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Las letras de ratos de ocio
no me tocan las tripas:
poetas de fin de semana
ni me conmueven
ni me impresionan.
Pero tampoco
me inspira confianza el que
no vive
por ocuparse en escribir:
mira desde el mirador
- acaso mirador privilegiado -
y ve lo que no veo porque estoy en la vida,
me dice cosas que yo
puedo entender y aceptar,
pero sigue sin inspirarme confianza
(porque la confianza es de las tripas,
no del intelecto).
Yo prefiero
al que vive para escribir,
al que embarrado de vida
pone talento y oficio
en la tarea de dejar constancia
de que es un animal con mente y tripas,
consciente de que está
resollando a término.
Ese
poeta
- aunque discrepe yo con lo que escribe -
es percibido como un prójimo
por mis tripas,
que nunca se equivocan. |
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