Tiempo de escuela |
En literatura, bien
sabemos, hay que remitirse a una trilogía insoslayable: autor, obra,
lector. De los tres elementos, la obra es, indudablemente, el más
importante. Ella es quien ha de perdurar o no, según su calidad y
oportunidad. Pero sin autor no habría obra y sin lector la obra no estaría
cumpliendo su misión fundamental que es la de ser leída, apreciada,
gustada, para integrar con el mundo del autor traducido en el lenguaje, el
mundo del lector por medio de su sensibilidad. Así pues, comencemos con
una breve mirada sobre la autora. Nacida en el Departamento de Lavalleja,
Uruguay, en 1947, estudia secretariado comercial en Montevideo. Está
casada y tiene un hijo. En 1980 edita su primer libro de poesía: “Mimosa”.
Colabora en revistas y se vincula al medio intelectual.
Bajo su aparente presencia
de niña grande un poco impulsiva, con un aire todavía campesino en la
franqueza y en la sonrisa clara, late un corazón de mujer sensible con
definida personalidad. Atributos imprescindibles para el escritor de
poemas para niños. Porque se
hace necesario un corazón
adolescente para sentir como siente un niño. Y una convicción de fe en
valores morales para entregar versos que al tiempo que deleiten, guíen,
insensiblemente, por el sendero de la virtud. Y refiriéndonos a la obra, lo primero que nos atrapa es el
acertado título: “Tiempo de Escuela”. La palabra escuela con
la palabra hogar y con la alusión al tiempo forma el triángulo perfecto
en la vida del niño. Hogar, escuela y tiempo. Padres, maestros... y la
inmensidad del infinito frente a la vida. Porque el tiempo del niño
es tiempo de pan y lápiz, de amor y juego, de crecer y contar, de
crecer y soñar. Y este “tiempo de escuela” de Shirley Cotto
nos cuenta y nos lleva a soñar. Nos vuelve un poco niños para jugar con
el “arcoiris de la gracia”
que menciona el prólogo. Y vamos entonces, a soñar y a jugar. A
encontrar mediante la voz de la Shirley autora que nos cuenta, a la
Shirley niña que soñaba en el sencillo pueblito de Pirarajá, en el
instante fugaz de la infancia. Nos acercaremos al poemario para
alumbrarnos con su claridad interior, tal como ella nos dice de la
claridad del amanecer: “Se acerca a mis ojos/ me viene a
alumbrar...” Para entrar a este libro imaginemos que entramos a un patio
campesino. Ya que uno de los rasgos peculiares de estos versos es el
acento, aunque culto, impregnado de
reminiscencias campesinas con que están expresados. Acento auténtico
que le nace a la autora de recuerdos entrañables. Como ejemplo el poema:
“Lucero” |
Mi
caballo... mi Lucero! traes
retamas en los cascos y
las crines aromadas cuando
regresas del campo. Se
pone alegre el arroyo cuando
allí vas a beber y
te llega el cuchicheo de
la paja y del clavel. Rojas
lloran las auroras si
en el campo no te ven si
se ha cumplido la tarde la noche llora también. (p. 18) |
Hay
con la naturaleza, la comunión primordial y sencilla de la gente paisana.
Como cuando canta al grillito trasnochador; a la palomita silvestre; al
pichón de calandria que encuentra piando entre largos espartillos y
recoge junto a su pecho antes de que estalle la tormenta; al “ Agua
cantarina y azulada / de tan limpia tu tonada / es sagrada”;
al altivo coronilla nativo convertido en “rescoldo del fogón
en la alborada”, y después, “ceniza tibia que el viento
lleva”. Debemos
decir con honestidad que el libro no es
parejo. Pero ¿qué libro lo es?. Toda obra poética es una colección
de poemas que el autor ha escrito en diferentes tiempos de espíritu, con
diferente rendimiento intelectual. A veces le ha llevado meses, a veces
semanas y, en casos especiales, le ha llevado sólo pocos días. El
escritor de mayor técnica literaria, aquel que maneja el lenguaje en la
forma más impecable y armoniosa, sabe que siempre se le queda algo por
decir en un poemario y algo por pulir en un poema. Sabe que el verbo no
traduce todo lo que el alma siente, que el adjetivo se esconde
porfiadamente y todo vocablo es pobre y pálido frente al sentimiento del
corazón que se entusiasma y se desborda.
