Carnavales sin gomina por Manuel Flores Mora |
Seguramente
ignora la rubia Abbe Lane, con sus tres millones de pesos en piernas, la
historia de su reino. Exaltada a la monarquía del carnaval montevideano
por el deslumbramiento de la Comisión de Fiestas, no ha tenido tiempo sin
duda la "crooner" de Cugat para imponerse de la larga crónica
de otros Reyes, antecesores suyos, que reinaron también sobre el
territorio intangible de nuestros carnavales. A
ilustrarla un poco, a ilustrar también y de paso, al olvidadizo
montevideano más atento a la historia de China que a la de la tierra
propia, va encaminada esta nota. Entre la mucha agua corrida bajo los
puentes desde que Zavala nos fundó, la arrojada en millones de baldes
durante los carnavales de más de un siglo, no es tal vez la que importa
menos. El
linaje de Abbe Lañe En
el principio del carnaval están los negros. Se juntaban en el recinto
para el candombe y se dividían en naciones: los Congos, los Mozambiques,
los Benguelas, los Minas, los Cabindas, los Molembos.. . Como consecuencia
de lo cual no había un Rey, sino muchos: uno por nación. Como se les
llamaba también tíos, eran el Rey tío Tal y el Rey tío Cual. Sus
apellidos, apellidos de esclavos que tomaban el de sus amos, reflejan como
un espejo oscuro, el nombre de las mejores familias del tiempo. Rey tío
Francisco Sienra, Rey tío José Vidal, Rey tío Antonio Pagola. Junto a
ellos, igualmente negras y con apelativos igualmente patricios, reinaron
las Reinas tía Felipa Artigas, tía Patrona Duran ... Isidoro De María,
que recogió para la posteridad estos nombres históricos, aclara que
entre todas las Reinas, la que hacía mejores pasteles era la Reina tía
María del Rosario, que tal vez por esta cualidad personal no precisó
apellido con que distinguirse para después. El
tango Calungangüé. . . El
lugar de los candombes era el Recinto: el "estrado", la
"cancha": es decir, el lugar de los bailes. Antes de que
"la cancha" fuera por antonomasia la cancha de fútbol, fue para
los montevideanos por antonomasia la cancha de baile. La cancha, la
sala, el salón, la Academia. Para
ilustrar la importancia de estos "tangos", como se llamaban genéricamente
los bailes del Recinto, baste decir que los amos concurrían
con sus familias a verlos. Y que los negros se vestían para esas
ocasiones con las ropas de los amos. De María lo cuenta y detalla el
vestido de los que tocaban el tamboril y la marimba y bailaban. "Los
tíos agenciaban sus casacas, calzones, levitas . . . corbatines, elásticos,
galera alta, y por fin, cuanto podían para vestir de corte".
"Las amas y amitas... se esmeraban en ataviar a la Reina y a las
princesas, proporcionándoles vestidos, blondas, cinturones, collares .
. .". Todo lo prestaban las amas de sus negras, "menos, por
supuesto, la cabellera, por aquello de que ya se hará cargo el
lector". Cuando
con el tiempo los amos dejaron de ser amos, y hasta de ir a ver a los
negros, éstos tuvieron que entrar a la ciudad para mostrarse. En grupos,
con el tamboril a cuestas, la recorren todavía en carnaval. Nadie
recuerda ya el Recinto. El Recinto no existe hace mucho. Pero de él queda
todavía "el escobero", único bailarín del candombe, que
marcha a su cabeza. Y todavía, como en 1800, el bailarín lleva galera. Y
todavía circula, desgajado del grupo, como en el tiempo del Recinto, la
bandejita que recoge monedas. No
hubiera creído seguramente el Rey tío Antonio Pagola, que con el andar
de los tiempos el candombe tendría no Reyes sino Reina. Una sola sobre
todas las naciones. Y por añadidura, rubia y extranjera. La
era del agua En
"El tiempo de los tres botones", Máximo Torres nos cuenta cómo
fue el carnaval que vino después, el "heroico". Las
armas generales no eran el papelito ni la serpentina, ni el ya extinguido
"pomito de éter": eran el agua y los huevos, que están en el
árbol genealógico de aquellos, como los Reyes negros en el de Abbe Lane
y como el "calunga calun gangüé" en el de la raspa. Empezaban
"los juegos" —ya veremos qué juegos— a las doce, y la señal
eran dos cañonazos de las baterías del Fuerte de San José. En el
mercado se izaba un gallardete y el campo quedaba libre para los juegos
hasta que los cañonazos del anochecer lo indicasen. "Dos
minutos después del disparo, que se esperaba con ansiedad por los que temían
la multa, se oía un galope: un ginete, de camiseta garibaldina, pantalón
corto, mostrando las medias y atravesado el pecho con un aro de miriñaque
forrado de tul verde abullonado a guisa de corona ... aparecía a la
vista." Los
Cantones "A
