I
En muchas comedias
muchos cineastas
norteamericanos
muestran felices y disciplinados
rebaños de turistas japoneses
fotografiando el Louvre palmo a palmo,
sin pararse a entender
- o por lo menos
sin que uno pueda imaginarse
qué demonios pudiera entender
quien recorriese el Louvre de ese modo.
Sé por lecturas
- y algo menos también por experiencia -
que buena parte de los japoneses
son más finos que eso.
Algunas veces
algunos cineastas norteamericanos
han visto a los turistas japoneses
con la misma miopía
que en sus películas les atribuyen.
II
También en el Calvario
debe de haber habido
turistas japoneses con sus cámaras
fotografiando el suceso horroroso
que vieron, seguramente,
sin comprenderlo y sin inmutarse
(o aparentemente sin)
porque "estos occidentales
hacen cosas rarísimas".
III
Anoto en su defensa
que tienen
curiosidad.
Fotografían todo
lo que un turista rico de Occidente
pondría bajo el rótulo
de "otro museo que
pude darme el lujo de visitar,
porque tengo con qué".
Nuestro turista rico
tal vez nunca pueda
tener para comprar lo necesario
para comprender.
La mayoría
de los turistas japoneses
merecerían que el buen Dios
se los diera gratis.
Acaso
ya se los haya dado
sin que Hollywood ni nosotros nos enterásemos,
como tampoco nos enteramos
de tanta cosa importante.
IV
Esto que analizo es una sabia
- aunque acaso inquerida -
metáfora del cine:
no existen los turistas japoneses
fotografiando el Louvre,
porque allí no te dejan ingresar con tu cámara.
¿Pero metáfora de qué?
En un sentido,
metáfora de los que pasan
(o pasamos) por todo
como por encima,
como de rutina,
como de memoria,
en el mejor de los casos fotografiando
la vistosa cáscara
de los objetos que el autor
de la guía de viaje ha señalado
como vistosos,
como imprescindibles
a la hora de mostrar
los recuerdos del viaje.
En el otro sentido,
metáfora de quien nos ve
con otros ojos,
más sorprendidos,
menos rutinarios
y acaso más certeros e implacables.
V
Esas cámaras que,
esos ojos que,
esas miradas que
terminan descubriendo y registrando
lo que con tanto milenario esmero
hubimos barrido bajo
la suntuosa alfombra.
VI
Vista por el reverso,
con ojos traídos
de la otra punta del mundo,
nuestra civilización
es una barbarie.
Alguno
debiera escribir las cartas
del japonés turista
como hubo en su tiempo
quien escribiese las cartas
marruecas y persas.
Leyéndolas
aprenderíamos acaso algo.
Tal vez lo suficiente
para avanzar un poco:
otro pasito de babosa
en camino a la cumbre iluminada.
VII
Concédeme, Señor,
ser el curioso y crítico
turista japonés
de viaje por mí mismo.
Permíteme tomar fotos certeras.
Ayúdame a revelarlas.
Ayúdame a rebelarme
victoriosamente
contra lo que me avergonzaría mostrar
si yo fuese destino de viaje
para turistas japoneses. |