Veinte pequeñas meditaciones
Juan de Marsilio

I

¿Quiere Ud. que alguien lo llame por teléfono? Pues entre a la ducha, que de inmediato alguien lo llamará. Nada le asegura que el alguien que lo saque del baño sea alguno de los álguienes que Ud. desea que lo llamen, pero algo es algo.

¿Desea Ud. que el ómnibus que espera desde hace tres cuartos de hora llegue por fin? Pues prenda un cigarrillo, que al segundo llegará.

¿Quiere Ud. de veras que su asquerosa vida actual se vuelva un paraíso? Pues quiébrese Ud. la columna, quede tetrapléjico, y su asquerosa vida actual le parecerá un paraíso de los buenos: perdido e inalcanzable si no es por milagro.

II

Vivir, en sí mismo, no es cosa importante. Nótese que para darle sentido al vivir el ser humano debe abocarse a muchas tareas complejas y riesgosas. Para colmo, no todas las tareas riesgosas y complejas son garantía de, tras llevarlas a cabo, sentir que la vida ha tenido sentido. Esto es bien triste pues, a menudo, quien ha escogido tareas complejas y riesgosas pero carentes de sentido se ocupa en ellas por largos años, tantos que no suele quedarle tiempo para emprender otra búsqueda de sentido cuando advierte que se ha equivocado. De lo anterior se sigue que lo importante no es la vida en sí misma sino lo que acertemos o no a hacer durante su transcurso.

Renunciar a la vida parece una salida posible, pero pocos logran ganarle al instinto de conservación y todo parece indicar que quienes se suicidan lo hacen desesperados y fuera de sus cabales, con lo que, lejos de solucionar el problema, le dan un estatus de cosa definitiva: el suicidio los congela en un acto sin sentido. Huelga decir que la renuncia previa a la vida es imposible: si no existimos antes de vivir no podemos ser indagados acerca de nuestro parecer y si se nos diera vida previamente al solo efecto de preguntarnos si queremos vivir, no estaríamos en condiciones de responder con criterio, por falta de experiencia, amén de que, aunque momentáneamente, con sólo eso ya habríamos enfrentado la vida y su carencia de sentido .

Lo anterior sugiere que sería un acto altruista abstenerse de engendrar y / o concebir hijos, a efectos de evitarles el problema de la azarosa y angustiosa búsqueda del sentido y el no menor de tener que vivir uncidos a su propio instinto de conservación. Dos objeciones fortísimas surgen a este respecto: por un lado, al no existir los hijos que no se engendra y / o concibe, no se le está evitando ningún problema a nadie, por otro, el criar hijos es una de las actividades riesgosas y complejas que mayor sensación de sentido nos dan en la vida. Así pues, la paternidad y / o maternidad responsable, lejos de verse como ejemplo de abnegación podrían considerarse un cumplido caso de egoísmo e irresponsabilidad: se pone a otros a vivir sin sentido para darle sentido a la propia vida.

Actitud casi tan egoísta e irresponsable como la mía, que explicándole a Ud. esto tan triste de que la vida no tiene sentido, le doy sentido a la mía, al menos por el rato que ocupo en escribirlo. 


III

Hay en vivir un obvio sentido inmanente: darse el sereno placer del buen alimento, el buen beber y, sobre todo, la buena compañía. Pasar por esta experiencia de sentido llevará a quien sea lo bastante sensible y valiente a la siguiente extrapolación: el pelear para que los demás, de ahora y de después, puedan gozar de esas glorias menudas del vivir, es un buen sentido trascendente - si bien no metafísico - para el estar vivo. Puede llegar, dando un paso más, a entender que es su deber dar esa pelea, por mucho que sepa que no le ha de tocar en sus días ver la victoria completa, si es que fuera posible, y acaso sí se gane no poca penuria con su pelea. Véase qué curiosa voltereta: empecé el párrafo de lo más epicúreo y terminé de lo más estoico, sin contradecirme para nada.

