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No quisiera morirme incomenzado:
¡hay gente que se muere sin haberse vivido!
Gentes hay que perduran
siempre por esas pocas
de una labor que nunca fructifica,
de un ocio al que jamás le brotan flores.
A mí me gusta estarme
siempre con un trabajo entre las manos.
Siempre una larga fila de proyectos,
esperando entre pecho y cabeza
su turno para ser ejecutados.
O jugando,
también,
por el estricto
placer del juego en sí, sin llevar cuenta
del marcador, porque los resultados
en gozoso sudor no son medibles
- quien se ocupa en medir no está gozando.
O contemplando un rato lo que existe:
quien contempla trabaja sus adentros.
Sé que todos los hombres son mortales
- me lo enseñaron en Filosofía,
cuando hacía el liceo –
y pues que he de morir y no yo solo,
seguramente Doña Muerte no
ha de poder modificar su agenda
de modo de venir por mí en la exacta
pausa entre dos proyectos: he de irme
– lo mismo que Gardel, Mozart y Schubert ,
lo mismo que Juan Pérez -
dejando en la mitad lo que anduviese
ocupado en hacer por esas fechas.
Mas no me importa, casi, que mi historia
se quede – pobrecita - in media res:
la inconclusión la adobará en misterio
¡y qué gusto ese gusto a no sé qué!
Puede valer la pena conservar
truncados manuscritos por si acaso
alguien después retoma el hilo y borda
lo que quiera bordar, aunque la mano
que esgrimiera la aguja previamene
muy otra cosa hubiera dibujado.
Hasta incluso facturas y recibos
conservamos,
a veces,
varios años.
De páginas en blanco no hay archivos. |
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