Para una nueva definición de la fantasía |
Algunas
dificultades asoman a la hora de una definición de lo fantástico. Palabra elusiva, de contornos difuminados y evanescentes, parece concitar la ausencia de unanimidad y la lejanía sistémica como pocas en literatura. Por
un lado, encontramos definiciones
que engloban a lo fantástico (con su etimología vinculada a lo
fantasmal) dentro del realismo, del que no sería más que una manifestación
parcial. Si toda fantasía representa una realidad subjetiva, o interior,
toda literatura será realista en último término, de acuerdo a
estas visiones. Al
decir aforístico de Franz Kafka, “toda literatura fantástica es
testimonial”. Indudablemente, este tipo de literatura
registra un momento de la Historia de la humanidad, un “air du
temps” particular y hasta un estado de lengua. De acuerdo a esta
concepción, lo fantástico está incluido y no es incluyente. En
el otro extremo, hay quienes afirman que toda literatura, hasta la más
realista, forma parte de lo fantástico. Si en un sentido psicológico, la
fantasía es “todo producto de la imaginación”·, indudablemente el
autor selecciona algunos hechos y omite otros. Además,
normalmente evoca hechos ya acontecidos y no los está viviendo al
momento de su plasmación literaria. Hasta Flaubert constituiría un
escritor fantástico en este sentido, o cualquier maestro del realismo
ruso. En
este caso, lo fantástico es englobante y no englobado. Tanta
amplitud, tanta pretensión de absoluto no dejan de confundir más de lo
que aclaran. Justifican
la humorística observación de Julio Cortázar cuando afirmaba que lo
fantástico “es aquello que queda afuera después de definir la fantasía.”. De
este modo, el gran escritor argentino ponía énfasis en la indeterminación
y en la imposibilidad de parcelar en forma medianamente satisfactoria el
fenómeno. Toda
literatura puede tildarse de realista, entonces (pues refleja realidades
exteriores o interiores del individuo) o de fantástica (como producto de
la imaginación). A
estos inconvenientes, debe
agregarse la utilización durante mucho tiempo de conceptos “opacos”
(de significados impenetrables) como “inquietante”, “increíble”,
“extraordinario”, “insólito” o “chocante”, instaurando una
subjetividad radical en la delimitación de lo fantástico. De
este modo se minimizaba las recurrencias de las categorías aplicables a
partir del nivel lógico-semántico del texto. La estructura del texto
quedaría librada, en el mejor de los casos, a lo impresivo y lo
ilimitado, pudiéndose tildar de fantástico a un artículo periodístico
o una noticia, si provocaban esos efectos en el lector. Por
otra parte, las nociones mismas de natural o sobrenatural, que sobrevuelan
todas las definiciones referidas a lo fantástico, dependen del código
cultural en que se hallen inscriptas, esencialmente cambiantes según el
lugar y la época. Durante la era tolomeica, en que se creía en la
centralidad universal de la Tierra, hubiera resultado maravilloso o
inconcebible un relato donde nuestro planeta trazara una elipse en torno
al Sol. Sin embargo, las manifestaciones satánicas propias de las
historias prodigiosas de los siglos XVI Y XVII, no ponian en juego su
condición de veracidad, por lo que no pueden ser consideradas fantásticas
en modo alguno. La
gente creía en ellas. Nada alteraba su estatuto de veridicción ni se ponían
en juego dos tipos de interpretaciones. Cristóbal
Colón vio una sirena, según reza en su cuaderno de bitácora y Cortés y
sus hombres eran seres sobrenaturales para sus anfitriones aztecas. Como
se ve, la noción de sobrenaturalidad varía con las épocas y las
diferentes culturas. Dicho de otro modo, cada comunidad, momento histórico
y lugar considera los acontecimientos naturales o sobrenaturales, de
acuerdo a sus propias coordenadas, lo que también delimitará sus
modalidades fantásticas. La
dialéctica real- irreal, que opone lo verosímil cotidiano con los
desconcertante o imposible, se puede complementar con otro relativismo
insoslayable. Se
trata de la flexibilidad interpretativa inicial, tomando como punto de