IV

¿Será Eros un sentido? Depende. Si Eros es coincidir con otro y usarlo de excusa para escaparse un rato del propio horror o de la propia monotonía, sé por experiencia que la cosa es algo así como un muy breve vuelo con aterrizaje forzoso (y a veces una forma -hoy por hoy socialmente aceptada- de obrar de modo canallesco). En cambio, si Eros es encontrarse y unirse con el otro, trascenderse hacia el otro y hacia más allá de ambos, sigue el viaje terminando en catástrofe, pero se soporta mejor, como con un regusto a gloria que induce a creer en otras posibles trascendencias.

V

Carpe diem memento mori. Bien está. Pero si no se exagera lo del memento mori: vivir como corrido por la huesuda torna imposible aprovechar la vida.

VI

Cuando me doy cuenta que soy feliz -o de modo más estricto: que soy- me creo perfectamente capaz de vivir dos o tres mil años. Tengo, sin embargo, también la sensación de que no haría mucho escándalo si me tocase fallecer en ese mismo instante.. 

VII

La materia que he sido y vengo siendo existía antes y existirá después. Hora llegará en que este cuerpo mío empiece a considerar cosa feliz su inminente desintegración. El problema es lo otro.

VIII

Buena cosa sería que en alguna parte Sócrates y Buda se pasearan conversando. Que el Dante tuviera ocasión de saber que el buen Dios no ha puesto en infierno alguno a Paolo y Francesca. Que yo, que soy algo menos que ellos, pueda seguir amando a mi mujer, que es mucho más que yo.

Y si es buena cosa, ¿por qué no creerlo?

IX

Una dorada medianía. Eso pedía para su vida Horacio, tan epicúreo a veces en su actitud, y lo bien que hacía.

Cuando se es, por poder o dinero, de los grandes o gordos, el hábito de goces exquisitos los vuelve rutina trivial. Además, el cuidado de ese poder y de esos bienes, contra la envidia ajena pero también contra el error propio, siempre al acecho, impide su disfrute y / o aprovechamiento, así como también el aplicarse a actividades o razonamientos de sentido trascendente. Para colmo, ni el oro ni el imperio ni el prestigio le importan un comino a la huesuda (al menos esa vez, cuando llega convencida de cumplir con su tarea).

Si se está en la miseria, a nada salvo a sobrevivir o aturdirse o matarse más rápido - aunque de modo inconsciente - suele aplicarse en general la vida. En algunos pocos casos se lucha con éxito contra la miseria, pero ella se queda tercamente fijada en la memoria del estómago y la piel.

La búsqueda de un sentido trascendente para la vida es, en muchos casos, una enfermedad de las clases medias. Suele curarse sola con la adultez. Cuando no se cura, o es un caso severo de lo mismo o no es enfermedad sino otra cosa. Y vaya a saber si esta cosa se cura con algo.

X

Cuando se olvida la raíz de las palabras, se corre riesgo de confusiones. "Sentido" viene de sentir, pero nosotros insistimos con que hallar el sentido es entender.

XI

Ya está mejor la cosa cuando en lugar de entender aspiramos a comprender: tener la cosa dentro de nosotros, saberla cierta, aunque no la podamos entender ni explicar..

Lástima que la vida sea más grande que cada uno y que todos nosotros: no tenemos tamaño para comprenderla.

Por un tiempo al menos, estamos comprendidos en la vida. Esto sabemos. Pero intuimos, algunas veces, algo más.

XII

Los ratos de indiferente abandono al sol tibio: momentos de sentido evidente para cualquier bicho vivo, incluso hasta para el humano que transita o es transido por la miseria.

No alcanzan, ciertamente, pero ayudan.

XIII

La eternidad en Dios se me figura un definitivo rato gozando del sol tibio, del todo olvidado - pero, a la vez y por debajo, del todo consciente - de toda miseria padecida nunca por uno mismo o por el prójimo. Pero también algo más.

XIV

Horror ante el Paraíso: tratar de entenderlo, pedir más y obtener menos que su pura y certera intuición. Veamos.

