Retrato que retrata a un régimen por Manuel "Maneco" Flores Mora
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En una buena antología de alacraneos, agravios y otras maldades, sostengo, no tiene que faltar la frase con que Churchill aporreó el carisma, dudoso e inasible, del Primer Ministro Clement Attle: —Todos
los días —dijo— llega al 10 de Downing Street un automóvil vacío.
Se abre la portezuela y baja Mr. Attle. ¡Para párvulos menores de 45 años, aclaro que Clemente Attle era jefe del Partido Laborista. En las elecciones inmediatas a la guerra en que Churchill derrotó a Hitler, Attle derrotó a Churchill y lo sustituyó como cabeza de gobierno. 10, Downing Street, según todos saben, o sabían, es la legendaria residencia de los primeros ministros británicos. Churchill a su vez era Churchill hasta cuando no tenía el habano. Mucho más Duque de Malborough que su ilustre antepasado, el duque de Malborough, había nacido (Churchill) en el dilatado palacio que alguna vez visité, al norte de Oxford, palacio en cuyo parque la gratitud de un país y la de un rey, cavaron un desaforado lago artificial. Y plantaron, como homenaje, por millares, árboles que reproducen la ubicación de los ejércitos en la batalla de Blindheim, sobre el Danubio)[1] (Vencedor de Churchill, y por lo tanto de Hitler, de Blindheim, de los franceses, de los bávaros, del lago artificial y de los árboles combatientes, Attle, sietemesino y peladito, usaba una gabardina como la del teniente Columbo, que en el mundo real tal vez lució impecable, pero que en mi memoria se exhibe operariamente arrugada y medio como sindical. Attle ocultaba su penosa ausencia de feudalismo secular detrás de un bigotito ralón; según el párrafo que Maggi dedicó a no sé quién, podía definírsele como un puñado de lástima). (Así
fue el hombre que barrió a Churchill para fuera de la política: lo pasó
de Primer Ministro a mero escribidor de memorias. Pero alguna razón tendría
Churchill, con su imprecación del automóvil ocupado de vacío metafísico:
cuarenta años más tarde, todos saben quién fue Chur0chilí y nadie
quien pobresdiablos fue Attle).
Paredes
y Retratos Dirá
con razón el lector a qué viene, en el Uruguay post-conciliar, fini-procesal
y pre-democrático de nuestros días, este recuerdo garrafal de un
instante de la vida churchilliana. Se verá: en realidad carece de relación
directa con lo que quiero comentar, aunque venga a cuento y circule por
los entornos, en tanto y en cuanto ronda el tema de las personalidades,
del yo y del noyó, de las primacías y de los momentos históricos,
proyectado contra el vacío, si no de los automóviles, cuando menos del
tiempo. Es
asimismo una historia de primeros despachos, como que refiere a generales,
a magistraturas y a representación. Estoy hablando de una novedad del
Proceso no suficientemente difundida en el conocimiento público y que
indica que, no obstante la vejez esencial de todas las represiones que
plantea, el Proceso es capaz de generar en la vida administrativa cosas
que jamás se habían visto. Me refiero al retrato del Teniente General
Gregorio Alvarez, en uniforme creo que de gala y con el pecho cruzado por
la banda presidencial, que cuelga en la pared del despacho del Ministro
del Interior. Como
es sabido, hubo un tiempo, hace décadas, en que navegué los
mares de la actividad pública. Creo haberme sentado —como
visitante, claro está— en todos los despachos de Ministro que existen
en el país, salvo los mudados en fechas procesales más recientes. Más,
durante algún tiempo, el dios de lo no merecido me instaló como
transitorio ocupante de más de uno de esos despachos. Nunca presidí un
Ente Autónomo. Pero he tomado café y departido en la Presidencia de
todos los Bancos oficiales, de todos los Servicios Comerciales e
Industriales del Estado y de todos los Servicios Descentralizados. Y en la
Presidencia del Senado. Y en la de la Cámara baja. Pienso que debe haber
alguna ley que lo prescriba, porque salvo el retrato de la señora y de
los niños, que algunos erigen módicamente sobre la meseta del
escritorio, en la pared, lo que se dice la pared, sólo había el retrato
de Artigas, ese con mejillas de leve ictericia, pintado por Blanes, en el
que el vencedor de Las Piedras, ostante la melancólica hipocondría de un
traficante departamental de pieles de carpincho. Pero
digo, retrato en la pared, del despacho ministerial, sólo Artigas.
