usted la llegada de la muerte como una redención… He perdido a mi hija; ya no quiero a Dios… Hace poco, Daniel de Monfreid me participaba en una carta que su mujer se estaba muriendo, y, recuerdo que le contesté: Esto me hace pensar en la mía que no se decide a hacer otro tanto. Sigo sin noticias de ella y los chicos ya casi no me conocen. ¿Qué hacer? En medio de la mi soledad poco a poco la llaga se va cicatrizando. Parece mentira. Tengo la seguridad de que a un padre que estuviera en presidio, no se le trataría con tanta crueldad. Es muy probable que además de los cuatro que llevan mi nombre, existan también mujeres y niños que se sirven de mi apellido; y si, después de mi muerte llegara a ser célebre, se dirá de mí: Gauguin tuvo una familia muy numerosa, fue un patriarca. ¡Cruel y amarga irrisión!… Quizá también se diga: Era un hombre sin entrañas ni corazón que abandonó a sus hijos, etc… ¡Qué importa! No nos ocupemos de tan repugnante gentuza; dejémosla entre sus inmundicias y prosigamos la obra empezada… 

 

ESCENA 9

 

GAUGUIN: -Algunos malintencionados, y otros con inocencia, me han atribuido la locura de van Gogh… En la última época de mi estancia con él, Vincent se hizo excesivamente brusco y ruidoso y, más tarde, silencioso… Un día  se me ocurrió hacer su retrato mientras pintaba la naturaleza muerta que tanto le gustaba, los girasoles. Una vez terminado el retrato, me dijo: “Soy realmente yo, pero soy yo que me he vuelto loco”… La misma noche fuimos al café. El tomó un ajenjo ligero. De pronto, me lanzó a la cabeza el vaso y su contenido. Esquivé el golpe… A la mañana siguiente, cuando se despertó, muy calmado, me dijo: -Mi querido Gauguin, tengo el vago recuerdo de que ayer por la noche le ofendí… -Le perdono francamente y de todo corazón, pero la escena de ayer podría repetirse, y si me llega a golpear podría no ser dueño de mí mismo y estrangularle. Permítame, pues, que escriba a su hermano para comunicarle mi marcha… ¡Qué día, Dios mío! Cuando llegó la noche, había empezado a preparar mi cena y sentí la necesidad de ir a tomar aire solo. Casi había atravesado la plaza Víctor Hugo cuando oí detrás mío unos pasos muy conocidos, rápidos y entrecortados. Me volví en el momento en que Vincent se lanzaba sobre mí con una navaja abierta en la mano. Mi mirada en aquel momento debió ser muy poderosa porque se detuvo y, bajando la cabeza, volvió corriendo a casa… ¿Acaso fui cobarde en aquel momento y hubiera debido desarmarle e intentar calmarle? A menudo e interrogado a mi conciencia y no me he hecho nunca ningún reproche. Que me lance la piedra quien quiera. Me fui inmediatamente a un buen hotel de Arles… Van Gogh volvió a casa inmediatamente y se cortó la oreja de raíz. Debió pasar un cierto tiempo hasta que logró cortar la hemorragia… Cuando fue capaz de salir, con la cabeza envuelta en una boina vasca totalmente calada, fue directamente a una casa de citas, se encontró a un conocido y entregó al funcionario su oreja bien limpia y metida dentro de un sobre. “Tome esto, dijo, en recuerdo mío”, y luego huyó, volvió a casa. Diez minutos después, toda la calle de las muchachas alegres estaba en movimiento y se discutía el acontecimiento… A la mañana siguiente yo estaba lejos de saber todo esto, cuando llegué a casa el comisario de policía, que para entonces creía que Vincent estaba muerto, me dijo bruscamente: -¿Qué hizo usted, señor, con su compañero? Le expliqué que no sabía nada y le dije de subir hasta el dormitorio de Vincent. Con muchísima dulzura, palpé su cuerpo, cuyo calor anunciaba con toda probabilidad que estaba vivo. En aquel momento fue como si cobrara toda mi inteligencia y mi energía. Casi en voz baja, dije al comisario: -Señor, despierte a este hombre con mucho cuidado y si pregunta por mí, dígale que me he marchado a París; verme en este momento podría ser funesto para él… El resto es conocido por todos… En la última carta que recibí de él, me decía: “Querido maestro (era la única vez que utilizó esta palabra), después de haberle conocido y de haberle causado tristeza, considero que es mucho más digno morir estando cuerdo que en un estado degradado”… Y se disparó un tiro en el vientre, y sólo unas horas después, acostado en su cama y fumando su pipa, murió conservando toda su lucidez, con amor a su arte y sin odio hacia los demás…

