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XI
Me anda costando bastante trabajo
entrar en materia y ponerme a escribir
sobre las flores y las mariposas.
Son muchos los años
de cantarle a la cuerda, la bala y el hacha
con que andábamos tratando
de ganar para todos el derecho
de abocarse a las flores y las mariposas.
Cierto que avanzamos algunos pasos
- y aún avanzaremos mucho más,
eso no lo dudo
ni siquiera en estos
días míos de capa caída -
cierto que valió la pena
aunque la pena fue mucha.
Pero vi lo que vi, sé lo que sé
y no puedo eludir el deber
de salirme del ruedo
a intentar un toreo más difícil,
aunque no lo parezca.
Lo que ocurre
es que ni siquiera
he comenzado todavía
a subir los peldaños de mi torre.
Soy todavía a estas horas
el que camina de noche bajo la llovizna,
el que en soledad regresa
a su pieza de pensión
y dejó a los demás en la fiesta.
No es mi culpa ni mi mérito
el que los duendes del vino
me hayan hecho saber
que hay algo menos para festejar
que lo que se nos dice.
No es delito aunque sí mala suerte
el que me haya tocado
ser el primero que reparase
en que se habían robado
la torta con velitas
- pena que no vi quién,
aunque algo me sospecho a ese respecto.
Di,
con voz calma,
noticia del faltante.
No me quisieron algunos creer,
otros me llamaron
a prudente disimulo
y yo opté por retirarme,
pues no era mi voluntad
aguar la fiesta de nadie
- que ya se encargan de eso bastante bien
el tiempo y la realidad -
y tampoco quise
quedarme para ver
sustituida la torta con velitas
por un ataúd con cirios
alrededor del que algunos
tratarían
de seguir festejando a pese a todo,
porque les habían dicho que.
Me duele lo que me duele
y mi duelo elaboro.
Pero he llagado al pie de la torre.
Abro la puerta y peldaño a peldaño
comienzo a ascender. |
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