las dos o tres de la tarde, aparecían los cantones, los inolvidables y
formidables cantones con su bandera cruzando la calle en que se leía: NO
PEDIMOS NI DAMOS CUARTEL." Eran
los cantones agrupaciones familiares, formadas por hombres y mujeres, niños
y viejos, acompañados por sirvientes, parientes y amigos que recorrían
las calles en son de guerra y armados de agua. Peleaban a baldazos y
huevazos entre ellos o contra el heroico elegante que salía de "bota
granadera, pantalón blanco y camiseta de seda celeste", sin más
compañía que la de sus sirvientes con cajones llenos de huevos de
gallina, de avestruz y de cera. "A
eso de las cinco de la tarde, cuando el bárbaro juego estaba en su mayor
auge, se oía un trepidar ensordecedor, murmullo de voces que se
acentuaban de minuto en minuto y de pronto gritos, aplausos y vivas. Era
la bomba de la Policía: un armatoste pesado, inmenso, arrastrado por
muchos celadores y voluntarios, que venía a pelear con los
cantones". Algunos de estos se quedaban a pelearla. Y cuenta Torres
que a veces triunfaban. Otra, era la Policía la que quedaba dueña del
campo. Entonces, sin enemigos que combatir, la bomba policial se dedicaba
ella a dirigir su poderosa manga contra los balcones llenos de mujeres y
los hombres salían armados de baldes a la calle para resistirse. Era
el carnaval a muerte. Con heridos. Con ojos amoratados durante días por
un huevo certero. Y con una secuela invariable de muertos de pulmonía o
tisis. El
carnaval a muerte. El Cordón. "El
edicto policial, dice Juan Carlos Pedemonte que lo recoge, suscrito por
el Jefe de la Repartición señor Santiago Botana, nos pone al corriente
de los hábitos carnavalescos de la época" (1861). El
edicto prohibía disparar balazos (!) y lanzar piedras (!) Establecía,
además, penalidades y multas de veinticinco pesos para quienes
"dejaran caer baldes de agua sobre los sacerdotes y militares en
servicio". "Para los demás mortales no existía restricción ni
racionamiento". Se prohibía sólo "lanzar a los peatones o
viajeros de los carruajes, pintura, almidón o barro!". Claro
está que esto era en el Cordón, y el Cordón es el barrio con Dios
aparte. Un Dios para el cual todo el año y toda la historia han sido
siempre Carnaval. Piénsese que en este barrio, Artigas nada menos, antes
de ser Jefe de los Orientales, fue Comisario. Piénsese que es el único
de Montevideo donde hubo una batalla campal: la del Cardal. Fue en ese
barrio del Cordón donde, cuando la ley libertó a los esclavos y la policía
venía a reclamarlos, el francés Rigaud, histórico "machete"
vecino de él, escondió a dos negros, atados, adentro del aljibe. Y
cuando los negros gritaban, y el Comisario, sucesor de Artigas en tan alto
puesto, preguntaba qué había adentro, el francés contestaba que agua
no más. El Comisario tuvo que decirle que hiciera el favor de sacar unos
baldes para ver si el agua era cristalina... o negra. Lo cuenta Pedemonte
en su delicioso libro "Más allá de la ciudadela". Corresponde
al Cordón la gloria de la última reina negra de candombes: Misia Marica,
que vivió en el siglo pasado y a quien nadie daba el título de reina, ya
en desuso. Lo fue, sin embargo, Misia Mariquita ... En su casa se hicieron
las últimas fiestas candomberas al Santo Patrono de la raza, San
Baltasar. A ellas debió ir, quizás, aquel famoso médico Juan Suárez,
de que da cuenta Pedemonte, el que puso, "al recibirse", un
aviso en un diario, que decía: "JUAN
SUÁREZ, mozo que fue hasta la fecha de un café de la calle de San Carlos
en esta Ciudad, ha resuelto cambiar su profesión por la de doctor,
pasando a residir en el Cordón." Y
la última del Cordón, recogida por Isidoro De María. Fue en la Iglesia
y durante el corto período de dominación británica, resultado de las
invasiones inglesas de principios del siglo pasado. A la hora de la misa,
en pleno oficio y estando, por consiguiente, abiertas las puertas del
templo, "se coló muy suelto de cuerpo un soldado inglés, y tomando
asiento en un banco, se puso a comer pan con manteca. No hay que tomarlo a
broma, porque los libros capitulares dan fe del hecho". El cura se
quejó del desacato pasando nota al Cabildo. "Este, a su vez,
dirigió
otra sobre el hecho al General Achmuty, excelente persona, y no volvió a
repetirse". Don
Magin, El vencedor de huevos, mecánico inventor del huevo de cera Don
Magín es, por muchas circunstancias, la figura cumbre del carnaval
montevideano a través de toda su historia. Aunque nunca le hayan
concedido, como a Abbe Lane o como a Tía Felipa Artigas, el título real.