Con finura, pero con autoridad, el crítico… (el que no cae en la trampa, el que espera la consagración de la posteridad antes de… gritar) -éstos gritan tanto para admirar como para injuriar; pero no teman nada, no tiemblen (le fiera no tiene uñas ni dientes, ni siquiera cerebro: está embalsamada)- y el crítico me pregunta: -¿Es usted simbolista? Soy un niño bueno y quisiera instruirme, explíqueme lo que es el simbolismo.

Tímidamente (sin gritar) le respondo: -Qué amable sería usted si me hablara en hebreo, una lengua que ni usted ni yo conocemos. En ese caso, la situación sería un poco parecida a…

-¿A qué, señor simbolista?- me pregunta con la finura y la malicia acostumbradas.

Y le contesto, tímidamente, sin finura, sin malicia: -Pues… resulta que mis cuadros hablan probablemente en hebreo, lengua que usted no comprende; así pues, es inútil seguir la conversación… A este propósito, quiero contarle una pequeña anécdota. Durante una exposición fui a visitar, con un enemigo de Manet, a Renoir y los impresionistas; éste, frente a un retrato, gritaba que era abominable. Para apartarle de él, le hice observar un gran retrato. La firma, muy pequeña, era invisible. “Menos mal”, dijo, y exclamó: “Esto sí es pintura”. “Pero si es de Manet”, le dije. Se puso furioso; desde aquel día fuimos enemigos irreconciliables… ¡Ah, si el buen público quisiera al fin aprender a comprenderme, cómo lo amaría! Cuando lo veo mirar mis obras, dar vueltas y remirarlas, temo que las mancillen como al manosear un cuerpo de virgen y que mi trabajo se estigmatice con huellas del innoble contacto… Y allá, del montón, se levanta un grito: ¿Por qué pintar? ¿Para quién pinta usted?… Y yo, tembloroso, huyo… 

 

ESCENA 10

 

