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Carta abierta sobre educación pública |
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Montevideo, 20 de enero de 2014 A quienes tengan competencias e interés Lo que sigue tiene que ver con educación pública. Le doy formato de carta abierta a cualquier ciudadano porque, si bien no todos tenemos las mismas competencias sobre la materia, cualquiera puede tener acerca de ella legítimo y bien intencionado interés. A mi entender, todos deberíamos interesarnos. Esta carta se inserta en el ir y venir de opiniones disparado por la renuncia del Ing. Tinetto a la Dirección General de Educación Secundaria y el nombramiento en la misma de la Insp. Prof. Celsa Puente, a quien deseo la mejor gestión. Pero no se pedirá en ella soluciones mágicas e imposibles ni se insistirá en que en un año – y encima electoral – poco ha de poderse hacer (que es una de las maneras más efectivas de ayudar a que no se haga nada). Sólo señalaré un problema – uno de los muchos – de nuestro sistema educativo y un posible camino para buscar soluciones. Lo haré desde mi modesta experiencia de docente de Literatura. En mis años en el aula he topado con una buena cantidad de muchachos que presentan rezago en lectura y escritura, tanto en lo referente al hábito de leer y escribir como en lo tocante al desempeño de esas competencias (problemas de comprensión lectora, sintaxis, ortografía, etc.). No son la mayoría, pero no son pocos. Se me disculpará por no dar números precisos: soy docente y no sociólogo (no estaría mal contar con mediciones fiables sobre este punto, o darles la mayor difusión, si se dispone de ellas). Sean cuantos fueren, el caso es que esos estudiantes tienen el derecho a que se intervenga para que superen ese hándicap con la mayor rapidez y eficacia posibles, pues, si un muchacho no lee bien, esto es, si lee y no entiende…¿cómo podrá encarar la enseñanza media con perspectivas de éxito? Nótese, de paso, que el problema es igual de serio en el caso de que el estudiante optase por aprender un oficio. Primero, porque todos los oficios tienen una carga de estudio teórico imprescindible para su adecuado aprendizaje y posterior desempeño. Segundo, y más importante, porque quien ejerce un oficio tiene el mismo derecho a ser una persona culta y el mismo deber de ser un buen ciudadano que quien estudió una carrera universitaria (a la que, por otra parte, tendría también derecho en el momento en que se le antojara) y…¿cómo es eso posible sin leer bien, a esta altura del desarrollo de nuestra civilización? Me consta que hay docentes que han buscado estrategias para ayudar, y en algunos casos liceos y escuelas técnicas que como institución han abordado el asunto. Urge, me parece, recabar esas experiencias e intercambiarlas en el sistema educativo, de modo de poder construir entre todos, sin prisa pero sin pausa, políticas eficaces sobre el problema. Y si esas políticas pueden implicar a las familias de los estudiantes, mejor. Pero no alcanza. Está el problema del fomento de la lectura. Y ahí no sólo el sistema educativo tiene cosas para hacer (estimular clubes de lectura en los centros de estudios, mejorar aún más sus bibliotecas y coordinarlas entre sí, regalarles libros a los estudiantes, etc.) sino que toda la sociedad – política y civil – debería involucrarse en la activa promoción del hábito de la lectura como placer y como valor. Y en eso, las familias y en especial los padres, tenemos muchísimo para hacer. Me disculpe el lector por haberlo expuesto a este puñado de obviedades. Esgrimo en mi defensa un argumento: estoy convencido – ¡y cuánto quisiera estar equivocado! – de que son obviedades en las que no estamos aún haciendo lo suficiente. Atte. Prof. Juan de Marsilio C.I.: 1 864 466 - 4
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Juan de Marsilio
juandemars@gmail.com
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