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I
La noche
en que festejábamos
el enorme triunfo deportivo
he visto a un hombre
pobre
más que pobre mísero
haciendo su escrutinio de todas las noches
en el contendor de la basura
por comida o cartón o alguna cosa
de esas que los miserables
usan para vivir.
Habíalo visto ya
algunos años antes
en el mismo terrible menester
la noche del gran regocijo
por el enorme triunfo político aquel
tan digno de festejarse.
Alrededor del hombre de la basura
en ambas ocasiones
el país reía
- escribo estas líneas
porque me siento en deuda
y después de escribirlas
hallo que le debo
mucho más aún -.
No que desmerezca
el poder del heroico fútbol victorioso
ni mucho menos
el valor de la política progresista
(qué voy a desmerecerlos
si en ambas ocasiones
el hombre del escrutinio
hurgaba sus basuras
con una sonrisa).
II
Esa tarde
invernal pero tibia
en que enterramos al anciano jefe
y veteranos de muchas campañas
nos cruzábamos en las esquinas
con una lágrima por santo y seña
mientras que advenedizos
y oportunistas vip
mentían los discursos
que son del caso en esas circunstancias.
Esa tarde,
decía,
también me hallé con el hombre del escrutinio y hurganza
en cuyo rostro
creí reconocer
a vaya a saber qué ignoto
combatiente de cuál lucha
al que la vida
- la vida y sus circunstancias,
que me incluyen a mí -
al que la vida lo había
tratado bastante mal
y como con vergüenza
también lloraba lágrimas como las mías.
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