GAUGUIN: -Me dije que había llegado el momento de largarse a un país más simple y con menos funcionarios. Y pensé en hacer mis maletas e ir a las Marquesas… En primer lugar, me enteré a mi llegada de que era totalmente imposible alquilar o comprar tierras, como no fuera a la misión; y aún así… El obispo estaba ausente y tuve que esperar un mes; mis maletas y un cargamento de madera para construir mi cabaña esperaron en la playa… Durante este mes, como pueden imaginar, fui todos los domingos a misa, obligado a jugar mi papel de verdadero católico y de polemista contra los protestantes. Conseguí tener la deseada reputación y Monseñor, sin dudar un solo instante de mi hipocresía, aceptó -porque se trataba de mí- venderme un pequeño terreno. Me puse manos a la obra con ardor y me instalé convenientemente. La hipocresía tiene cosas que están bien. Acabada mi cabaña, no pensé en volver a la iglesia. Pero llegó una doncella y empezó la batalla. Y al decir una doncella soy muy modesto, puesto que todas las que llegaban, venían sin invitación… Aquí, en las Marquesas, el matrimonio empieza a arraigar; por otra parte, se trata tan sólo de una regularización. Cristianos de exportación se dedican ardientemente a esta singular tarea. El policía hace las funciones de alcalde… En una ocasión, a la salida de la iglesia, el novio dijo a la dama de honor: “Qué bonita eres.” Y la novia dijo al padrino: “Qué guapo eres.” Y al cabo de un momento, una pareja por la derecha y otra por la izquierda, desaparecieron en la selva, al abrigo de los bananos donde, frente a Dios todopoderoso, hubo dos bodas en vez de una. Monseñor está contento y dice: “Les estamos civilizando.”… En un islote, cuyo nombre y latitud he olvidado, ejerce su función de moralización cristiana un obispo. Según dicen, es un zorro. A pesar de la austeridad de su corazón y de sus sentidos, amaba a una niña de la escuela paternalmente, con pureza. Pero por desgracia, el diablo se mete a veces en lo que no le importa, y un buen día, nuestro obispo se paseaba por el bosque cuando vio a su querida niña, que lavaba su camisa en el río, desnuda… -Vaya -se dijo- ¡Pero si ya está a punto!… Ya creo que lo estaba; preguntad si no a los quince vigorosos muchachos que la misma noche la estrenaron. Al llegar el dieciséis, la muchacha refunfuñó… Monseñor es un zorro, mientras que yo soy un gallo viejo, duro y bastante ronco. Si dijera que fue el zorro quien empezó, diría la verdad. ¡Querer condenarme a la castidad! Es demasiado… Para mí fue sólo un juego cortar dos grande trozos de palo de rosa y esculpirlos al estilo de las Marquesas. Uno representaba a un diablo cornudo y el otro a una bella mujer, con flores en los cabellos… Dios, a quien tantas veces he ofendido, no ha querido castigarme; en un momento una tormenta excepcional ha provocado terribles destrozos. A partir de las ocho de la noche empezó la tempestad. Solo, en mi cabaña, esperaba ver a cada instante cómo ésta se hundía. Las ráfagas estremecían la enorme techumbre de hojas de cocotero y se filtraban por todas partes, impidiéndome mantener la lámpara encendida. Hacia las diez, un ruido continuo, como un edificio de piedra que se derrumba llamó mi atención. No pude contenerme más y salí fuera de la cabaña; inmediatamente sentí mis pies empapados. Con el pálido resplandor de la luna que acababa de aparecer, pude ver que me encontraba ni más ni menos que en medio de un torrente que arrastraba piedras que iban a chocar contra los pilares de madera de mi casa. No podía hacer nada más que esperar las decisiones de la Providencia y resignarme. La noche fue larga… En cuanto amaneció saqué la nariz fuera. Mi cabaña ha resistido… Cuando llegas a las Marquesas, te dices al ver los tatuajes que cubren sus cuerpos y su cara por completo: ¡qué hombres más terribles! Y además han sido antropófagos. Pero se equivocan totalmente. El indígena de las Marquesas no es en absoluto terrible; por el contrario, es un hombre inteligente y totalmente incapaz de una maldad. Dulce hasta ser tonto y timorato frente a todo lo que sea autoritario. Dicen que ha sido antropófago, pero que esto ya se ha acabado, es un error. Siguen siéndolo, sin ninguna ferocidad; les gusta la carne humana como a un ruso le gusta el caviar. Preguntad a un viejo medio dormido si le gusta la carne humana y se despertará súbitamente, con los ojos brillantes, para contestarte con una infinita dulzura: “¡Oh, qué buena es!”… Aquí el policía se encuentra en su ambiente: la caza del hombre… Si por una parte, los señores inspectores hacen leyes especiales que le prohíben a los salvajes beber, mientras que los europeos y los negros pueden hacerlo, y por otra su palabra, sus afirmaciones, son nulas frente a la justicia, resulta inconcebible que se les diga que son electores franceses, que se les impongan escuelas y otras pamplinas religiosas. Curiosa ironía la de esta consideración hipócrita de Libertad, Igualdad, Fraternidad, bajo una bandera francesa frente a este repugnante espectáculo de hombres que no son más que carne para las contribuciones de todo tipo y para el policía arbitrario. Y, sin embargo, se les obliga a gritar: “¡Viva el señor gobernador, viva la República!”… Es divertido que yo sea el defensor de los indígenas… ¡Quieren recriminarme por ser el defensor de los desgraciados sin defensa alguna!… Y, sin embargo, ya existe una Sociedad Protectora de Animales.

