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¿Quién o qué nos puso
a este oficio de náufragos aislados?
El amigo decía que el azar:
la ausencia de Dios,
la impericia de Dios,
la desidia de Dios
o cualquier otro nombre del azar.
No había,
por lo tanto,
según él,
ningún culpable a mano al que valiera
la pena odiar.
Una vez
– tras leer una noche a un poeta peruano –
llegué a temer que el odio de Dios nos naufragaba.
Pero en seguida oí gorriones
y me costó mucho creer
barbaridad semejante.
Pensé, también, que los hombres
por propia mala decisión
nos hacemos náufragos.
Pero a poco que mire
casi cualquiera puede darse cuenta
de que casi nunca
decidimos nada.
Por estos días manejo la hipótesis
de que Dios nos naufraga para obligarnos
a construir un buen mundo al que volver. |
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