Aunque vieras la foto no podrías apreciar lo frío de la llovizna. Ves en la esquina una pareja joven despidiéndose. Él no se quiere despedir, él quiere convencerla de no sabe bien qué, con tal que no se vaya... Pero es en vano, él mismo se sabe culpable de todas y cada una de las acusaciones que ha puesto tenazmente la señora que no ha de ser su suegra en la cabeza de la muchacha -lo que pasa es que está muy orgulloso de casi todas... Ella tampoco se quisiera despedir -es borrosa esa parte de la foto: algunas veces parecen notarse en ella las ganas de ya dejarse de tantas estupideces de amor- pero es joven y blanda y soñaba el amor como gorriones posándose en sus manos, no como estos fornidos elefantes que puso la pasión sobre sus hombros. En cierto momento, él se da por vencido y, tiernamente, retira de hombros de ella los elefantes, la besa en la frente, la pone en un taxi que en segundos se pierde de vista entre la llovizna y empapado hasta el alma camina cincuentaypico de cuadras hasta su casa, seguido a paso lento, torpe y triste por dos grises y dulces elefantes de pena. |
Juan
de Marsilio
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