  

ESCENA 11

 

GAUGUIN: -¿Llegará acaso el día en que los hombres comprendan cabalmente el sentido de la palabra LIBERTAD? El único feliz es el que está libre, pero sólo es libre el que es lo que puede ser, es decir, lo que debe ser. ¿Es necesario, para poder vivir, perder las razones que os hacen vivir? Varios centinelas alineados contra la pared. Arriba, sobre la cal blanca, se destaca la inscripción en negro: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Libertad, sí. Igualdad, no. Fraternidad, en absoluto…Considero que la vida sólo tiene sentido cuando se vive voluntariamente… ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? Antes de intentar morir, puse en esa obra toda mi energía, una pasión tal, cargada de dolores padecidos en circunstancias terribles, y una visión tan clara y exenta de correcciones, que lo precoz desaparece y la vida surge de ella floreciente… Como un animal herido, me retiré a las montañas, tras terminar este testamento, el cuadro, para morir allí en paz. Llevaba conmigo arsénico, con el que me quise envenenar; pero el intento de suicidio fracasó… De todos modos yo estaba enfermo; Annha, la prostituta javanesa estaba enferma y me enfermó… Creo que sobre mí se ha dicho todo lo que se debía y todo lo que no se debía decir. Deseo ahora únicamente el silencio, el silencio y una vez más el silencio. ¡Que me dejen morir en paz y olvidado!… ¿Por qué actualmente, recordando todo el pasado hasta ahora, estoy obligado a ver (-estropeándome los ojos-) como casi toda la gente que conocí, sobre todo los últimos jóvenes a los que aconsejé y animé, no reconocerme?… Intenté también luchar contra todos esos prejuicios que en cada época se convierten en dogmas y que despistan no solamente a los pintores, sino también al público interesado… Desde hace tiempo, lo que he querido demostrar es: el derecho de atreverse a todo. Mi capacidad y las dificultades pecuniarias para vivir han sido demasiado grandes para esta tarea: no han producido un resultado muy importante, pero la máquina está lanzada. El público no me debe nada porque mi obra pictórica es sólo relativamente buena, pero los pintores que actualmente se aprovechan de esta libertad, sí me deben algo… Es cierto que muchos se imaginan que  esto lo hace uno solo. Por otra parte, no les pido nada; mi conciencia basta para recompensarme… Me acuerdo de haber vivido; y también me acuerdo de no haber vivido. Soñar despierto es casi lo mismo que soñar dormido. El sueño, cuando se está dormido, es más atrevido a menudo, y a veces un poco más lógico… Me siento impulsado a pensar, quizás diría a soñar, en este momento en que todo está absorbido, adormecido, anonadado, es germen en el sueño de la más tierna infancia. Principios invisibles, indeterminados, inobservables que evidentemente sólo presentaban una característica: la de la naturaleza entera sin vida, sin expresión, disuelta, reducida a la nada, sumergida en la inmensidad del espacio que sin forma alguna, vacío y penetrado por la noche y el silencio en toda su profundidad, debía ser como un abismo sin nombre. Era el caos, la nada primordial, no del Ser, sino de la Vida, que luego se llama el imperio de la Muerte, cuando la vida que se había producido vuelve a ella… Y en mi sueño, un ángel con las alas blancas venía hacia mí, sonriente. Detrás de él iba un viejo que llevaba un reloj de arena en la mano: -Es inútil que me preguntes- me dijo -porque conozco tu pensamiento… Pide al viejo que te lleve hacia el infinito y sabrás lo que Dios quiere hacer de ti y verás cómo actualmente estás todavía inacabado. ¿Cómo sería la obra del Creador si fuera la tarea de una día? Dios no descansa nunca… El viejo desapareció, al despertarme y levantar los ojos hacia el cielo, vi al ángel de las alas blancas que subía hacia las estrellas. Su larga cabellera rubia dejaba una estela de luz en el firmamento… Esta noche soñé que estaba muerto y, cosa curiosa, era precisamente el momento en que me sentía feliz…

Daniel Martínez Dambolena

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