Contra mi patria |
I Unos pájaros pintados. Una llanura con leves ondulaciones. Unos indios de pómulos salientes que no pudieron – pobres – salir de la encerrona. Un sueño futbolero torpedeado hace décadas. El Graf Spee dormido a las puertas del puerto. Un padre anciano muerto en Paraguay. Treinta y tres gauchos, un pardejón ladino, la diplomacia inglesa y una viabilidad siempre sumida en crisis. Un novelista conservado en whisky. La poesía oficial retratada en el billete de mil pesos. Unos abuelos bajados del barco, unos nietos subidos al avión y un futuro con varios pasaportes. Un esplendor perdido cuya letanía puede recitarse nombrando decenas de empresas que son cosa de siempre pero cerraron hace décadas. Un buen fin de semana en Buenos Aires las temporadas esas en que el cambio nos favorece (y el bagayo traído del Brasil). Un brindis con grappa Ancap a
la salud de la esperanza.
II La dictadura fue mi adolescencia ¿qué más puedo decir? En lo personal no me ha ocurrido nada de terrible salvo, claro, ese detalle de que la dictadura fuese mi adolescencia. Ese dolor me marca – sería un monstruo yo si no me importase aquello de un modo definitivo – más acá de todas mis
dichas personales.
III Si se trazara el mapa de mis rencores la capital caería en Montevideo. – Tenés suerte, ciudad de porquería, de
ser también la parte del mundo en que más amo.
IV “Plural ha sido la celeste historia – pero poco plural (tres o cuatro muchachas) y más bien grisácea, corriente y común. Mas atrévase alguno a insinuar que no puse el doscientos por ciento del cuerpo y el alma a cada paso en mis amores simples y
le bajo los dientes al imbécil.
V Dante se cruza con más florentinos en el Infierno que en Purgatorio y Paraíso juntos – esto se debe al dolor terrible de ver su amada patria emputecida. Amo a mi patria desde las tripas, desde el carozo de lo íntimo, con el alma inocente del niño que le regalaba dibujos a mamá. Por eso, en el infierno de mi rencor, la mayoría de los residentes somos
uruguayos.
VI Era entonces un tiempo con el aire inundado de consignas y
banderas. Entonces respirábamos libertad y terror – al terror lo respirábamos entero y al contado y a la deseadísima a cuenta de acaso mayor cantidad en
algún futuro. Fue mi generación de una manera atroz afortunada: tuvimos por qué y contra qué combatir y
supimos hacerlo.
VII Algunos después se pusieron corbata, se pusieron cordura, se pusieron gerencia y hasta algunos se han puesto ministerio – a veces para mal, otras
para bien. Algunitos otros no han entendido nada y han seguido berreando las mismas consignas con tal fidelidad que las han vuelto triste
caricatura de sí mismas. Los más de nosotros nada más hemos hecho la vida que ha sido posible con la terca esperanza de
que un día las cosas serían mejores.
VIII Eran los días amargos, eran los días vacíos, eran los días pesados, eran
los días baldíos. Era el silencio cargado de presagios bien sombríos. Era el gris multiplicado en
una orgía de hastío. Eran letargo alargado nuestros días casi niños – debiéramos haber muerto y
sin embargo crecimos.
IX De a ratos por aquellos días me las ingeniaba para
estar contento. Eso
fue lo que lo hizo posible.
X Kilómetros,
kilómetros, kilómetros. Pocas casas a ambas veras de
la ruta. Campos de Dios y otros pocos: alguien tomó la decisión de criar o cultivar cualquier cosa menos
gente. Las vacas rumian su indiferencia mientras seguimos viaje rumbo
a vaya a saber dónde.
XI Continúo enfermo sin indicios de cura o mejoría de mis amores pasados, incluso
el que he sentido por mi patria. Y pues que no me mata todavía debo asumir que amar me
fortalece.
XII Todos tenemos patria donde haya buena gente. Pero no da lo mismo tal lugar o cual otro: cruzamos el río y aunque nos entendemos casi a la perfección, no son la misma cosa que nosotros nuestros hermanos los
uruguayos occidentales.
XIII Aquí en esta levemente ondulada Argentina del nordeste, en este Brasil del sur que no habla en Portugués, respiramos nosotros nuestros gozos y horrores, lo que vuelve al lugar una patria distinta de todas las restantes – por mucho que inviable Geopolíticamente, según dicen algunos doctos
comentaristas.
XIV Subía con pies de volver de la escuela por una cuadra larga de repecho bravo: sé que ahí está el carozo irreductible
de mi patria.
XV Transito con reverencia cada tramo de calle, cada plaza, cada rincón, cada paraje de campo: más que partes de mi país son sin duda el total de la patria del corazón de algún prójimo. Y
eso hasta el más hereje lo respeta.
XVI He viajado poco y con seguridad casi no viaje ya desde aquí hasta mi muerte. Sin embargo sé que eso que buscan mis ojos ( y alguna vez he creído casi encontrar) no se muestra en paisajes de otras tierras – si es que existe. |
Juan de Marsilio
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