Amigos protectores de Letras-Uruguay

Contra mi patria
Juan de Marsilio

                       I 

Unos pájaros pintados.

Una llanura con leves ondulaciones.

Unos indios de pómulos salientes

que no pudieron – pobres –

salir de la encerrona.

Un sueño futbolero torpedeado hace décadas.

El Graf Spee dormido

a las puertas del puerto.

Un padre anciano muerto en Paraguay.

Treinta y tres gauchos,

un pardejón ladino,

la diplomacia inglesa

y una viabilidad

siempre sumida en crisis.

Un novelista conservado en whisky.

La poesía oficial retratada

en el billete de mil pesos.

Unos abuelos bajados del barco,

unos nietos subidos al avión

y un futuro con varios pasaportes.

Un esplendor perdido

cuya letanía puede recitarse

nombrando  decenas de empresas 

que son cosa de siempre

pero cerraron hace décadas.

Un buen fin de semana en Buenos Aires

las temporadas esas en que el cambio

nos favorece

(y el bagayo traído del Brasil).

Un brindis con grappa Ancap

a la salud de la esperanza. 

                      II 

La dictadura fue mi adolescencia

¿qué más puedo decir?

En lo personal

no me ha ocurrido nada de terrible

salvo, claro, ese detalle

de que la dictadura

fuese mi adolescencia.

Ese dolor me marca

– sería un monstruo yo

si no me importase aquello

de un modo definitivo –

más acá de todas

mis dichas personales. 
 

                      III 

Si se trazara el mapa de mis rencores

la capital caería

en Montevideo.

– Tenés  suerte,

ciudad de porquería,

de ser también la parte del mundo en que más amo. 

                      IV 

“Plural ha sido

                           la celeste historia

                                                              de mi corazón”

– pero poco plural

(tres o cuatro muchachas)

y más bien grisácea,

corriente y común.

Mas atrévase alguno a insinuar

que no puse el doscientos por ciento del cuerpo y el alma

a cada paso en mis amores simples

y le bajo los dientes al imbécil. 

                       V 

Dante

se cruza con más florentinos en el Infierno

que en Purgatorio  y Paraíso juntos

–  esto se debe

al dolor terrible

de ver su amada patria emputecida.

Amo a mi patria desde las tripas,

desde el carozo de lo íntimo,

con el alma inocente del niño

que le regalaba

dibujos a mamá.

Por eso,

en el infierno de mi rencor,

la mayoría de los residentes 

somos uruguayos. 

                      VI 

Era entonces un tiempo

con el aire inundado

de consignas

y banderas. 

Entonces respirábamos

libertad y terror

– al terror lo respirábamos entero y al contado

y a la deseadísima

a cuenta de acaso mayor cantidad

en algún futuro. 

Fue mi generación 

de una manera atroz afortunada:

tuvimos por qué y contra qué combatir

y supimos hacerlo. 

                      VII 

Algunos después se pusieron corbata,

se pusieron cordura,

se pusieron gerencia

y hasta algunos se han puesto ministerio

 – a veces para mal,

otras para bien. 

Algunitos otros

no han entendido nada

y han seguido berreando las mismas consignas

con tal fidelidad que las han vuelto

triste caricatura de sí mismas. 

Los más de nosotros

nada más hemos hecho la vida que ha sido posible

con la terca esperanza

de que un día las cosas serían mejores. 
 

                    VIII 

Eran los días amargos,

eran los días vacíos,

eran los días pesados,

eran los días baldíos. 

Era el silencio cargado

de presagios bien sombríos.

Era el gris multiplicado

en una orgía de hastío. 

Eran letargo alargado

nuestros días casi niños

– debiéramos haber muerto

y sin embargo crecimos. 

                      IX 

De a ratos

por aquellos días me las ingeniaba

para estar contento. 

Eso fue lo que lo hizo posible. 

                     X 

Kilómetros, kilómetros, kilómetros. 

Pocas casas

a ambas veras

de la ruta. 

Campos de Dios y otros pocos:

alguien tomó la decisión

de criar o cultivar

cualquier cosa

menos gente. 

Las vacas rumian su indiferencia

mientras seguimos viaje

rumbo a vaya a saber dónde. 

                  XI 

Continúo enfermo

sin indicios de cura o mejoría

de mis amores pasados,

incluso el que he sentido por mi patria. 

Y pues que no me mata todavía 

debo asumir que amar

me fortalece. 

                XII 

Todos tenemos patria donde haya buena gente.

Pero no da lo mismo

tal lugar o cual otro:

cruzamos el río

y aunque nos entendemos casi a la perfección,

no son la misma cosa que nosotros

nuestros hermanos

los uruguayos occidentales. 

              XIII 

Aquí en

esta levemente

ondulada Argentina del nordeste,

en este

Brasil del sur que no habla en Portugués,

respiramos nosotros

nuestros gozos y horrores,

lo que vuelve al lugar

una patria distinta de todas las restantes

– por mucho que inviable

Geopolíticamente,

 según dicen algunos

doctos comentaristas. 

                XIV

Subía

con pies de volver de la escuela

por una cuadra larga

de repecho bravo:

sé que ahí está el carozo

irreductible de mi patria. 

                XV 

Transito con reverencia

cada tramo de calle, cada plaza,

cada rincón,

cada paraje de campo:

más que partes de mi país

son sin duda

el total de la patria

del corazón de algún prójimo.

Y eso hasta el más hereje lo respeta. 

                XVI 

He viajado poco

y con seguridad

casi no viaje ya

desde aquí hasta mi muerte.

Sin embargo sé 

que eso que buscan mis ojos

( y alguna vez he creído

casi encontrar)

no se muestra en paisajes de otras tierras

 – si es que existe. 

Juan de Marsilio

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