No puede la palabra
referir plenamente
la capacidad
de dar luz y tibieza,
de templar el acero
o de destruirlo
todo.
No puede la metáfora
reflejar sino pálidamente
eso que a veces nos quema y entibia y alumbra a la vez los adentros,
eso que puede
templarnos o destruirnos
y se parece al fuego, se parece,
pero es muy otra cosa.