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Ella dirige
– o cree dirigir –
su vida
con regla y compás
trazando con pulso firme
rutas segurísimas
sobre minuciosas
cartas de navegación
en las que están registrados
– o ella cree que lo están –
todos los datos sobre
corrientes,
vientos
y costas.
Ella
no ha salido a la mar hace dos días.
Ella sabe
que muy a menudo la corriente es otra,
que muchas veces el viento sopla
para donde no debiera,
que a veces
la tierra que debiera estar
no está
– justo cuando el marino
más necesita
que esté.
Pero ella no quiere saber lo que sabe.
Ella dirige.
Ella se aferra a sus cartas,
a su brújula de norte
siempre exacto,
a su sextante de cielo por siempre sin nubes.
Ella no puede aceptar el azar de los mares.
Ella se pierde
de ir a dar a las ínsulas extrañas
que la mar reserva
para los que asumen
la regla más dura del juego:
que el amo del juego no siempre
nos dice las reglas. |
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