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La Poesía de Vicente Aleixandre crónica de Nelson Marra |
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Un año mayor que García Lorca y dos mayor que Alberti, Vicente Aleixandre integra, junto a Guillén, Dámaso y Amado Alonso, Salinas, Bergamín, etc., esa brillante y precoz generación del 27 donde se continúa la riquísima tradición literaria española, se renuevan las formas de expresión y se llega al nivel poéticamente más alto en este apuntar del nuevo siglo. El peso del momento histórico tuvo gran influencia en esta generación de entreguerra, inmersa en el fratricidio de la guerra civil, apoyada culturalmente en las nuevas premisas que el “98” había impuesto y recibiendo los aletazos político - literarios del superrealismo europeo. La constante fundamental que caracteriza a este eminentísimo fenómeno español es la renovación estilística, los nuevos caminos de expresión poética, la creación de un rico lenguaje. De la misma manera que el renacimiento español había sido escenario de la oposición entre la lírica tradicional castellana representada, fundamentalmente, por Castillejo frente a nuevas formas poéticas que advenían con Boscán y Garcilaso, introductores de la escuela lírica toscana o italiana, así este movimiento grupal del 1927 sufre la oposición por incomprensión y por el solo hecho de ser una fuerza literaria renovadora. Más adelante las acusaciones que se le hacen a los barrocos del siglo XVII parecen reiterarse ante este nuevo decir poético que surge en los albores de nuestra época. Sin embargo el tiempo y sus formas evolutivas, el caudal de sus obras y la influencia que han ejercido en grandes poetas contemporáneos, han dado la última palabra. Dentro de este grupo de extraordinarias individualidades se destaca la figura de Vicente Aleixandre del cual nos ha llegado un aspecto original de su obra en esta antología denominada “Presencias” (Seix Barral, Barcelona 1965). El criterio antológico que ha guiado al poeta a la elaboración del presente volumen es un criterio personal y filosófico. Ha llevado al libro aquella parte de su poesía en que el poeta desaparece como sujeto del poema dejando lugar preponderante a la realidad, a esas constantes temáticas acuciantes y obsesivas, que pierden su categoría de objetos comunes y pasan a integrar las "presencias” del creador. Hay, pues, en esta selección un criterio anti - romántico que la rige y una reacción frente a ese tópico intimista abundante en gran parte de la poesía actual. Poesía, objetividad, pasión, intelectualismo son términos opuestos para el equivocado concepto de cierto aprehender literario. Nada tan ejemplificante como esta obra de Aleixandre para dar el mentís necesario a esa concepción regresiva, sin dispositivo crítico. Obra que por su tono y por la forma en que está concebida merecería como coronación, como acápite, los versos más significativos del “Ars Poética” de Drumond de Andrade. Porque la actitud fundamental del autor en la composición de su antología es la de dejar fuera toda aquella poesía que hace hincapié en la intimidad del poeta, en sus vivencias más intransferibles, en sus acontecimientos más personales, prescindentes desde el punto de vista poético. Actitud esta que lleva como contrapartida la de elevar a un plano poético la realidad ajena, todo aquello que el creador puede presenciar con perspectiva, todo aquel mundo que está fuera de si y que termina ocupando el centro generador del poema. Ese aspecto del mundo exterior comienza a perder sus características comunes, su carácter contingente, al entrar en la obra de Aleixandre, se despoja de la cotidianeidad más árida y se confunde con el plano íntimo de este intermediario. Confusión que se mantiene con fidelidad a lo largo de su obra y que hace perder al “objeto” su condición de motivación o tema para convertirlo en una verdadera presencia. Es, entonces, una actitud que puede vincularse en narrativa con el objetivismo de un Hemingway y sobre todo con la escuela francesa (desde Sarraute a Robbe-Grillet) que ha teñido de filosofía artístico - vital esta corriente literaria. Estamos, en definitiva, ante la compenetración realidad - artista y este último como intermediario con la función de vivificar artísticamente la realidad que le obsede (“Para ti, que conoces cómo la piedra canta, / y cuya delicada pupila sabe ya del peso de una / montaña sobre un ojo dulce” expresa significativamente en “El Poeta”). Nos enfrentamos a la figura de un verdadero poeta, en el sentido más riguroso y auténtico que este término posee, en su significado tradicional de creador y estamos frente a su cosmovisión y frente al aspecto de su obra más significativo y que Aleixandre ha desarrollado con persistente fidelidad. El rastreo de su poesía nos lleva al descubrimiento de aquellos centros de la realidad que se han adentrado en su personalidad y que devienen en “generadores de vitalidad artística” “motivadores de poesía”. El mismo Aleixandre se encarga de explicarnos el