El vintén

 

Hubo, sí, vintenes como institución.
El vintén era una moneda acuñada para los niños, de la cual podían hacer ciertos usos, muy limitados, las personas mayores.
Está comprobado que el vintén jamás existió como objeto material, como cosa; por el contrario fue puramente, algo espiritual y futuro. ¿Me das un vintén?, en esto, comenzaba a existir el vintén esperanza. Era una forma de la esperanza entre grandes y chicos, pero más durable y más completa que ella, porque requería la conversación, la duda, a veces la resistencia vencida y por fin el triunfo. Era una espiritualización de la sonrisa, así como ésta es el destilado afectivo del beso.
Al ser tocado por la mano generosa, aún en la sombra del bolsillo adulto, el vintén esperanza sufría una transformación instantánea: era entonces un horrible huevo de pasta blanca, pintado por fuera de colorado, que se ponía entero en la boca, y que, ahogando casi al gozador, lo inundaba con su almibarado sabor de entre merengue y madera. Era cinco bolitas de barro o dos de piedra, todas de diferente color, con las cuales se podía empezar la trifulca en la escuela. Era el azar prodigioso girando sobre el gran tarro de los barquillos. Eran tres cohetes para atar -que nunca se podían atar- a la cola de un gato. Era, en fin, una posible fracción de azúcar o de escándalo; en otras palabras: la aspiración de toda la vida; en el subconciente: el germen del donjuanismo y de la política.
De vintén esperanza -¿me das un vintén?- de puro trueque de amor entre grandes y chicos, la pequeña monedita pasaba a ser en un instante ejercicio imaginativo, redonda cuota de ambiciones. Se convertía así en un envase diminuto donde se apretaban las posibilidades, y el vintén mismo, sin ser visto ni tocado, inviolado en su condición de objeto espiritual y futuro, dejaba de existir al poco rato, tragado por una mano rústica o sumergido al caer sobre la superficie devoradora de un mostrador. (Llegamos pues a las mismas conclusiones que Kant, pero por un camino más sabroso: el vintén, como vintén, fue siempre incognoscible. Nadie supo cómo era realmente). Únicamente el lenguaje más figurado nos puede alcanzar alguna representación del objeto vintén.
Era, podríamos decir, una planchada gotita de alegría, el hondo agujero por donde atrapar sueños: ser asaltante, Tarzán de los monos, chofer de ómnibus o inventor de la máquina a vapor, no se daban a cambio de nada, sino por mérito propio). Me resulta dificilísimo -creo que se nota- definir un vintén. Pienso que a un tiempo esta monedita conseguía ser una maravillosa galera de prestidigitador, y el más enano y cruel de los sirvientes.
Era como una diminuta caja de rapé, conteniendo las primeras tomas de satisfacción engañosa. Cilindro bajito, era la columna chata de un templo despreciable. Era, sin que lo supiéramos, la primera rueda de un carro celular -el dinero- que a partir de la adolescencia cambiaría monedas por billetes, y que echando a girar este nuevo rodado cuadrilongo, nos haría batir sobresaltados, a barquinazos, rompiéndonos el alma, durante el resto de nuestra vida.

Carlos Maggi 
"Gardel, Onetti y algo más" - 1964

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