El coraje |
A mi esposa |
I Por débil soy peligroso. Puedo llegar a dañarte sin querer, sólo por miedo a ser dañado yo. Por mucho que lo quiera no tengo para protegerte ni la milésima parte de la capacidad que poseo para destruirte. II Esto no cambiará: siempre tendré a mano más puñales que escudos. Siempre habrá el riesgo de que mi lengua te arroje palabras duras y filosas de primera piedra - precisamente porque no estoy libre de ningún pecado. III Podría presentar la excusa de que me alejo para no dañarte. Podría dejar que la culpa de hacerte daño se la lleven otros. Me estaría excluyendo en realidad de la dura tarea de defenderte - y del miedo atroz de intentar defenderte y ser vencido. IV Uno peca muchas veces por distracción o lo mismo es decir, por egoísmo. Uno se mete en las cosas del mundo. Uno se enzarza en batallas en que nada valioso se le perdía ni se le pierde de salir vencido ni se conquista en caso de victoria. Uno pone los ojos en otras cosas por no mirar el rostro del amor, tan parecido al de su hermano el miedo V ¿Qué haré para no dañarte ni de obra ni de palabra ni de omisión? Las intenciones, salvo algún fastidio, salvo alguna ligera distracción, salvo alguna pequeña cobardía, son buenas. Claro, “de buenas intenciones está empedrado etc., etc.”, pero, con todo y eso, respondo por mis buenas intenciones o al menos por mi ausencia de malas intenciones.
¿Qué haré para ser parte de tu solución, aunque sea un gramo más de lo que me toque ser parte de tu problema?
He de recorrer palmo a palmo el dique, de día o de noche, con sol o tormenta. He de tapar cada mínima brecha aunque sea con trozos de mi carne.
Y si el agua supera las defensas me muero en el dique. VI ¿Pero de dónde la fuerza? Del Mismísimo que te ha provisto de las energías para venir sosteniéndome todos estos años. |
Ni para hoguera
Juan de Marsilio
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