Me decía el amigo
que en los días de la adolescencia
había yo, muchacho triste, sido
feliz sin darme cuenta.
Me decía el amigo
que es obligatoria
la pena en esta pobre vida nuestra
y que sólo es feliz aquel que sufre
por penas que valgan
aunque sea un poquito la pena.
Eran así mis penas de juventud.
Yo no las elegí, me fueron dadas.
Cuando pude elegir
entré a sufrir por penas
que en lugar de tristeza
debieran darme asco.