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El dolor de los días felices que pasan de prisa
siempre está por debajo.
Uno atiende la dicha,
uno trata de darle
una dedicación
total,
uno es feliz al cien por ciento pero
siempre hay un plus en el que cabe entera
la pena infinita
de saberse finito.
Cierto que uno confía
en la promesa de un vivir futuro
de índole superior
(uno lo ha puesto bajo la metáfora
de sentarse a matear con el Creador
y escuchar de su boca las palabras
que den sentido a todo)
pero no menos cierto que duele
saber que estos pies algún día
no han de ser pies ni han de pisar el pasto,
por mucho que ande el alma en otras cosas
de mayor importancia.
Quiero creer
que el dolor infinito de los días felices que pasan de prisa
cumple alguna función.
Acaso sea la única
regla posible para
medir alegrías eternas. |
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