Tenía una entre casa de comercio y museo en la esquina de las actuales
calles 25 de Mayo y Solís y, de acuerdo a la descripción de Máximo
Torres,
que lo conoció personalmente, usaba barba bajo los carrillos, sin bigote,
en aquélla forma de U que tanto desesperaba a Rosas porque era la inicial
de "unitario". Distinguióse Don Magín en vida por muchas cosas
señaladísimas. La primera de ellas: un mingitorio público, que había
instalado en su casa, para beneficio de todos los que concurrían al
teatro
de San Felipe, "a ver Treinta años o la vida de un jugador, Los
siete grados del Crimen, La huérfana de Bruselas, Guzmán el Bueno",
o alguna obra por el estilo. De más está decir que nunca le falló
clientela. La
segunda peculiaridad de Don Magín era su casa, casa de carnaval viviente,
regida por la mecánica y sus curiosidades. "Se entraba a su casa
por escotillón, dice Torres; se sentaba uno en bancos con secreto y de
pronto se abría una pared." Él visitante de Don Magín, a quien éste
dejaba deliberadamente solo en una habitación con cualquier pretexto,
se encontraba de pronto que "las estatuas de mármol del patio
empezaban a mover los brazos" o que "aparecía la cabeza de
cera, ensangrentada, de un francés degollado por los blancos del
Cerrito." O que "entre las enredaderas se balanceaban pescados
embalsamados." Don
Magín, a quien el carnaval de la época debió la invención, fabricación
y venta de los huevos de cera, que venían a sustituir con ventaja a los
de avestruz y gallina, porque siendo igualmente fáciles de arrojar
lastimaban menos, era además el protector y organizador máximo del
carnaval. Don
Magín aprovechaba y utilizaba en beneficio propio su museo, usando para
ello de una naturalidad imperturbable. Aparecía, por ejemplo, un día,
calzado con las zapatillas que habían pertenecido al Virrey Cisneros. Solía
usar una bata que había sido de Garibaldi. "Y cortaba las hojas del
libro" que leía, como si tal cosa, "con el facón de Cuitiño'" Si
alguien en el mundo ha sido alguna vez la encarnación viviente del
carnaval, éste fue Don Magín, catalán de nacimiento y vecino de esta
ciudad de Montevideo. Como quiera que sea, y en previsión quizá de que
alguien quisiera ignorar en los siglos venideros este título, el
impagable Magín configuró una prueba irrefutable: instaló la primer
casa de alquiler de disfraces que ha tenido Montevideo. "Hoy,
decía en 1895 Máximo Torres, cualquiera se disfraza de oso por un real,
pero entonces las caretas de animales eran caras, y valían hasta dos o
tres pesos. Cuando Don Magín abría su exposición de trajes con la gran
muñeca de cera, giratoria, ataviada de rivo dominó, dando vueltas en
medio de la sala, y los centenares de espléndidos disfraces y caretas
multicolores, extendidos por todos lados, era de ver la sociedad
distinguida de Montevideo concurrir a ella, disputándose las mejores
piezas." El
carnaval y la historia De
muchas maneras —está comprobado— puede ser escrita la historia. Desde
el ángulo material, como quería Marx, o desde el punto de vista del
sexo, como sostiene Freud. Puede escribírsela partiendo de la geografía,
al gusto de Taine ,o de las individualidades, según lo prefiere Carlyle.
Creo que fue el genial Huizinga quien propuso alguna vez la posibilidad de
componerla desde el punto de vista de los siete pecados capitales. Escribir
la historia partiendo del carnaval no sé si será posible. En la
Argentina, nada menos que Exequiel Martínez Estrada asegura que para
entender la tristeza criolla, (es decir: la mentalidad, la historia
criolla), es menester primero comprender el carnaval argentino: "El
carnaval, agrega, es la fiesta de nuestra tristeza". Es en las
fiestas carnavalescas que hay que buscar la esencia de la vida de la
nación, por ser la fiesta de la "impersonalidad y del anonimato, de
oprimidos y descontentos". En
el Brasil.. . Bueno, como dice Freitas, "ya alguien dijo que el
brasileño realiza durante los tres días de carnaval lo que piensa
durante todo el año"! Yo
no sé si la historia uruguaya se puede escribir partiendo de sus
carnavales. Pero sospecho que, historiándolos a éstos, es posible cuando
menos, adivinarla. Tampoco
sé por qué murieron aquellos carnavales de negros, y los posteriores de
agua, y los heroicos "a muerte". Pero también lo sospecho. Citaría,
a propósito del ya citado Cordón, y de esta muerte definitiva del
carnaval de antaño, que otros ya no lamentan, aquel episodio del
comisario, cuando una mañana apareció muerto en su jurisdicción, tirado
en la calle y con una herida de cuchillo que lo abría en canal, el famoso
matón conocido por "Indio" Benigno Mena. Pedemonte
la recoge. Preguntaron al Comisario aludido del Cordón quién había
matado y cómo habían matado al Indio. El
sucesor de Artigas contestó, cachaciento: —"Quién lo mató no sé... Pero conociendo al finao, es fija que el que lo mató, lo mató en defensa propia."
|
por Manuel
Flores Mora
Parlamentario, Periodista, Escritor, Historiador, Critico Literario
Tomo III
Homenaje de la Cámara de Representantes, mandado publicar por Resolución del
20 de febrero de 1985
Montevideo, 1986
Originalmente en "Marcha" - 8 de marzo de 1950
Ver, además:
Manuel Flores Mora en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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