vista la pragmática del lector. Para que la abolición del contrato realista se produzca debe haber un intérprete histórico dispuesto a admitirla, un completador- cómplice de la obra. El elemento extranatural, o que se supone fracturante de la normalidad narrativa, deriva de la plasmación del artista pero también de quien decodifica, traduce culturalmente, indaga las ideas implícitas y confronta su propio mundo con el literario. Algo tan simple como el relieve de la situación comunicativa adquiere importancia recién en las últimas teorías literarias, tal vez al influjo de los avances de la semiótica en su abordaje de los códigos y la producción de signos. Como el pacto escritor- lector cambia con las condiciones y los condicionamientos históricos, también la especificidad de la fantasía se desplaza, depende de la manera de leer. Consiste en lo que se “lea” en una unidad cultural determinada, diferente hoy del siglo XIX, cuando escritores como Poe y Hoffmann, incluían explicaciones científicas apócrifas en sus relatos, para justificar la inverosimilitud de sus argumentos. Detrás de un referente borroneado, los lectores sólo hallaban delirio o locura; no había simbolismos laicos ni interpretación psicoanalítica de los sueños. Recién
a partir de mediados del siglo XX el realismo europeo decimonónico entra
en crisis, pero más como movimiento literario histórico que como
concepto global. Contar lo que pasó, o conjeturar sobre lo que pudo haber
ocurrido es una actitud tan humana como fantasear o viajar a mundos
desconocidos. Realizadas las salvedades principales, diremos que nuestro campo semántico dará lugar a una descripción operativa, no a una definición fija e inmutable. Primeras exploraciones
Lo
fantástico en sentido restringido Por
texto fantástico entendemos aquel donde uno o más elementos
sobrenaturales, irrumpen o insinúan hacerlo en un medio cotidiano.
Por medio cotidiano entendemos aquel donde operan las leyes naturales. Nuestra
descripción operativa se acerca mucho a la de Louis Vax: “Hombres en el
mundo real ante lo inexplicable”, la de Roger Caillois: “una irrupción
de lo desconocido en la legalidad cotidiana” y a la de Castex: “una
ruptura en la trama de la realidad cotidiana”. Difiere de ellas en que
también admite la inminencia de la irrupción. En
cuanto a Ana María Barrenechea, la diferencia con la gran teórica
argentina se da sólo por la
dicotomía “normal-anormal” y por su exigencia de la “problematización”.
En
primer lugar, aclaremos que lo fantástico ocurre en todo discurso
secuencial, trátese de cuento, relato, guión de historieta, de cine,
texto dramático o poema narrativo, al estilo de “El golem” de Borges
O “La mujer de cal” de Juceca. La
irrupción de elementos sobrenaturales, o su amague, no encuentra
explicación. Como dijimos, la situación comunicativa determina la
naturaleza de los eventos, variable de acuerdo a la época, el lugar y la
comunidad donde se establezca la comunicación. El
hecho de que se establezca también un criterio de eventualidad o
condicionalidad (irrumpen, o
amagan hacerlo) permite que
ingresen en esta definición cuentos como “Verano” o “Casa tomada”
de Cortázar, donde no hay propiamente una aparición o intrusión de
elementos no naturales en un entorno cotidiano pero sí su insinuación, Por
otra parte, hay que deslindar el concepto de “normalidad”, un promedio
de comportamientos humanos esperables, del concepto de “naturalidad”,
mutable pero vinculado a leyes históricamente verificables. La primera
acepción, podría aplicarse a los cuentos extraños, y no ingresaríamos
específicamente en lo fantástico. Por ejemplo: una mujer puede
desnudarse en una avenida y aunque el hecho es insólito, inhabitual o no
representa la actitud “normal” de las paseantes de la ciudad, no
podemos hablar en este caso de aparición de lo fantástico. El
segundo concepto, ligado a las leyes naturales admitidas en determinado
tiempo y lugar, resulta más objetivo y fácil de contraponer en una
dicotomía útil a nuestro propósito. De allí que nos acerquemos más a
la a-naturalidad o irrealidad de Barrenechea y no tanto a su concepto de
normalidad. Tampoco la relación tiene por qué presentarse “en forma de
problema”. Alcanza conque se enfrenten los dos mundos o posibilidades. Sin
embargo, acompañamos a la argentina
cuando elimina el requisito de vacilación de Todorov de su