Miento: a veces Rivera y Lavalleja. Y a veces, Rivera o Lavalleja. En
1958, ganaron los blancos y el cuadro se complementó con algún retrato
de Manuel Oribe. Recuerdo cuánto me afectó por entonces. Hube de
resignarme. Pero todos habían muerto hacía más de cien años. Quiero
decir: de los grandes caudillos nacionales llevados por el fervor de
populares mayorías, en un vuelo de urnas hasta los más altos sillones,
como Berreta, como Luis Batlle, como Herrera, o Nardone al que fui
activamente hostil, o Gestido, jamás un retrato. Mandatarios legitimados
por la ley y la voluntad de la nación, ninguno hubiera osado arrostrar el
escándalo de ese culto de la personalidad que ni siquiera garantiza
tenerla. De Luis Batlle con banda presidencial hubo retratos por millares.
Los poníamos en clubes políticos, en periódicos partidarios, en el
escritorio y en el living. En una oficina pública jamás. Como
no hay ninguno de la Sra. Thatcher en las Embajadas británicas, ni de Suárez
o Felipe González en las de España. Sólo los de la Reina o el Rey en su
caso. Y en otras partes, también jefes de Estado, legítimos, cosa que
sin embargo jamás ocurrió aquí, porque el austero espíritu republicano
de ésta tierra, que jamás levantó Plazas a la Nacionalidad pero que la
sentía muy hondo, siempre rechazó ese tipo de homenajes en vida.[2] Para colmo, el retrato que refiero y que apareció distraídamente hasta en la prensa, no pende siquiera en un paño libre de pared según se estila. Para horror de elementales principios de civilización decorativa, ha sido colgado, es de suponer que de un clavo vitando, directamente sobre el lombriz. En
achaques de retratos y homenajes, confieso que lo que me viene a la mente
es aquella vieja historia de un mismo cuadro en dos fechas diferentes y
300 años de distancia una de otra. El
primer momento es en el siglo XVII. Aparece, recién pintado, el
cuadro de un hombre orgulloso y con un cartelito explica:
"retrato del Excelentísimo Señor Don Fulano de Tal, Duque, Conde,
Marqués de. . ." La retahíla de títulos y dignidades, desde la de
Gran Maestre hasta la de Comendador, son tantas que no hay
sitio para consignar el nombre del modesto pintor que trazó
el cuadro. La
segunda parte ocurre en nuestros días. El mismo cuadro, pero con una lacónica
chapita: "Retrato de personaje desconocido, por Rembrandt". Con
su esplendorosa crueldad de panfletario, Churchill diría cosas como
"cuelga de la pared un marco vacío y en él está la cara del Duque,
Conde, etc.". Es
materia de estilos. Más precavidamente, prefiero recordar aquello de la
Constitución de la República según la cual el funcionario existe para
la función y no al revés. Igual con las paredes. Los funcionarios están
para apuntalarlas, no al revés. Antiguas (y vigentes) concepciones españolas
establecen que los hombres somos hijos de nuestras obras. No de
nuestros muros. Mucho menos, de los muros de las oficinas del Estado. Valemos por lo que damos, no por los lombrices que clavos ominosos sacrifiquen para cuelgue de nuestras caras. En
tren de refranes. Insinúo que si el hábito no hace al monje, el
coche oficial no hace al gobernante. La pared tampoco. Y en cuanto al
marco dorado, la única con derecho a concederlo es la posteridad. O
era, por lo menos, en el Uruguay austero y republicano en el que, para
nuestro orgullo, nacimos, donde lo dorado se usaba exclusivamente por
algunos cielos de crepúsculo. Uruguay de cuya atmósfera espiritual, tan
altiva como modesta, no debemos permitir que nadie nos saque. (Al
final, nuestra patria no es el mero territorio que linda, como se sabe, al
norte con el Brasil, a la izquierda con el IDI y a la derecha con las
Fuerzas Armadas. Nuestra patria es esa atmósfera espiritual a la que
aludo, atmósfera sin marcos dorados, dentro de la cual somos todos y
fuera de la cual no somos nada).
Borges,
tres gotas Tópicos
como el retrato, el rostro, la identidad o personalidad real
o nula de la gente, no pueden ser tratados sin agregar a los ingredientes
media taza de Borges. Tanto ha circulado por la materia, que habría que
transcribir, casi, sus obras completas. Pero me atendré a "El
Hacedor" y dentro de éste a sólo dos ejemplos, lejano e ilustre uno
(Shakespeare), político y más próximo otro (la pareja Eva-Perón). Lo
que intenta decir Shakespeare es que éste, como Dios es a la vez todos y
ninguno. "Everything and nothing". Todo
y nada. Muchos y nadie. De
ese drama personal, el joven Shakespeare sospechó que podía salir
"en el ejercicio de un rito elemental de la humanidad" y
"se dejó iniciar por Anne Hathaway, durante una larga siesta de
junio". No le sirvió de nada. Disimulando ''su condición de
nadie", marcha a Londres y se hace actor, para representar
personalidades de todo tipo, él, que no tenía ninguna. ¡Pobre
Shakespeare' "Nadie hubo en él, detrás de su rostro (que aún a
través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún
otro).. ., no había más que un poco de frío". Me
parece admirable, aunque obviamente nada tiene que ver con el tema de esta
nota, relativa a un retrato del Teniente General Alvarez y no del bardo
del Avon. Nada que ver. Sí,
en cambio (no mucho, pero algo), la afirmación de inexistencia
vinculada con la pareja de grandes políticos argentinos, a los que Borges
no quiere (y yo tampoco ). Una
página titulada "El Simulacro" termina afirmando que
"tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos.