procedimiento de incorporación de esa realidad ajena, los diversos estados o manifestaciones por los que pasa "lo otro” para integrar el caudal íntimo del hombre y que deviene en una actitud existencial tomada con plena conciencia y en una motivación auténtica de elaboración poética (“Y va ganando ser, realidad, existencia: mientras crece / en sus límites, / en la total conciencia de su existir, que es numen / donde todo es presencia” “Las Meninas”). La poesía de Aleixandre expresa las esencias de los objetos que se le han incorporado, es penetrado por ellos y a su vez los penetra y por eso recobra su trascendencia y convierte las figuras en presencias. Ha sido fiel a ellas y es significativa la creación de esta antología que aparece casi como una dedicatoria: a la naturaleza, al hombre. Panteísmo y humanismo han sido las corrientes a las que se ha volcado con rigor y con pasión, con fuerza y con talento y para las que ha puesto a su servicio toda la estructuración de un nuevo lenguaje, de nuevos procedimientos expresivos y una metaforización y creación de imágenes personalísima. En la organizada creación de Aleixandre, la naturaleza en sus variantes, en sus manifestaciones más diversas, en su presencia obsesiva, ocupa más de la mitad de su obra. La ¡integración naturaleza - hombre correspondería a una etapa de madurez del artista en que su cosmovision se tiñe de humanidad y en que sin abandonar totalmente su concepción panteísta, advierte la presencia del hombre y comienza a percibir la justificación última de su canto (Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y / alzada. / Y un cielo de poderío, completamente existente, / hace ahora con majestad el eco entero del hombre”. El poeta canta para todos). En la última etapa de su obra entramos en las regiones más firmes del humanismo, donde el hombre es preocupación autónoma y donde el autor se desprende de su constante misticismo temático. Es necesario ver, entonces, las evoluciones que ha sufrido su poesía, las variantes de esta larga y fiel meditación y comprobaremos la inteligente afirmación de Cohén de que en Aleixandre “la evolución de su técnica ha ido mano a mano con la ampliación y profundización generales de su compasión”. En la primera parte de su obra hay un misticismo panteísta que ordena su cosmovisión. La naturaleza y sus fuerzas elementales (mar, viento, cielo, selvas, noche) concentran en sí mismas la energía vital que mueve al mundo. Estas fuerzas elementales, reiteradas por su condición de leit - motivs, son receptoras de la única sombra humana que desciende sobre ellas y en ellas desaparece: la del poeta. Este las toma en su absoluta desnudez, como símbolos, como representantes “presenciales” de ese Dios-naturaleza que crea y que destruye. Estas fuerzas elementales ostentan su desnudez y su experiencia conflictual (“El mar bituminoso aplasta sombras / contra si mismo. Oquedades de azules / profundos quedan quietas al arco de las ondas” Mar y Noche). También en esta primera parte del volumen el poema “La selva y el mar” da una visión de conjunto a estas primeras y las distintas fuerzas elementales se confunden, se mimetizan (“se baten con la hiena amarilla que toma la forma / del poniente insaciable”) y los sentimientos extremos no están ausentes en ellas sino que se dan con violencia en su natural impulso (“donde no se sabe si es el amor o el odio / lo que reluce en los blancos colmillos”). El tratamiento poético que ejecuta Aleixandre en esta primera parte de su obra está en correspondencia con su particular cosmo-visión, con ese despertar abrupto de la naturaleza. La distorsión que sufren estos elementos naturales se emparenta con la distorsión del lenguaje poético. Recibe las influencias del superrealismo francés y de aquellas escuelas cultivadoras del automatismo psicológico y rescata de estas influencias aquella parte necesaria para la trasmisión de su mensaje. El esquema formal sería, en definitiva, un respiro, una apoyatura en esta primera poesía de Aleixandre. Pero el poeta va sufriendo una lenta y segura evolución. Si bien estas presencias fundamentales, que lo empujan a la creación de un mundo poético (como recreación de ese mundo en que está inmerso) no lo abandonan, el tratamiento estilístico va adquiriendo una mayor madurez reflejo de una sabiduría potencial que se anuncia. Hay mayor limpidez y diafanidad. La sutileza. la contención emocional se van afincando en su poesía y el verso deviene más amplio y sugeridor, más profundo y conceptual. Sutilmente podemos intuir a esta altura de su obra una visión más compasiva y humanista y como consecuencia la aparición del hombre enquistado en esta fuerza elemental que crea y destruye. Se esboza, entonces, el tema popular como sustancia creadora y el tono elegiaco como cadencia musical en esta etapa pre- transitoria. En un principio el hombre sufre una derrota absoluta frente a la naturaleza, su carácter inmanente y transitorio es absorbido por la opositora infinitud (Todos, multiplicados, repetidos, sucesivos, amontonáis