El Paraíso es eterno, definitivo. Comparte estos atributos con la idea temible que nos hacemos de la muerte: quedarnos quietos para siempre (nótese, de paso, que al ser imputrescible el alma, por lo menos ya en el Cielo, no le queda, como en el caso del cuerpo, el consuelo de que su descomposición abone nueva vida). Entendido así, el Paraíso no sólo se hace aburrido sino que inútil.

Intuyo, contra esta idea horrorosa de la beatitud eterna, que en tanto el Paraíso es estarse en Dios sin necesidad de mediación alguna, y Dios es actividad, otra forma tendremos de aquel otro lado para contribuir al avance de la obra divina. Y en eso, creo, nos estaremos eterna y perfectamente entretenidos.

XV

¿Cabe algo de satánico en el Paraíso? Tiende uno a creer que no: nada tiene el mal que hacer en el desfile triunfal del supremo bien, que en tanto que tal, no se ha de regodear en hacer desfilar, delante de sí, prisioneros harapientos y cargados de cadenas.

Y sin embargo se hallará uno en el Paraíso con las almas ilustres de muchos rebeldes.

XVI

El mal no es otra cosa que la malversación de tendencias y actitudes naturalmente buenas si bien se las canaliza. Nada de malo en rebelarse contra un tirano, y hasta en matarlo, que ya se expide incontestablemente sobre ello Santo Tomás de Aquino. En rebelarse contra el Dios de Amor, todo de malo.

XVII

Vos sabés, Dulce Señor, que he de blasfemar brutalmente contra Vos el día en que le toque morirse a mi madre. Y - ¡quieras no permitirlo! - si me toca enterrar un hijo te voy a odiar con toda el alma mía. Pero ha de ser por un rato: esa blasfemia es parte del consuelo, "es la que perdona Dios", que escribía Machado sin comprender que es un modo natural de oración. El mal son otras rebeldías, movidas por interés.

XVIII

Me lo imagino a Luzbel diciéndose que "Vamos a ver, ¿por qué no podría yo cumplir a la perfección las funciones del Viejo y algunas otras que el omite, de puro conservador? Se hace hora de abrirle paso a la juventud: si el Viejo fuera lo que dice que es, debería Él solito dar el paso al costado. No le sale solo: habré de empujarlo". Algo así como lo de "el hoy es malo...¡pero el mañana es mío!" que escribiera también Don Antonio, y donde yo subrayo el posesivo, para llamar la atención acerca de una interesante confusión con los antónimos: el antónimo de "malo" es "bueno". A Satán no le molestaba lo malo de la gestión del Altísimo al frente del negocio universal, sino que Suya fuera la Gloria. 

Lección para revolucionarios: sin vanidad ni egoísmo, o al menos minimizándolos, combatiéndolos siempre. Porque es mejor para la causa seguir esclavo y putear por lo bajo que morir a lo Espartaco - y con uno los secuaces - al grito de "volveré y seré película".

XIX

¿Qué es una revolución? (Lo escribo así, con minúscula, para que a ella no le vengan la vanidad y la soberbia, para que no se me desbarranque en la corrupción y las desviaciones burocráticas) Una revolución es cualquier momento del universo en marcha: un día sabremos verlo. Veremos, también, que pese al todo el daño que son capaces de causar, los reaccionarios son dinosaurios que nacieron extintos. Lamentablemente, no hay demasiados indicios de que ellos mismos puedan verlo un día. Y mucho menos de que, si lo viesen, fueran capaces de obrar en loable consecuencia.

XX

Para concluir: ¿quiere Ud. que el sentido de la vida lo llame por teléfono? ¿desea que llegue de una buena vez el ómnibus de la trascendencia? En una de sus dimensiones, el Paraíso son esas islas que uno se encuentra, de tanto en tanto, en el Mar de lo Inmanente. Alcanza con vivir. (Si me está Ud. leyendo pertenece a la clase de los más o menos incluidos, de los más o menos privilegiados: tiene cómo vivir. Pecado de angurria si no hace nada por construir el día en que todos tengamos cómo vivir. Crimen de estupidez y estreñimiento si mientras tanto no disfruta el mundo.).

Juan de Marsilio

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