definición. Recordemos que para Todorov, lo fantástico comportaba “una
vacilación entre los extraño y lo maravilloso”. Hoy día, un público
ya avezado y entrenado para lo fantástico, no se pregunta sobre la
verosimilitud de los hechos sino que realiza la famosa “suspensión de
la descreencia” y sigue adelante. Se
sobreentiende en nuestra definición que los personajes son humanos y el
medio, cotidiano. Lo inexplicable, al decir de Vax, no es explicable
racionalmente, de acuerdo a los conocimientos científicos del momento. Lo
desconocido puede conocerse en algún momento, pero esto variará el
estatuto. Desaparecerá lo fantástico. Pasaremos de lo desconocido a la
reconocido, ingresando al realismo extraño. Redondeando la descripción operativa diremos que entendemos por medio cotidiano es aquel donde operan las leyes naturales. Lo fantástico en sentido amplio En
un sentido amplio, todo acontecimiento que no simula lo real cotidiano,
ni imita los hechos exteriores (amimetismo) puede tildarse de fantástico.
Toda
la narrativa del siglo XX ha manifestado una crisis del realismo decimonónico
y un crecimiento de otras modalidades expresivas. Lo onírico, mágico e
irracional han llegado a predominar sobre el arte mimético. La
amplitud obedece a que históricamente se han confundido las nociones de
maravilloso, sobrenatural y fantástico. Nunca se ha definido con precisión
el realismo mágico y hasta se ha hecho referencia a un “realismo fantástico”,
que a simple vista parece oximorónico. Aceptemos
también la definición en sentido amplio pues, porque no todas las
definiciones provienen de la teoría literaria sino del desarrollo histórico.
Barrenechea misma ha reconocido que su definición de “teatro fantástico”
nunca fue aceptada y sí la denominación de “teatro del absurdo”,
como se lo conoce en todo el mundo. Así,
si se impone el rótulo de fantástico a diferentes modalidades, seamos
abiertos y admitámoslo. Tal vez, como decía Teodosio Fernández refiriéndose
al realismo mágico, se trata “formas del pensamiento distintas de las
gobernadas por la lógica y el racionalismo”. Y se ha encontrado cómodo
llamar “fantástico” a las formas distintas de discurso
correspondientes a nuevas maneras de pensar. En
este caso, no se trata más que del
mismo perro con distinto collar. El significado y el sentido del fenómeno
deben priorizarse sobre el significante. Más diáfanamente, explicita
Teodosio Fernández su aprobación a una concepción de lo fantástico en
sentido amplio: “¿Por qué no entender simplemente que un relato puede
ofrecer dificultades a la hora de explicar racionalmente lo narrado y que
ésto le otorga la condición de fantástico?”. Desde
este punto de vista pues, la literatura fantástica es una clase de
discurso correspondiente a nuevas formas de pensar. Contra
la complejización o especialización esterilizante del concepto,
aceptemos esta posibilidad de delimitación general. Internémonos
entonces aún más en lo fantástico. Amalgamando
la concepción todoroviana con la de Rosalba Campra y su útil teoría de
la “transgresión” y la de Barrenechea que entiende por literatura
fantástica “la que presenta en forma de problema hechos a-normales,
a-naturales o irreales, en contraste con hechos reales, normales o
naturales”, no cabe duda de que lo fantástico irrumpe en un orden
natural, o amenaza con hacerlo. Es
un estatuto donde uno o más factores operan, o insinúan operar, contra
las leyes naturales. Y
es importante señalar el carácter de estatuto, porque resalta el aspecto
de provisorio e inestable. Un cuento puede comenzar en forma realista,
aceptar un elemento fantástico y seguir en el estatuto fantástico. Pero
puede incluir una explicación plausible racionalmente y transformarse en
extraordinario o raro. Abandona de ese modo lo fantástico. Estas
transgresiones valen para novelas como “Cien años de soledad” y
“Como agua para chocolate”, con sus elementos hiperbólicos e inverosímiles
pero también para uno
de los cuentos más breves del mundo, el del guatemalteco Augusto
Monterroso que dice así: “Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Aquí,
la transgresión de los previsible en un orden natural, implica la
difuminación del mundo onírico y el mundo “real”, o de la vigilia.
