La JUANA de todos |
Enciendo
el fuego para hacer el dulce de naranja en un barrio muy pobre detrás del
Cerro. Los vecinos son invitados del Programa “Esquinas de la Cultura”
de la Intendencia Municipal de Montevideo. Nos presentamos, cada uno dice
su nombre y lo que quiera. Me entero que la mayoría son hurgadores, gente
sencilla. Son más de treinta y rodean la mesa dispuesta con rodajas de
pan aromático, tazas de colores, dulces brillando. Los
siento expectantes, contentos. Se han puesto sus mejores galas para
asistir al “Te Literario” de la escritora. Explico
los pasos de la receta y doy el toque de arranque: ¡a probar ya, y a
adivinar los sabores de las dulceras! Una
hora antes, una mujer morena ha extendido sobre la mesa un largo mantel de banquete. Es una pena, quizás se manche, le advertí
ante aquel lujo de hilo finísimo. Señora, hace tres días que lo tengo
al sol, blanqueando para hoy, permítame el gusto de usarlo. El
perfume cítrico invade el antiguo tambo, devenido en centro comunitario.
Con una mano revuelvo la olla y con la otra sostengo el libro mientras leo
“El vendedor de naranjas”. La gente escucha y come en silencio. ¿Alguien
conoce a Juana de Ibarbourou? Silencio. Les hablo de Melo, de sus inicios,
de la Juana de América, doy su bibliografía, cuento algunas anécdotas.
Silencio. El
dulce va tomando color dorado, leo “Vida garfio”. Un viejito levanta
la mano, dice: esos sí que son amores para siempre, y agrega: creo que ésta
que usté nombra es una que está en un billete. ¡Si, la Juanita, qué
poco lo vemos a ése! Reímos. Voy de “Los parrales” a “Quietud”.
Los invito a comentar. Una mujer joven, expresa como en un sueño: mi hijo
anda en la brava. Qué bien me vendría “todo un día de silencio en una
calleja en flor”. El
dulce está espumando. Se levantan para mirar la olla y comprender los
secretos del punto. Vuelven a sentarse y les aviso: sé que ustedes
conocen a esta autora. Lentamente digo el primer verso de “La
higuera”. El
salón se transforma, vibra. Varios se ponen de pie y me acompañan
diciendo el poema a viva voz. Los más chicos abren los ojos sorprendidos.
Alguna lágrima aparece entre las risas: ¡Sí, la conocemos! ¡Estaba en
el libro de lectura de tercero y hasta ahí llegué yo! ¡Pero mirá quién
era! Si la maestra la hacía aprender de memoria… Abrazo a una señora que llora y tiembla, el rostro apoyado entre las manos sobre la mesa. Vaya a saber qué dique echó abajo las palabras diáfanas de nuestra poeta. El puro poder de la poesía, de la belleza. El dulce está pronto. |
Ana Magnabosco
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