Así que no es en desmedro del libro que, en honor a la verdad,
decimos que son algunos poemas que sobresalen del conjunto, los que nos
convencen del valor de esta poesía. Por ejemplo, un poema que rememora una atardecer que impacta emocionadamente a la autora. Todos atesoramos el recuerdo de un instante especial, único, en que apartándonos de cualquier otra preocupación, reparamos de improviso en un trozo del universo que nos rodea. Un momento en que el paisaje trasciende lo conocido y adquiere un tinte mágico. Acertadamente la creadora lo tituló: “Instante Fugaz” |
Cuando
la tarde moría y
la torcaza anidaba, cuando
todo enmudecía y
la luna se asomaba. Cuando
se volvía profundo el
tierno verdor del pino, todo
inundaba en fragancia suave
frescor campesino. En
el agua el sol dejaba a
mi pupila un tesoro... Un
vaho color maíz con
telarañas de oro detenido
un solo instante coronando
desde allí, aquel
espejo ondulante que llaman Arroyo Chuy. (p.30) |
En otro poema de forma original nos cuenta el color de su perro: “Mi perro es un muchacho/ manchado de caramelo” Y más adelante: “Me acompaña al almacén/ amigo de mis amigos/ y me conocen por él/ otros niños y vecinos.” Esto no requiere comentario: los que somos padres sabemos con quienes están jugando nuestros hijos con sólo ver los perros que se mueven alrededor del grupo. Dos
poemas muy graciosos gustarán a los niños más pequeños. Son como
breves cuentitos para jugar y aprender: “Rey
Y Señor” que nos presenta a “ un gran gallo batarás”
que se pasea “luciendo el pecho esponjado/ y una estrella en cada ojo”
Gallo que “ Tiene patas amarillas / y púas como azadón” El
otro poema que señalo se titula: ”Don Hongo” que “Se
compró una isla /llena de eucaptos” y “Cuida a sus honguitos/
con mucho cariños/ les pone sombreros/ igual que a los niños” “Bajo el título: “Farolito mañanero” descubrimos otro poema que no dudamos en calificar de delicioso y muy apropiado para solaz del niño. Porque puede suceder que al leer algunos textos, éstos o los de otro autor, el niño no llegue a comprender cabalmente las ideas, los significados, y mucho menos las figuras y reglas de la poética, pero si el poema está sustentado en la belleza, esa belleza lo conmoverá. Y belleza sentida, aunque a medias comprendida, es riqueza perenne. El poema aludido, siempre dentro de la sencillez del poemario, está apoyado en imágenes logradas que van pintando la escena. Esto de “pintar” escenas es una cualidad positiva de la autora en este libro, para recrear los recuerdos de sus juegos y sueños infantiles que intenta – y logra- trasmitir. |
Farolito
a queroseno, pedazo
de blanca luna, es
tu sueño desvelado y
tu pupila aceituna. Bichito
madrugador con
pancita de latón, farolito
mañanero con
ombligo de algodón. Me
acompañas hasta el pozo donde
me lavo la cara, donde
se aclaran mis ojos aun
siendo noche cerrada. Lejos
cantan las higueras, sueña
el rocío en la parra y
se tajea con tu luz el patio lleno de aljabas. (p.33) |
Un
tema reiterado es la miel.
En el Poema “Un susto” intentando robar un panal
se encuentra con la furia de las avispas. Y otra vez, con gracia y
pocos elementos pinta la escena donde la persiguen los insectos furiosos
mientras la miel le resbala entre los dedos. “Sentía que volaba”
mientras “el sol / escapando (era) roja granada/ por el
horizonte...” Parece que vemos “ el camoatí/ tosco y huraño/
vestido de gris” y el “
pastizal / verde, sedoso, más que terciopelo” por donde va huyendo
mientras “llevaba una avispa/ zumbando/ enredada en el pelo” El otro texto que alude a la miel, es un poema encantador. En nuestro gusto el más bello y logrado del libro. Pequeña joya en tres estrofas formada por cuatro octosílabos. Se despliega en color, movimiento y sonido. Un dorado de ámbar surge de la miel, las abejas y el sol. La cadencia está en la música intrínseca que brota del poema, del ensamblaje armonioso de los vocablos. El sonido se intuye en la danza zumbante de las abejas que escalan el aire en arabescos. Es la hora de la siesta, con el sol encendido dorando el borde del aljibe, que al conjuro poético, nos traslada a la escena, como si echáramos el balde haciendo girar la rondana perezosa y lo sacáramos desbordante de agua fresquísima. |
LAS ABEJAS En
arabescos de ámbar el
aire escalan zumbando las
abejitas mieleras que
siempre están trabajando. Las
abejitas redondas anuncian
la primavera meciéndose
entre campanas azules
de enredadera. En
el borde del aljibe van
a beber agua fresca entre
pinceladas de oro con el barniz de la siesta. (p.15) |
Nada más apropiado que el adjetivo “redondas” para las abejas, que en vuelo son como pequeños globos color ámbar, trazando arabescos en el aire. La autora supo captar esa imagen con el don de observación que se aprecia en todo el libro. Asimismo es acertado el adjetivo “mieleras” que destaca la función específica de estos insectos, infatigables trabajadores. Otro acierto es acercar el dorado de las abejas al azul de las campanillas, flores silvestres que son y han sido la tentación de todo niño que tiene la dicha de contemplarlas abrazadas a cualquier cerco campesino o suburbano. Se
nos ocurre la combinación perfecta: dorado y azul. El ámbar de la miel,
el amarillo de las abejas, el oro de la siesta estival –porque había de
ser verano- y la transparencia del agua del aljibe dorada en reflejos de
sol, con el intenso azul de las campanillas bajo el cielo de verano, también,
intensamente azul. Aquí
detenemos nuestro análisis que es una salutación de esperanza para la
creadora. No por falta de materia, que la hay más y merecedora de atención,
sino porque ha de ser el lector quien prosiga el recorrido. Nuestras
palabras sólo son
una invitación a entrar por la puerta que hemos entreabierto. A
otro corresponde descubrir, con gozo, el interior. Pero antes de retirarnos al silencio, queremos aun, exponer que, al asumir la tarea de analizar y presentar esta obra pensamos, especialmente, en el niño, que es nuestra riqueza, la razón de la luz, la raíz de la alegría. En el corazón del niño, en su crecer en paz, en su crecer en amor multiplicado en los seres de la naturaleza. Y deseamos, soñamos, esperamos para él, un mundo mejor. La poesía es un territorio maravilloso para que la sensibilidad del niño arraigue y profundice, espontáneamente, por instinto natural como las plantas, en busca de las corrientes bienhechoras - la belleza, el bien, el amor...- que lo fecundarán para que, creciendo en fortaleza de espíritu, florezca en ser humano virtuoso y solidario. Nota: Shirley Cotto ha publicado después de “Tiempo de escuela “ varios libros de poesía infantil y algunos de poesía para adultos. En este tema recordamos ”La mujer que me habita.” |
Marta de Arévalo
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