En otros textos, la alteración del proceso natural, del orden lógico de
los hechos, conocido provoca el efecto fantástico. “Se suicidó, tomó
el revólver y se fue” dice un cuento ultracorto de Ruben D`Alba.
“Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier marcha en el mismo sentido
inverso. Pero
también en este plano Teodosio Fernández plantea argumentos coincidentes
con nuestra postura. “Basta conque se produzca una alteración de lo
reconocible, del orden o desorden familiares. Basta con la sospecha de que
otro orden secreto (u otro desorden) pueden poner en peligro la precaria
estabilidad de nuestra visión del mundo”, según el mismo autor. Tal
vez, un mundo seguro como el moderno, explicado totalmente por la ciencia
y apaciguado, resultaba más propicio para narradores omniscientes,
confiables y hasta didácticos. Por el contrario, una época donde se duda
hasta de los referentes exteriores más evidentes, parece proclive al
narrador más inestable y “no confiable” de lo fantástico. Recapitulando: como los conceptos de legalidad, naturalidad y hasta literariedad varían con las épocas, los lugares y las diferentes culturas, nada obsta ara incluir a subsistemas afines a lo fantástico dentro de su territorio, en sentido amplio.
Subsistemas de lo
fantástico Así,
la ciencia ficción, lo fantástico puro, lo maravilloso,
sobrenatural, hiperbólico, el realismo mágico y lo real maravilloso
pueden constituir perfectamente modos o variaciones de lo fantástico.
Aglutinar las diversas apariencias de lo a- mimético, de lo que no
intenta representar fielmente los hechos exteriores, permite de todos
modos reconocer características y cualidades predominantes. Algunas
producciones se alejarán mucho de los modelos socialmente aceptados como
“normales” o “reales”(por ejemplo, la literatura maravillosa,
donde lo “natural” es lo “sobrenatural”). Otros presentarán una
diferencia ínfima con el relato realista sin abandonarlo (lo exótico,
por ejemplo). Sin
embargo, estas desviaciones mayores o menores de un registro de los hechos
llamado “realista”, que predominó claramente hasta mediados del siglo
XX, representa una respuesta a un positivismo y un naturalismo extremos,
aparentemente sabelotodos y sosegadores del espíritu. Si los vampiros y
el diablo son los deseos ocultos y el Nautilus del Capitán Nemo un proto-submarino,
todo está bajo control. El núcleo racional permanece incólume y podemos
hacer la digestión tranquilos. Pero
si los marineros de “Los buques suicidantes” de Horacio Quiroga llegan
a la autoeliminación sin saber la causa y el protagonista de “La
metamorfosis” padece una animalización y un castigo
sin llegar a una explicación plausible de los hechos, si los
personajes de Cortázar se ven perturbados por un orden que desconocen
pero que les despiertan zonas profundas de irracionalidad (“El ídolo de
las Cícladas”, por módico ejemplo) no hay necesidad de configurar
manifestaciones sobrenaturales. El orden familiar está amenazado por el
“umheilich” freudiano. Lo siniestro, lo desconocido aparece de forma súbita
en lo cotidiano, como un gusano en la manzana. Convivimos con él. El
protagonista de “Segunda vez” de Cortázar, desaparece misteriosamente
en una oficina. Sin embargo, los personajes de “Casa tomada”,
“Verano” o de “Los buques suicidantes” obedecen a leyes
desconocidas. Lo sobrenatural no está dado por la irrupción de hechos u
objetos “desde afuera” sino por la transgresión a lo previsiblemente
psicológicamente. Aquí sí, ellos no presentan una conducta considerada
“normal”. Son relatos fantásticos en un sentido actual, psicológico,
