En España: La multa, el reloj y la araña por Manuel Flores Mora |
La vida está tejida de la
misma tela que los sueños, dijo Shakespeare, y uno repite durante muchos
años la admiración frente al hallazgo espléndido sin advertir lo poco
que, al fin y al cabo, dice. De la tela no dice nada. Sólo
dice que es la misma. Vaya uno a saber de que está hecha la tela. No pasa lo mismo con la
cultura, porque si algo es evidente es que la cultura está hecha de
tiempo. Dime cuanto tiempo, cuánta vida de tiempo eres capaz de almacenar
dentro de ti y te diré cuan culto eres. Bruto es aquel que no es capaz de
sentir ni siquiera el tiempo de la propia vida. Ese que actúa como si
hubiera nacido ayer. El castrado de su infancia. No el que no tuvo
infancia. Digo el que la olvidó. El que la dejó simplemente morir y es
capaz de afrontar el mundo, los mundos, sin ella. A la inversa, culto no es
el que leyó obviamente más libros. Sino el habitado por pedazos más
grandes de tiempo. El que deambula por las calles con la conciencia de
algunos siglos anteriores dentro de sí. El que lleva a Velázquez o a
Bach, una tradición cualquiera, a Lope o por lo menos a la decimonónica
genialidad del Martín Fierro en la memoria. Los samurais, como los
romanos, como tantos otros pueblos, organizaron la cultura sobre el
recuerdo de los antepasados. Los que peleaban de lado y lado en Troya sabían,
y por Hornero lo sabemos, que antes habían existido hombres más grandes.
Un hombre sólo puede crecer hacia adelante cuando previamente ha crecido
hacia atrás, incorporando frutos espirituales de otros hombres y así, sólo
así, haciéndose mejor y más notable. Es lo que se llama cultura.
Cultura es eso sólo. Mañana Entre lo nuevo que el siglo
XX ha aportado está la flecha doble del tiempo. El ser humano, en efecto,
no sólo inquiere lo que fue. De algún modo vivimos en la inminencia de
lo que vendrá, ya acariciados – amenazados - por el perfil del mundo
que ha de ser, en el estallido de las previsiones. Hemos visto nacer así
esa nueva disciplina. Esa especie de falsa contra-historia que es la
futurología. En un aula de clase se estudian los etruscos, la morfología
original de un lenguaje, la batalla de Hasting. En el aula de al lado se
estudia la población del planeta en el siglo que viene, las reservas del
mineral que sustituirá al uranio cuando lo poco que hay de éste se
agote, las enfermedades psíquicas del porvenir. El presente había sido
para la especie humana algo parecido a la flor abierta en el extremo del
tallo del tiempo. Vida frente a negrura desconocida por suceder. Para el
ser humano de hoy en cambio, el presente es sólo el filo de este techo a
dos aguas, con la historia de lo que fue y la historia de lo que será,
como pendientes. Esta nota –de cuyos
ingredientes de anécdota personal nos excusamos- cuenta cosas que pasarán,
porque ya están pasando. Perfiles que se inician pero cuyo despegue
cambiará el clima de la cultura y los modos de vida humanos. No tienen más
valor que el de la incanjeable sorpresa que produjeron en el que escribe,
sorpresa que quizás no sea tal para más avezados lectores. Una
raya amarilla Me vuelvo a excusar. Es una
anécdota de tránsito. Un sucedido de raya amarilla y de multa. Hace más
de un año, un entrañable amigo me prestó en España un automóvil. Fue
en agosto de 1977 y aproveché para irme a Andalucía, a Medina Sidonia, a
Vejer de la Frontera, a Arcos, a Cádiz. Ahora me entero, perplejo, que
también fui a Jaén ¡o cerca de Jaén! Este año, con la misma
encantadora espontaneidad, me tienden la llave del automóvil. En España
no se pide prestado un automóvil, lo ofrecen sin que lo pidas. Solo que
esta vez, un poco en broma, me ruegan que no atraviese la raya amarilla de
la carretera. “Particularmente, si es doble". Con aplomada naturalidad
contexto que en Uruguay también hay rayas amarillas y que mi costumbre es
respetarlas. Solo consigo que insistan y me agreguen que sobre todo no hay
que pasárselas en repecho y menos sobrepasando a otro coche en un tramo
de sobrepaso prohibido. No se honradamente de que
me hablan. No es por la multa, que hemos pago con gusto, me dicen. Es para
que no te mates y para que no me retiren el permiso de conducir. Pues por mi no será
-respondo- En Uruguay... -No fue en Uruguay. Fue en
Jaén. -¡En mi vida he estado en
Jaén! -Bueno -me dicen-. Cerca de
Jaén... Cuando estoy enterado del
todo, entre risas, me muestran por fin lo que la policía mandó a mi
amigo. Es una multa. Además, una fotografía. Están la fecha y la hora.
