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Un poeta se muere.
Poca gente se entera.
Componía. Cantaba.
Se enteraron muy pocos
– o por lo menos menos
de los que era debido.
Pero a algunos de nosotros
nos nombró y definió
mejor que el documento de identidad
más fidedigno.
Otras veces
– desanudada apenas la garganta
nada más lo bastante
para apenas cantar –
nos partió el corazón,
nos lo hizo añicos,
que ya hubo luego que juntar del piso,
limpiarlos y pegarlos para hallar
que eran aquellas tripas de emergencia
más corazón que el corazón primero.
Un poeta se muere y unos cuantos
nos queremos comer cruda a la muerte.
Un poeta se muere
– pero nunca del todo. |
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