interior. En ellos, la
sobrenaturalidad aparece como efecto, a través de sus reacciones
impensadas. Es
uno de los modos de lo fantástico en Kafka. En
estos casos, las “leyes” trastocadas son las psicológicas, polémicas
y evanescentes de por sí. Hay algo más que raro
y menos que patológico. No olvidemos que las coincidencias muy
repetidas, las limitaciones insoportables del azar también constituyen
fuente de fantasía, mecanismos de creación de lo fantástico. Insinúan
un orden inmanente, coexistente con el orden racional. Rasgos distintivos de los subsistemasDigamos
que dentro de los relatos de “lo posible”, de lo que puede ocurrir,
según la acertada denominación de Barrenechea, encontramos el realismo
clásico decimonónico, el naturalismo (con sus minuciosas descripciones y
su importancia del medio) el idealismo romántico, el realismo extraño
(parece que habrá una transgresión del orden natural pero se explica
racionalmente) y lo exótico (donde hay elementos alejados de la cultura
del narrador, que provocan extrañeza). Estos relatos de lo posible
contrastan con lo fantástico en sentido amplio. De
modo que algunos rasgos distinguirán los subsistemas incluibles en lo
fantástico, sin agotar con este esquema sus diferencias: -En
la ciencia ficción, un núcleo racional predominante o la
existencia de un principio científico en juego, importante para la
comprensión del argumento, identifican al subgénero. La
plasmación de una historia en un medio tecnológicamente diferente al
actual (sea en el siglo XXV, en un mundo pos hecatombe o tras un viaje en
el tiempo, en el Imperio Romano, por ejemplo) distingue a la ciencia ficción,
según el multiprofesional Isaac Asimov. Tan cercano a lo fantástico se
encuentra, que se ha acuñado el término “fantaciencia” o “fantasía
científica” para estos relatos. El “fantasy” estadounidense,
indisoluble de la llamada “ciencia ficción blanda”, vectorizan que no
existe una diferencia sustancial muy marcada entre fantasía y “ciencia
ficción”. -En
lo fantástico “puro”, se enfrentan las explicaciones naturales
y sobrenaturales de los hechos, sin decidirse por ninguna de las dos. Para
Todorov, un narrador “no confiable” despertará la incertidumbre sobre
lo acontecido, por lo menos en el lector. Representa la concepción clásica
de este tipo de relatos. Así
como no hay necesidad de que surja una duda sobre lo que nos cuentan (si
pasó o no pasó en realidad, o sobre la naturaleza de los hechos) tampoco
el intérprete debe decidirse al final del relato por una de las dos
opciones. Lo que no cabe duda es que la ocupación de una zona fronteriza
y bastante indefinida han signado esta modalidad literaria. Por eso
preferimos la definición de “hombres en un medio natural ante lo
inexplicable”, de Louis Vax, y la nuestra de un tipo de relato donde uno
o más elementos sobrenaturales, ingresan o insinúan que ingresarán en
un medio regido por las leyes naturales”. -En
lo maravilloso, la presencia continua de prodigios o eventos
inexplicables, obedece a un medio alterado, donde ya de por sí no operan
las leyes naturales. No hay duda sobre lo inverosímil o la imposibilidad
de que ocurra lo narrado. Lo normal es lo anormal. Piénsese en “El señor
de los anillos”, “El Principito”, las aventuras de “Harry Potter”
o “Alicia en el país de las maravillas”, como relatos protagonizados
por seres humanos en un medio no natural y por ende, maravillosos. Dentro
de esta tendencia podemos incluir a los cuentos de hadas y a lo
maravilloso cristiano. -En
lo sobrenatural se distingue una función protagónica por parte de