Está la matrícula del coche. Está el coche en el repecho, fotografiado
desde un helicóptero, casi del todo más allá de la raya doble,
perfectamente discernible, y sobrepasando a otro coche. Para colmo, la
fotografía incluye hasta el poste caminero donde la señalización
establece la prohibición de sobrepasar en ese tramo. Debí desear que me tragara
la tierra, pero la sorpresa me veda hasta esa reacción. El
multi-reloj El reloj por supuesto nada
tiene que ver con el cuento anterior. En lo único que se parece, en todo
caso, es en lo que tiene de previsible, y a la vez, de impensable. Es la
ultima (o sólo la penúltima) versión que ha salido a la venta del reloj
de pulsera electrónico inverosímil. Quizás haya alguno en
Montevideo, quizás esto que es novedad para mí, no lo sea para algún
ejecutivo de esos que viajan tres veces por año, con pipa y portafolios rígidos. N¡ que hablar, es un reloj
que da la hora. Es reloj y por supuesto cronómetro. Además, calendario.
Y despertador. Todo en la pulsera. Dice la hora, el mes, el año, el día
del mes y de la semana. Y despierta al dueño con un agradable sonido acústico. Además es una
minicalculadora. Una computadora en miniatura que coincide con el reloj.
Es tan pequeña, claro, que no puede manejarse con el índice. No sería
posible apretar una cifra sin apretar prácticamente todas. Pero es que el
reloj se vende con una especie de lapicito, con cuya punta uno aprieta o
marca los números de la operación cuyo resultado desea. No termina ahí. Además es
agenda y todo en la muñeca. El poseedor del reloj debe, por ejemplo,
llamar a alguien dentro de una semana o de dos años, tanto da. Debe
llamarlo a las cuatro de la tarde. Se marca en el reloj el número telefónico
de la persona, el día y la hora en que hay que llamarlo. El día señalado,
a la hora precisa, sonara la señal acústica y en la esfera del reloj
aparecerá, titilando, el número telefónico de la persona a la que hay
que telefonear. -¡No vaya usted a creer!
-me dice un español corrigiendo mi asombro. Y para demostrar que el
aparatito diabólico no es completo, imagina, con gráfica filosofía, la
llamada del futuro. -Que te llamo porque dice
el reloj. ¿Te acuerdas tú pa' que? -No tengo la más puta
idea. -Perdona. Adiós. -Adiós. Saludos al reloj. La
araña electrónica La "Araña" es el
nombre popularizado del enorme ordenador electrónico que la Bundes
Kriminal Amr. o BKA, esto es, la policía criminal de Alemania Federal,
tiene instalado en Wiesbaden, cerca de Frankfurt. Actualmente
se está instalando, también por los técnicos alemanes, otra en España.
La española será todavía más moderna y no cuesta casi nada: entre
4.000 y 5.000 millones de pesetas. Si quiere saber cuánto es en moneda
uruguaya haga usted la cuenta. Un millón de pesetas son 87 millones de
nuestros pesos viejos. ¿Para
que sirve la araña? Mas bien hay que preguntar para qué no sirve, o qué
se le escapa. Ella sola daría para varias notas. Un
ejemplo actual: alguien llega a Alemania y naturalmente presenta el
pasaporte en la frontera. El funcionario toma el pasaporte, lo abre en la
fotografía y lo aprieta, debajo de su mostrador sin que siquiera el
interesado lo advierta, contra una "cabeza lectora". Teclea el
signo de pregunta y algunos segundos después mira hacia la derecha, donde
una pequeña consola le dice quien es usted, si puede entrar o no, qué
antecedentes tiene. Lo mismo para salir del país. La
operación completa se desarrolla delante del interesado sin que éste la
advierta. Dura entre 3 y 5 segundos. En ese lapso, el mensaje va a la
central, esto es, al ordenador de Wiesbaden y vuelve al lugar de la
frontera donde se desarrolla la escena. Actualmente,
y por sistema de satélites, se esta ensayando la conexión de la araña,
o por mejor decir su extensión, a países de otros continentes.
Concretamente a países de África donde Alemania tiene intereses económicos. Esto
es así ahora. Piénsese en un siglo. qué digo, en cincuenta años más...
¡Y anímese a irse a Australia dejando sin pagar la cuenta del hotel en
Tucumán o en Toronto! Entre el helicóptero que te fotografía y la araña que te rastrea, no habrá impunidad para el que viole le raya amarilla. |
por Manuel Flores Mora
Diario El Día -29 de Octubre de 1978
Maneco - Obras inéditas y páginas escogidas
Editado por Carros S.A Sin fines comerciales
Ver, además:
Manuel Flores Mora en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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