la carne / la vida, sin esperanza, monótonamente iguales bajo / los cielos hoscos que impasibles se heredan. / Sobre ese mar de cuerpos que aquí vierte sin tregua / que aquí rompen / redondamente y quedan mortales en las playas “Destino de la Carne”). El hombre aparece como un esbozo colectivo, sin individualidad, revelando en su conflictualidad última, su carne, su inmanencia. El elemento natural que sirve como intermediario entre el hombre y la naturaleza sería la tierra, escenario de muerte, pero que refleja vida. En esa conjunción hombre - tierra está la superación del carácter inmanente del ser humano, la liberación de su relatividad, el germen de una fuente vital (“Solo, puro/ quebrantados tus límites / estallas / resucitas, Ya tierra, tierra hermosa / Hombre: tierra perenne, gloria, vida” El Enterrado). Lentamente el éxtasis panteísta de Aleixandre cede terreno al humanismo, a la otra “presencia” rectora en su poesía y que va adquiriendo su autonomía y transfiriéndole sentido al canto del poeta. Estamos ante el más profundo conceptualismo y ante el versículo como modelo. Su andamiaje estilístico es más auténtico y vemos la sabia respiración poética con amplitud y diafanidad. Aparece una seria y reflexiva meditación acerca del hombre, sus experiencias, sus realizaciones. Está mostrado en su relatividad, en su invariable sometimiento a lo temporal, pero esta concepción está asumida con la aceptación del poeta que ve allí el riquísimo caudal de las verdades úl. timas. El poema “Materia Humana” es el símbolo de esa nueva visión del poeta enclavada en la realidad inmediata, pero que por medio de la superposición de tiempos y la conjunción de éstos en un presente finito nos expresa la real esencia del hombre. Esa “onda común” que menciona Aleixandre es la corriente que une a todos los hombres y a todas las épocas, es el largo motor material de la existencia que identifica al guerrero medieval con el niño que respira a nuestro lado, y que a pesar de su aparente infinitud es temporal y relativa, como el hombre, medida última de la creación. La técnica expresiva del poeta, su estilo en plena madurez confluyen para engrandecer el tema, para magnificar su “presencia” y la serena reflexión es lo que le mueve. La relatividad del hombre, la muerte es tema desarrollado en el poema “En el cementerio”, a mi entender uno de los mejores del volumen, en que aplicando el “Ubi Sunt” manriqueano y una visión fragmentada de la vida por el pasaje del tiempo nos lleva a la propia presencia de la muerte física, que no está presentada como algo terrible sino con una sincera y biológica aceptación. El hombre, a pesar de todo se proyecta, se perdura, la memoria le recoge aunque ésta sea también temporal como lo expresa en este magnífico verso (Memoria Mortal. Dura, pero nunca en los mismos). En esta última parte surge ese cansancio metafísico que le hace trasladar su mirada a la infancia a la búsqueda de esa inocencia perdida que alienta en el poeta. Tiende a recoger nominativamente todas aquellas presencias que de algún modo le han obsedido y de rescatarlas artísticamente. Estamos en la zona más rica y profunda del artista. En ella no falta la experiencia del amor como espectáculo vital, como zona de luz que se contrapone a la finitud del hombre (“El sexo”). Por último nos llegan los últimos versos de Aleixandre de sus “Retratos sin nombre” ubicados en un ámbito circense, en la trastienda del artista, en su doble vida. Es un final de fiesta triste (o triste de fiestas) asumido lúcidamente y casi un tópico común a grandes creadores. Los versos de “Sin nombre” buscan nominar esas “presencias” últimas que le rigen, esas presencias de infancia, de adolescencia, de madurez, que en una superposición temporal se conjugan en este poema llegando a él como las “figuras vacilantes” a quienes Goethe dedica su obra. Es un fuerte deseo de fijar sus presencias, de dedicarles él también esta obra. Asistimos, pues, a un proceso de evolución conceptual, de depuración, proceso que se manifiesta claramente a lo largo del volumen y que está acompañado por un proceso de depuración formal y por un arribo a la limpidez esencial. Postergamos el serio estudio formal que merece la obra de Aleixandre porque nuestros límites están claramente fijados por las premisas de que parte el autor para la concepción de este magnífico volumen antológico. Por último diremos que así como podemos encontrar en Octavio Paz y en el mismo Neruda relaciones con la obra de Aleixandre, sería necesario que muchos actuales poetas se inclinaran hacia esta línea de auténtica poesía y que este hermoso ejemplar fuera para ellos así como para muchos críticos, algo más que una larga lección de arte. |
crónica de Nelson Marra
Publicado, originalmente, en: Temas Nº 4 Montevideo Noviembre / Diciembre de 1965
Gentileza de Biblioteca Nacional de Uruguay
Ver, además:
Vicente Aleixandre en Letras Uruguay
Nelson Marra en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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