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pensando en L. C.
El condenado,
que ha concluido sin quebrarse
el alegato final
que desde un principio
sabía vano,
cuando ya los guardias
lo están por volver a la celda
donde aguardará la fecha
del fusilamiento,
pide aún
decir una última cosa.
Se esperaría del monstruo alucinado
la promesa
de horca o degüello
a manos de hordas rojas
en alguna futura
revolución.
Pero no.
Brevemente les dice
que ha de morir sin gota de rencor.
Yo pienso que luego,
durante la cena,
por lo menos alguno de los miembros
del tribunal militar
habrá reflexionado sobre lo bien
que aquel hijo de puta disfrazara su rabia
con ropajes de calma y grandeza,
cuando lo debido
eran las blasfemias y las amenazas,
pero estos rojos son todos
unos maleducados. |
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