los seres sobrenaturales, llámense vampiros, hombres-lobos, lobizones,
superhéroes o demonios. “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges,
con su perspectiva desde el Minotauro, o los cuentos de “lobisomes” de
nuestra campaña, ejemplifican esta vertiente. Nótese
que el magnífico cuento “Rodríguez” de Francisco Espínola,
tradicionalmente incluido en lo fantástico “puro” , participa de lo
sobrenatural por el co- protagonismo del Diablo y de lo maravilloso, por
los diversos prodigios que éste realizando, convirtiendo su caballo en
pez, una rama de árbol en víbora, chasqueando los dedos y creando fuego,
etc. Nunca ingresaría en lo fantástico “puro” sino en el significado
más general que atribuimos a la palabra. Un
autor como Eduardo Galeano, curiosamente, incursiona en lo maravilloso a
través de leyendas indígenas, su recreación y las ficciones contenidas
en sus “Memorias del fuego”. También en la crónica, como las que
conforman “Las venas abiertas de América Latina” pero nunca en lo
fantástico puro, según la definición clásica. -En
lo hiperbólico, ingresan aquellas exageraciones humorísticas al
estilo de las “Veinte mentiras de verdad” de José María Obaldía;
los cuentos del tropero Claudio González recogidos por Mario Arregui en
“Contaba Don Claudio” y “El cuento de un tordillo”, muchos cuentos
de “Don Verídico” de Julio César Castro y en general, todas esas
“guayabas” del medio rural como: “-Allí estaba, tomando mate abajo
e`los perejiles” o “la estancia tan grande...que los aviones pasaban
entre los hilos de los alambrados...”. Encantan por su picardía,
imaginación y constante humor. -En
el realismo mágico, además de la ya citada definición de
Teodosio Fernández, hallamos la de Arturo Uslar Pietri, que afirma:
“Podría llamarse mágico a una adivinación poética o una negación poética
de la realidad y de la consideración del hombre como misterio en medio de
textos realistas”. También a una “fusión de lo real y lo
maravilloso”. Se ha incluido en esta categoría, más histórica que
literaria, a las obras de Gabriel García Márquez, Miguel Àngel
Asturias, Isabel Allende y Laura Esquivel, menos por las coincidencias
formales que por otros factores. -En
lo real maravilloso a que hace referencia Alejo Carpentier.
Conviven “lo insólito, singular, inhabitual, feo o hermoso, jubiloso o
lúgubre”. Hay una
“revelación privilegiada de la realidad, iluminación inhabitual de una
realidad rica”. En la literatura latinoamericana no hay necesidad de
unir una máquina de coser y un quirófano para provocar lo fantástico.
Alcanza con registrar la realidad exterior, maravillosa de por sí.
No se necesitan los artificios de los surrealistas sino plasmar lo
que ya se da en la Historia y en la naturaleza. “El desborde, el
enrevesamiento y complejidad de vegetales y la policromía y la pulsión
telúrica” de la naturaleza, según Franz Roh, se corresponde con el
barroco en literatura. Todos
estos rasgos distintivos no desmienten la matriz amimética y los
paralelismos entre los subgéneros. Son fantásticos en un sentido
contemporáneo. Como afirma Rosalba Campra: “En un mundo enteramente
natural, inscrito en un sistema de realidad identificable, se abre el
abismo de la no significación” No
se puede negar que de los keplerianos para acá, el mundo ya no es geocéntrico
como sostenía Ptolomeo ni que la “centralidad de la razón europea”
es una verdad absoluta, ya que resulta provisoria y contextualizable,
apenas una de las tantas visiones del mundo. La
religiosidad, superstición, magia y creatividad artísticas no
constituyen formas de conocimiento menores para los latinoamericanos.