. . que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa
mitología". Siempre
encontré notable esto de "crasa mitología". Crasa quiere decir
gorda, espesa. Mitología espesa y gorda, pues, erigida para "el crédulo
amor" de la multitud de los arrabales. Es notable. Como la afirmación,
de la que nada tienen que ver los rostros proyectados a distancia con la
esencia interior, desconocida, anónima, de Perón o de Eva. Hasta en eso, sin embargo, la comparación con el tema de esta nota nos muestra desubicado al Proceso uruguayo. El Proceso, efectivamente, intentó también entre nosotros una "crasa mitología", erigiendo delante nuestro una constelación de lugares comunes, donde vaciedades como "seguridad para el desarrollo" terminaron traduciéndose en vertical aumento de la Deuda Externa, para salvataje de carteras incobrables de torpes bancos fundidos. Y donde la "tablita" terminó en tabla de tobogán hacia la ruina de gentes y país. Donde el famoso "orden de la enseñanza" no pasó de obligar al pelo corto, porque el nivel descendió hasta debajo del sótano y los problemas, todos, lejos de mitigarse, se taparon y agravaron hasta el paroxismo. Esa
"crasa mitología", sin embargo, no tenía cabezas ni rostros
visibles. La presidía, simplemente, la turnante impersonalidad del
Proceso. Quiero decir: que ni en su lógica, o pre-lógica interna, tiene
por lo tanto sentido esto de elevar retratos de un general actual hasta la
altura donde sólo habían sido colocados, en esta tierra, los retratos de
Artigas.
Final Se
dirá que el episodio en sí es de poca importancia. Pudiera ser. En todo
caso, es de reveladora importancia sintomática. El estudioso aficionado
que soy a los modos mentales del proceso no podía saltarse esta
retratización con marco dorado invasora del normalmente intocable lombriz
de los despachos. Pero
además vale la pena destacar estos hechos porque indican, melancólicamente,
para dónde disparan las tendencias interiores de los nos gobiernan. ¿Puedo
todavía fatigar con una nueva cita? Es aquella confidencia de Sartre a
Francoise Sagan (la conocí a través de un artículo reciente de Jorge
Edwards), en la cual el filósofo confiesa que al perder la vista pensó
hasta en suicidarse. Sólo, dijo, que había sido tan hermosa su vida que
había adquirido la costumbre de la felicidad. Ciego y todo, confiesa,
"seguí siendo feliz por costumbre". Bueno:
a este Proceso y a este Gobierno les pasa lo mismo. Cuando no tienen nada
que hacer, hacen macanas. Por costumbre. Por inveterada costumbre. (Además
ya se van. Por fortuna, gane quien gane, no hay peligro ninguno que
Sanguinetti, ni Zumarán, ni Crottogini, la emprendan contra el lombriz
con sus retratos y clavos). (Seamos
justos: el Proceso les legará otras cosas de qué ocuparse).
[1]
La batalla de Blindheim tuvo lugar en agosto de 1704: Blindheim, donde
ingleses y austríacos vencieron a franceses y a bávaros, queda en Bávaria;
Malborough es el mismo personaje que los españoles llaman Mambrú,
protagonista del clásico "Mambrú se fue a la guerra"; el
palacio que le regalaron de premio y donde Churchill nació, se llama
Blendheim que es lo mismo que Blindheim pero desgermanizado. [2] Quien quiera ver el retrato a que hago referencia no tiene más que consultar "El País", 11-11-84. pág. 1. Allí, en colores, los Generales Linares Brum y Rápela y el Dr. Alonso. Atrás, en la pared, el retrato del T. Gral. Alvarez. |
por Manuel Flores Mora
Parlamentario, Periodista, Escritor, Historiador, Critico Literario
Tomo II
Homenaje de la Cámara de Representantes, mandado publicar por Resolución del 20 de febrero de 1985
Montevideo, 1986
Originalmente en "Jaque" - 7 de setiembre de 1984
Ver, además:
Manuel Flores Mora en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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