Mal negocio:
empeñé el corazón
para comprarme una camisa nueva
que no me hizo un ápice más atractivo
a los ojos de aquella muchacha
con la que tanto deseaba acostarme
pero de la que ni loco
me hubiese enamorado.
En un prostíbulo bastante infame
me robaron la camisa
– tras golpearme no poco y a traición –
e iba en el bolsillo
la boleta de empeño.