Haber valorado despectivamente a valores, subgéneros y formas de discurso
distintas del realismo del siglo XIX acicateó, paradojalmente, la
producción de imágenes alternativas. Ni
más maravillosa que la de ninguna cultura, ni primitiva ni menos
“artificiosa” que el surrealismo (si aludimos a lo real maravilloso
según Carpentier) la literatura fantástica americana se ha ensanchado
con los aportes de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Silvina Ocampo,
Adolfo Bioy Casares, Julio y Salvador Garmendia, Felisberto Hernández,
Cristina Peri Rossi, Mario Delgado Aparain, Juan José Arreola, Augusto
Monterroso, la abuela de García Márquez, los “cuenteros” cubanos y
los muchas veces analfabetos inventores de “guayabas” del campo
uruguayo. Estos últimos constituyen narradores orales de imaginación
fecunda, registrados posteriormente por autores letrados. Por supuesto,
quien dice literatura fantástica latinoamericana dice del mundo. En ella
conviven tanto la elegante prosa de cuño inglés del autor de “El aleph”
como las raíces folclóricas y populares de “Macunaíma”, tanto las
leyendas recogidas por Fernán Silva Valdés en “Cuentos del Uruguay”
como las elaboradas por Ricardo Güiraldes. En
los últimos tiempos, en nuestro país “Una mirada sesgada asciende
hasta lo grotesco, el humor y la desmesura”, al acertado decir de
Alfredo Alzugarat. Han
surgido excelentes narradores donde predomina lo fantástico como Ana
Solari, Rafael Courtoisie, Leo Masliah, Juan Introini, Ruben D`Alba, Jorge
Chagas y Pedro Peña, entre otros, cuyos textos se impregnan muchas veces
de un intransferible humor.
Bibliografía básica
consultada Crónica “Lo fantástico” de Guy de
Maupassant (1880) “Introducción a la literatura fantástica”
de Tzvetan Todorov, Seuil, París. 1970. “Ensayo de una tipología de la literatura fantástica” de Ana María Barrenechea. Revista Iberoamericana. N°80. jul/set.1972. “Introducción a la literatura fantástica
argentina” de Ana María Barrenechea y Emma Speratti. Imprenta
Universitaria de México. 1957. “El cuento fantástico” de Emilio Carilla.
Compendios Nova de Iniciación Cultural. Bs. As. 1968. “Prólogo” a la “Antología de la
literatura fantástica” de Jorge Luis Borges, Ana María Barrenechea y
Silvina Ocampo. “Fisión literaria. Narrativa y proceso
social” de Rómulo Cosse. Monte Sexto. Montevideo, 1989. “Los nuestros” de Luis Harss. Editorial
Sudamericana. Bs. As. 1966. “El miedo en la literatura uruguaya: un
efecto de construcción narrativa” de Jorge Olivera. Universidad de la
República.} “Revista papeles de montevideo” N° 2. Artículo
de Alfredo Alzugarat. “Arte y literatura fantástica” de Louis
Vax. 1974. “Cuentos fantásticos del Uruguay” de
Hebert Benítez, Sylvia Lago y Laura Fumagalli. “De la vanguardia a la posmodernidad:
narrativa uruguaya (1990-1995)” de Hugo Verani. Trilce, Montevideo, mayo
1993. “Nuevas fronteras de la narrativa uruguaya
(1960-1993) de Fernando Aínsa. Trilce, Montevideo. 1993. “Nueva fantasía uruguaya” de Lauro Marauda. Revista “Deslindes” de la Biblioteca Nacional. Nos. 3 y 4. 1993. |
Lauro Marauda
Ponencia presentada en Congreso de APLU (Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay),
2005
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