Certezas mínimas |
I (dólares) No te vendés a nada ni a nadie bueno si el importe te lo abonan en dólares americanos que más allá de su baja coyuntural siguen siendo moneda de un imperio enemigo. Si te vendieras en euros serías algo así como una de esas muchachas bonitas y cultas que aceptan regalos costosos de vejetes de buena posición económica. No te vendés a nada ni nadie bueno porque te vendés y no importa si el pago te lo abonan en piastras o en florines en zlotys o en rupias. Y si te vendieras pero el comprador se fuera sin pagarte no vengas a buscar mi compasión llorando que te habías querido vender a crédito pero fuiste estafado al contado en moneda constante y sonante pues
lo imbécil no quita lo vendido. II (porvenir) El muchacho y la muchacha fuman marihuana – él le está enseñando cómo se fuma eso – poco antes de mediodía a la vuelta del liceo y por más señas a metros de la puerta trasera por la que se entraba cuando yo era alumno al gimnasio – hace como diez años que no puede usarse y no hay dinero para repararlo – . Yo doy aviso aquí a los compañeros que se abocan ahora a tareas gubernamentales de que estoy disponible para cuando decidan dirigirnos en acciones útiles sobre estas cuestiones y les suplico que si no lo deciden así se abstengan de usar en sus discursos palabras como “jóvenes”, “flagelo”, “educación” y sobre todo “porvenir”. (Es más que inaceptable un liceo diez
años sin gimnasio). III (algo más que política) Yo me afilié al Partido Socialista – esto no es un poema, me disculpen – allá por los veintiuno de mi edad cuando mi patria emergía de lo horrendo y atroz para hundirse después en lo que luego vino y yo no sé calificar con la ecuanimidad y el rigor académico que sin duda merecen quienes se tomen el trabajo de leer esto que no es un poema. Muchos de mis amigos por esos días se hacían comunistas, que es una religión con la que no comulgo mas sin andar diciendo por ahí “de esta agua no he de beber” ni “quita, quita ese horror, que no soy ortodoxo” ni otras mariconadas de esas que esgrimen a falta de más argumentos esos que no se atreven a ser de centroderecha y además parecerlo. Yo me afilié al Partido Socialista, decía, cuando etc., etc. y desde entonces voy por la misma senda y eso qué no me han dado ni cargo ni beneficio ni me los han de dar, seguramente – me disculpen, de nuevo, que no tenga el buen gusto de mentir que no los apetezco, pero suelo decir lo que pienso y además esto no es un poema, y que los apetezca no
significa que me hubiera por eso afiliado al Partido ni que por eso en él permaneciese. Mucho de lo que de veras creía por entonces no lo creo ya pero es porque de veras no lo creo y no porque hubiera dejado de convenirme creer en ello ni, peor aún, porque me conviniera pasar a creer en lo opuesto. Pero hay un núcleo duro, un mínimo puñado de certezas mínimas que no habré de perder ni que el mundo se estuviese acabando. Dejo por testamento que se me vele a cajón cerrado con ese ramillete de certezas encima de la tapa – y también con mis dudas, porque también a ellas les soy fiel – y que se tomen los compañeros dos o tres copas a la salud de mi alma o de mi memoria, según lo que sepa creer cada uno, y si me lloran, que me lloren poco, que bastante tendré con estar muerto para
encima tener que consolarlos. IV (regresando) Levemente ondulados esos campos. Levemente poblados. Breves ganados, doblemente breves, sobre tamaño verde dibujados – casi perdidos los ganados esos de tan desperdigados por esos campos casi desolados – . Con la sierra reciente a mis espaldas de tiempo en tiempo cruza la extensión algún ave de presa por si hubiese algún ternero muerto u otro manjar así. Regreso por la ruta a la ciudad tras sepultar en el lugar de origen un familiar difunto que ni me ha dolido nada –
y no sufrir es mi mayor dolor. V (disculpas) He cometido todos los errores y algunito más. Las más de las veces ha sido sin darme cuenta o al menos no demasiado. Pido perdón por los muchos errores que repetiré a futuro con plena consciencia de estar haciendo como que lo
