Muchos montevideanos le quieren ver a su ciudad, empecinadamente, rostro, vestir y maneras de anciana señora modosa. Se niegan a mirar a los ojos su pasado -que a cada rato es otra vez presente- de puta llegada a este puerto escapada de su hambre natal en Polonia u otro sitio de una Europa bastante distinta de la que se soñaba por aquí. Menos desean asumir su condición de pobre piruja sudaca con pretensiones. Pero menos aún aceptan verla como a la pobre muchacha a la que largo tiempo sedujo el señorito para luego tirársela a los matones de su séquito. |
Juan
de Marsilio
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