hago sin intención. VI (muchacha) Éramos mucho más jóvenes por aquellos años – aunque a mí lo joven se me notaba mucho menos – e íbamos juntos por esas aceras que daban casi siempre en las camas alquiladas de esos hoteles sórdidos de tan higiénicos donde el amor imperfecto y glorioso da sus batallas contra otras cosas que son parecidas al amor pero acaban por matarlo. Ahora cuando sé que amor perfecto hay nomás el de Dios y construyo la vida con una que elegí y me eligió para honrarnos, amarnos y respetarnos con el sueldo recién cobradito pero también a fin de mes y para soportarnos los defectos con mutua paciencia, ahora, te decía, no me arrepiento para nada de casi nada de todo aquello – pero te pido disculpas por alguna que otra marca de mis dientes en tu fina piel y más por las huellas que en el alma te hubiera dejado mi cinismo principiante de
por aquellos días. VII (defectos y virtudes) Se que mañana despertaremos juntos por mucho que ahora – recién concluida la cena – te hayas ido a la cama sin besarme (y total, ¿para qué?, con el regusto a mierda y pesadumbre que me duele en la boca y la garganta). Se que mañana seguirán mis defectos aquí y los tuyos allí, haciéndose notar a cada rato, volviendo cantilena insoportable la canción que quisimos cantar una vez. Pero somos tercos, somos de lo más cabezas duras. Ese defecto todavía logra mantener reunido nuestro
pobre puñado de virtudes. VIII (permanencias) Ha de haber todavía Plaza Cagancha cuando yo ya no pueda cruzarla apurado y ha de haber todavía muchachas hermosísimas en la plaza cuando yo ya no esté para mirarlas y algún otro imbécil ha de haber por esos días que cruce la plaza de apuro y
ni repare en tanta maravilla. IX (vestigios) Vendrán desde lejísimos y toparán con nuestros restos los arqueólogos de otros planetas. Poco entenderán – y no debe ser poco lo que han de malentender – esos que, con vestigios, fabrican pasados que acaso ni fueron (pero vaya a discutirles, si ellos son académicos y esdrújulos). Bastante de lo poco que entiendan los dejará extrañados. Alguna que otra cosa los horrorizará. Entretanto, la parte mejor de lo que habremos sido se paseará tranquila por los prados de la ancha y soleada memoria
de Dios. X (cálices) Sin que te lo pidiera, has apartado de mí unos cuantos cálices de los más amargos, amadísimo Padre. No que no haya sufrido yo lo mío ni tampoco que no haya mariconeado en esos casos lo que corresponde a un hombre que es bien hombre pero sin excederse. ¡Vaya si te habré pedido no beber tal o cual cáliz, no pagar tal o cual cuenta, no tener que tratar de atajar tantos penales! Y por supuesto no apartaste un corno (¡qué ibas a apartar!) no hiciste el milagro de que me saliera gratis… Mucho más caro lo pagara si hubiera podido trampearte en el precio pero supiste evitarlo. Por
eso es que te guardo gratitud. XI (murciélagos y golondrinas) Todavía con luz pero ya con el sol del otro lado veo en cielo de la casi noche cruzarse las últimas golondrinas y los primeros murciélagos – como si Dios jugara a escribir un poema de Benavides. De pronto me doy cuenta de que ha habido antes murciélagos y habrá golondrinas después. Es por primera vez este instante y por última vez. Soy yo, que
paso volando. XII (cambios) Las vacas no se suben a los árboles salvo en excepcionales casos de inundación y en puridad son las aguas lo que las sube a los árboles. Los zorros terminan resultando – por mucho que traten de hacer bien las cosas – pésimos guardianes de gallinero. La hormigas no gritan: trabajan, trabajan, trabajan y en los ratos libres trabajan un poquito más Mientras tanto los hombres somos los únicos bichos capaces de cambiar nuestro libreto. Y aunque muchas veces esos cambios resultan lamentables tengo yo para mí, no sé por qué, que ese poder cambiar – por lo menos en parte – a nuestro antojo lo que somos y hacemos es
lo mejor que tiene este espectáculo. |
Certezas mínimas
Juan de Marsilio
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